miércoles, enero 17, 2007

LA NARRATIVA CUBANA DE LOS 90S

Tomado de Cuba Liberal.org


La narrativa cubana de los ´90

Por Amir Valle
Una anécdota de los campesinos cubanos cuenta que una mañana el Diablo se propuso encontrar un sitio bien distinto al paraíso, donde nada hubiera de placidez, silencio, cordura. Echó a caminar por todos los mundos posibles e imposibles para la mente humana y un día encontró el lugar que pensó adecuado. La algarabía era tan fuerte, las nubes de humo y polvo eran tan altas y las personas eran tan locas, que estuvo francamente convencido de que aquella no era tierra de Dios. Simplemente podía considerarse como un infierno en la tierra. Tocó al inmenso portón que daba paso a aquellos dominios, y Dios le abrió la puerta. Dios está en todas partes, es la moraleja. Esa es la propuesta de este apurado comentario sobre la narrativa cubana: abrir ciertas puertas de un país insólito y hermoso que dejen ver el camino de su palabra convertida en historias, en cuentos, en el mismísimo instante del fin de siglo.
El cuento… Los cuentistas
Una de las características que diferencian el fenómeno Narrativa Cubana de la Revolución de la escrita por otras promociones anteriores al 1959 es la existencia de núcleos fuertes de narradores en distintas provincias del país. Si en el florecimiento de la cuentística cubana de principios de siglo y en la llamada narrativa de los 50, por ejemplo, podía definirse claramente un agrupamiento de autores en la capital y figuras aisladas en el resto del país, en los cuentistas del período revolucionario junto al gran número de escritores residentes en Ciudad de La Habana (por excelencia, el centro literario de la isla) se desarrollan otros narradores que hacen menos monolítica y metropolitana la incursión en el género.
Los núcleos de mayor desarrollo en el cultivo del cuento se encuentran, además del grupo capitalino, y con ciertos ascensos y descensos en su carácter fenoménico, en el oriente (Santiago de Cuba y Holguín, esencialmente), el centro (Sancti Spíritus, Santa Clara y Cienfuegos) y Pinar del Río, aunque existan también escritores con una obra destacada en otros territorios.
Ese fenómeno es aún más marcado en la cuentística cubana escrita en estas dos últimas décadas del siglo que ya cierra, caracterizada por una confluencia generacional (coexisten narradores del 40, del 50, del 60, del 70, del 80 y del 90) en un momento en que la creación alcanza niveles de calidad muy considerables en todas las promociones existentes, hecho que ha sido señalado por el crítico y narrador Francisco López Sacha como la vuelta del péndulo, ahora en un punto bien alto de su camino.
El período de oro de la narrativa cubana
Denominado así por el crítico cubano Ambrosio Fornet, el período iniciado con el triunfo de la Revolución y terminado en 1972 abrió las primeras vías para el reconocimiento internacional de las letras cubanas. En esos años se dieron la mano en los escenarios literarios cubanos autores como José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso y Lino Novás Calvo (que venían ya con una obra sólida desde la época prerrevolucionaria) con jóvenes narradores que vieron la solidez de su obra en esos primeros años como Guillermo Cabrera Infante, Antonio Benítez Rojo, Eduardo Heras León, Jesús Díaz, Norberto Fuentes, Reinaldo Arenas, Manuel Cofiño, y José Soler Puig, entre otros destacados nombres. Libros como Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas, El escudo de hojas secas, de Benítez Rojo, Los pasos en la hierba, de Heras León, Los años duros, de Jesús Díaz, Condenados de Condado, de Norberto Fuentes, Paradiso, de Lezama Lima, El pan dormido, de José Soler Puig y El siglo de las luces, de Carpentier, por sólo citar algunas, hoy constituyen clásicos de la Literatura Cubana de todos los tiempos y demuestran la madurez literaria y proyección universal alcanzada por nuestras letras en un momento similar de auge para la literatura latinoamericana.
El período gris
Las influencias literarias mal adquiridas de lo peor del realismo socialista, la politización de la cultura cubana hasta niveles que propiciaron el esquematismo y la creación de modelos literarios permitidos por la lucha ideológica del momento (fenómenos hoy reconocido por las autoridades culturales y políticas cubanas), entre otras muchas causas generalmente de origen no cultural, convirtieron a los años que transcurren entre 1972 y 1980, aproximadamente, en una tierra estéril donde sólo siguieron destacándose algunos nombres surgidos antes de la Revolución y en la época dorada ya mencionada, destacándose la obra de Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso, Reynaldo González, José Soler Puig, y surgiendo algunos nuevos nombres entre los cuales la crítica destaca la escasa creación (interrumpida por la muerte a los 30 años) de Rafael Soler (hijo de Soler Puig), con dos colecciones de cuentos imprescindibles para la historia de la narrativa de la Revolución: Noche de fósforos y Campamento de artillería.
El despegue del péndulo
El narrador y crítico cubano Francisco López Sacha denomina así al período que inicia con la década del 80 y que aún no termina. El desarrollo acelerado de dos movimientos narrativos diferenciados y sólidos y su confluencia generacional con las otras promociones ya mencionadas han propiciado muchos resultados internacionales importantes (la mayoría de los narradores cubanos residentes en el exterior de la isla con premios internacionales ya tenían una obra sólida en el momento de su salida del país) que han colocado a la Literatura Cubana de fin de siglo entre las primeras de habla hispana en todo el mundo.
Esas dos promociones: la del ochenta (que se inicia a fines del 70 y consolida en esa década) y la del noventa (que arranca a mediados del 80 y madura en la década del 90), junto a una nueva hornada de muy jóvenes narradores (entre 18 y 21 años) caracterizan y enriquecen el panorama de la narrativa cubana actual. De ahí que el despegue del péndulo sea una realidad y que, una vez llegado a la cima, no haya querido descender.
Si se quiere tener un real acercamiento a lo que sucede hoy en este campo en la isla, debe buscarse de la promoción del 80 (y ojalá disculpen los posibles olvidos) El jardín de las flores silvestres de Miguel Mejides, Un tema para el griego de Jorge Luis Hernández, El cumpleaños del fuego de Sacha, Donjuanes de Reinaldo Montero, Habanecer de Luis Manuel García, Casas del Vedado de María Elena Llana, Las llamas en el cielo de Félix Luis Viera, Un rey en el jardín, de Senel Paz y Tuyo es el reino, de Abilio Estévez, o la tetralogía de tema socio – policial de Leonardo Padura que incluye los títulos Paisaje de Otoño, Vientos de cuaresma, Pasado perfecto y Máscaras, y más recientemente la exquisita obra La novela de mi vida. De los narradores del 90 (una lista bien amplia) son importantes Matarile, de Guillermo Vidal, Señor de esperas, de José Mariano Torralbas, El muro de las lamentaciones, de Alberto Garrido, María Virginia se va de vacaciones, de Gumersindo Pacheco, Prisionero en el círculo del horizonte, de Jorge Luis Arzola, Cuentos para adúlteros, de Jesús David Curbelo, Sueño de un día de verano, de Angel Santiesteban, El derecho al pataleo de los ahorcados, de Ronaldo Menéndez, Manuscritos del muerto, de Amir Valle, La hora fantasma de cada cual, de Raúl Aguiar, El pájaro: pincel y tinta china, de Ena Lucía Portela (autora galardonada con el Premio de cuento Juan Rulfo en 2000), La noche del siguiente día, de Sergio Cevedo, Blasfemia del escriba, de Alberto Guerra, Mínimal son, de Ana Luz García, Cuentos frígidos, de Pedro de Jesús López, y Cañón de retrocarga, de Alejandro Alvarez, por citar sólo los más mencionados por la crítica nacional.
También de los más jóvenes narradores, nacidos esencialmente a partir de 1974, o que entran en pleno reconocimiento de su obra después de 1994, hay que destacar ya los libros Bad painting y Noche de ronda, de Ana Lidia Vega Serova, Paisaje de arcilla, de Alejandro Aguilar, Ultimo viaje con Adriana, de Rafael de Aguila, El perdón o la agonía de la vida, de Vladimir Bermúdez y La demora, de Waldo Pérez Cino.
El asunto Novísimos o Promoción del 90
Para ser justos habría que añadir a los comentarios anteriores algo de historia y decir que, como ya se ha dicho en numerosas ocasiones, fue a principios de la década del 80 (1981-1983) cuando comenzó a resurgir con fuerza la narrativa cubana actual, y su entrada a la vida literaria se produjo en un momento en que dos fenómenos interesantes marcaban el quehacer literario nacional: primero, la crítica arremetía contra el recién fallecido y entonces aún no superado período gris que en esos primeros años del 80 y hasta 1988 aproximadamente todavía se materializaba en un sinflictivismo de la cuentística nacional, en lo esencial en obras de autores de la promoción del 80, según lo hacían constar los análisis esgrimidos en varios eventos nacionales de narrativa y crítica, y segundo, comenzaba a evidenciarse con cierta fuerza un nuevo modo narrativo que caracterizaría a los propios narradores del 80, fundamentalmente en libros de Senel Paz, Abel Prieto, Miguel Mejides, y cuentos antologados de Sacha, Luis Manuel, Reinaldo Montero, Arturo Arango y Padura, entre otros.
La promoción más amplia en esta narrativa que podríamos llamar de fin de siglo es, sin dudas, la de los narradores del 90 o que la crítica ha denominado "Novísimos". Ya se ha reconocido que el protagonismo nacional inicial de la cuentística joven en esta promoción correspondió precisamente a escritores de Santiago de Cuba (José Mariano Torralbas, Alberto Garrido, Amir Valle), Guantánamo (Ana Luz García Calzada), Holguín (Roger Daniel Vilar), Las Tunas (Guillermo Vidal), Camagüey (Jesús David Curbelo, Gertrudis Ortiz), Sancti Spíritus (Gumersindo Pacheco), Ciego de Avila (Jorge Luis Arzola), Pinar del Río (Alfredo Galiano, Jorge Félix, Andrés Jorge) y en menor cuantía, La Habana (Roberto Rodríguez Lastre, Alberto Rodríguez Tosca).
La llegada de los últimos años de la década (1987) viraría la balanza hacia la cuentística escrita en la capital con la aparición fundamentalmente de otro importante grupo de narradores que lograron casi de golpe la condición de fenómeno literario a partir de otras propuestas temáticas y formales de impacto: los frikis o rockeros (Sergio Cevedo, Ricardo Arrieta, José Miguel Sánchez, Ronaldo Menéndez, Raúl Aguiar, Karla Suárez y Verónica Pérez Kónina, reunidos en el grupo literario El Establo).
Estos grupos son los que abren la década del 90 con una irrupción cuentística sin precedentes en la narrativa de la Revolución, a pesar de que la mayor parte de esas obras no resultaran publicadas por la realidad terrible del período especial.
Luego, a principios del 90 surge en La Habana el grupo literario "Diáspora", que comienza a hacerse notar por sus propuestas en los planos temáticos, formales, estructurales y éticos, con logros de indiscutible calidad, fundamentalmente, en la obra de Rolando Sánchez Mejías y en cuentos de algunos de sus miembros.
Estos finales de los noventa han sumado nuevos nombres a esa realidad nacional del cuento a la que nos hemos referido. Citando los jóvenes más destacados de algunas provincias podríamos mencionar a Héctor Prieto, Yomar González y Gleyvis Coro (Pinar del Río), Edgar London, Aymara Aymerich, Ana Lidia Vega y Susana Haug (Ciudad de La Habana), Pedro Luis Rodríguez (Sancti Spíritus), Carlos A. Pérez Triana (Matanzas), Vasily Mendoza (Ciego de Avila), Juan Manuel Maestre (Las Tunas), Katia Gutiérrez (Guantánamo), Rubén Wong y Alicio Venero (Santiago de Cuba), Michael Hernández (Holguín), Rafael Vilches, Delis Gamboa y Manuel Navea (Granma) y Nelton Pérez (Isla de la Juventud).
Cierre
Siempre habrá un paisaje a mirar más allá de la ventana. Siempre habrá colores, luz y sombras. Siempre habrá palabras para contar historias, cuentos. Quizás conferencias como ésta puedan ayudar a difundir ese amplio fenómeno que es hoy la narrativa cubana. Ojalá otras personas en este mundo de fin de siglo se atrevan, con sus propias manos, y buscando conocer (y conocernos) a abrir, como lo hizo Dios, ciertas ventanas, ciertas puertas que aún por ahí permanecen cerradas.

La Habana, 2002
* Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor, Ensayista, Crítico Literario y Periodista. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Ha obtenido los más importantes premios literarios del país, destacándose en los últimos años el Premio Nacional Razón de Ser de Novela 1999, el Premio Nacional José Soler Puig de Novela 1999 y el Premio Nacional La Llama Doble de Novela Erótica 2000. Ha obtenido importantes premios literarios en Colombia, México y Alemania en los géneros de novela y ensayo y ha sido finalista del Premio Literario Casa de las Américas en tres ocasiones: en cuento (1994) y en testimonio (1997 y 1999).Ha publicado los libros Tiempo en cueros (Cuentos, Cuba 1988), Yo soy el malo (Cuentos, Cuba 1989), En el nombre de Dios (Testimonio, Cuba 1990), Quiénes narran en Cienfuegos (Ensayo, Cuba 1993), Ese universo de la soledad americana (Ensayos, Colombia , 1998), Ciudad Jamás perdida (Novela, Suecia, 1998, traducida al sueco), La danza alucinada del suicida (Cuentos, Cuba, 1999), el libro de testimonio Con Dios en el camino (Siria, 2000, traducida al árabe), Manuscritos del muerto (Cuentos, Cuba 2000), Brevísimas demencias: la narrativa cubana de los 90 (Ensayos, Cuba 2001), Las puertas de la noche (Novela, España, y Puerto Rico, 2001), Si Cristo te desnuda (Novela, Cuba, 2001) y Muchacha azul bajo la lluvia (Novela, Cuba, 2001).

Enero 15, 2007