domingo, febrero 25, 2007

ADUANA PARA LA PRIMAVERA NEGRA

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Aduana para la primavera negra


Por Raúl Rivero


Madrid -- El comunismo venera la teatralidad de las cifras. De ahí que la Feria del Libro que acaba de celebrarse al pie de los muros sombríos de la Cabaña se mida por la cantidad de piezas en los mostradores y por el fulgor de la propaganda. El regocijo de sus organizadores está más justificado por los autores cubanos censurados que por los que se presentaron con música de bandoneón junto a un refuerzo de redactores argentinos de tercera fila.

Esta vez, mientras la caravana de cirquero enrumba hacia empobrecidas ciudades de provincia, a la lista eterna de autores prohibidos --de Guillermo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa a Zoé Valdés y Antonio Ponte-- se le debe agregar los nombres de Regis Iglesias, Néstor Rodríguez Lobaina, Oscar Espinosa Chepe y Jorge Olivera Castillo, cuyos libros (poesía, cuentos, ensayos) hallaron un espacio en la editorial Aduana Vieja, de Cádiz, España.

Para la feria del año que viene (si da tiempo a que venga con la misma envoltura excluyente y policial) ya tienen garantizada también su prohibición un libro de relatos de Luis Cino y otro de Juan González Febles, dos periodistas y escritores independientes que trabajan dentro de Cuba. Y, sin haber entrado en imprenta todavía, se sabe que faltará en los estantes de La Habana un nuevo libro de poemas del habanero Ricardo González, que lleva cuatro años en la cárcel. Estos tres cuadernos están en los planes editoriales de Fabio Murrieta, director de Aduana Vieja.

Todos viven en Cuba y son escritores reconocidos, pero sus nombres no entran en las tintas ciegas y parciales de los totalitarios. Ellos no quieren hombres libres, necesitan pajes de lacito azul prusia que sostengan su estructura de mando.

Esta semana quiero detenerme en uno de esos libros que acaba de empezar a circular y que dentro de poco, por algunos caminos, debe llegar a sus lectores naturales. Hablo de Huésped del infierno, de Jorge Olivera Castillo.

Yo no puedo recomendarlo. No puedo decirles a los lectores: ``Lean estos relatos que Olivera sufrió previamente. Vean estos retratos de la realidad cubana que el gobierno oculta.''

No puedo porque me podrán decir con ironía, incredulidad y sospecha: ``No, gracias. La recomendación viene de muy cerca.''

Y es verdad. El impulso a recomendarlo viene de muchas vecindades. Una de ellas, creo que la más importante, es la admiración que siento por Olivera como periodista, como escritor y como ciudadano.

Otra es que he conocido a los hombres que él dibuja. Los llamados presos comunes. Claro, con otros nombres, otros rostros y una historia común que impone la miseria.

Inocencio, en la cárcel en la que están Víctor Rolando Arroyo, Omar Saludes, Adolfo Fernández Saíz, Normando Hernández, Alejandro González Raga, Pablo Pacheco o Pedro Pablo Alvarez, se puede llamar Mauricio, Tony, Adrián, Roberlei o Alexander Amat y Companioni.

Las vacas que mataron los protagonistas de los relatos de Olivera fueron otras. Más tontas, con la luna del Caribe en sus ojos, dormidas sobre las cuatro patas en un potrero de cercas rotas. Otros los caballos macheteados como si fueran ellos los culpables del hambre. Con esas lágrimas enormes que dicen los matarifes que se les salen cuando el cuchillo corta con esmero el cuello esbelto y nervioso que corona la crin.

Hay más. Olivera y yo vivimos juntos un ejercicio de libertad que nos llevó a la cárcel con otros amigos y compañeros muy queridos que siguen entre rejas. Por ellos y por centenares de cubanos que están presos por amar y trabajar pacíficamente por la libertad de Cuba es que Jorge trabaja cada día para que nada se quede en el aire vano y en el olvido encubridor.

Quiero decir que Olivera es un hombre que se ha elevado espiritualmente por la experiencia de su vida misma y por su pasión por la lectura y su capacidad para observar. Lo que van a leer es, por lo menos, verdad.

La realidad y el dolor siempre desvelan y son más útiles, más dulces finalmente, que los encerados y las mentiras que los dictadores y sus ayudantes suelen tender sobre la sociedad.

Creo que una buena lectura de estas piezas ayudará a conocer mejor a Cuba y la existencia, el drama cotidiano, de miles de cubanos que han vivido y viven en un olvido descomunal diseñado en los talleres bárbaros del Partido Comunista.

Estas postales de Huésped del infierno pertenecen a la primavera del 2003, que fue realmente negra. Faltan muchas postales por salir por esa Aduana y por otras. Con el tiempo, aquella estación va a verse mucho más encapotada para los verdugos que la oscurecieron con la fuerza, la cárcel y la muerte.

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