LAS DOS CARAS DE RAÚL CASTRO
Las dos caras de Raúl Castro
Por Luis Manuel García*
El 31 de julio de 2006, a las 6:22 p.m., tras 47 años, 6 meses, 30 días, 18 horas y 22 minutos disfrutando del poder absoluto, Fidel Castro, por primera (y quizás última) vez, cedió el cetro. Y al lanzar la moneda al ruedo de la historia, apareció la cara del Castro menor.
Tras la desaparición de Fidel Castro, el escenario óptimo sería una transición rápida y ordenada hacia una sociedad democrática, respetuosa de los derechos humanos, y una economía de mercado abierta que sustentara el mantenimiento y la ampliación de las garantías sociales adquiridas. El imperio de la ley, la independencia de poderes, la competitividad política, la probidad pública y la meritocracia. Pero ese escenario no pasa de ser una puesta en escena de nuestras ilusiones.
En la realpolitik, la sucesión/transición cubana tendrá que sortear más abismos que el mulo de Lezama: el vacío de poder o las luchas por él; confrontaciones civiles; ajustes de cuentas; ambiciones externas e internas; capitalismo salvaje y depredador o (más) dictadura sin atenuantes; la gansterización de la sociedad agravada por las tentaciones del narcotráfico y la reconversión de militares y policías excedentes. En suma, dadas las alternativas no pocos analistas catalogan el raulismo como una de las variantes menos malas al inicio de una transición ordenada que, de momento, introducirá factores de mercado en la economía. En esto coinciden las autoridades norteamericanas, cuya prioridad es evitar un éxodo incontrolado hacia la Florida y la conversión de Cuba en puente del narcotráfico, objetivos en los que Castro 2 podría ser un aliado fiable. Por el contrario que su mesiánico hermano, Raúl es pragmático, buen administrador, escucha a sus asesores, trabaja en equipo y sabe que, careciendo de carisma y del áurea de líder providencial, su permanencia en el trono dependerá de que sea capaz de paliar, y rápido, las gravísimas carencias de la cotidianía cubana. Ese es su activo, pero la moneda tiene su cruz.
Aunque Fidel Castro nunca fue un intelectual, siempre supo adiestrar y pastorear a una manada de intelectuales extranjeros útiles como portavoces de lujo y, en el ecosistema cultural doméstico, ha aplicado con éxito el palo y la zanahoria, dosificando con exactitud la represión, abriendo y cerrando la válvula de escape, atento siempre al marketing. Sus medidas extremas contra los intelectuales han tenido, en general, un propósito pedagógico, disuasorio. Su hermano, por el contrario, cuando mencionan la cultura saca los tanques --con la venia del altísimo, que le ha permitido jugar de vez en cuando con su espada flamígera--: la persecución de homosexuales, que asoló la cultura, y las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP); los ataques desde la revista Verde Olivo, dirigida por Luis Pavón, que desembocaron en el conocido Caso Padilla; el cierre del Centro de Estudios de América durante los 90, por sus ideas alternativas, ni siquiera contestatarias. Y de tal palo, astillas como Luis Pavón y Carlos Aldana que saltaron desde la oficina de Raúl para ''atornillar'' la cultura. La cruz de aquella cara ha empezado a asomar en la moneda. La noche del 13 de diciembre pasado, el programa televisivo La Diferencia invitó al comandante Jorge Serguera, ex fiscal de los tribunales revolucionarios cuando los pelotones de fusilamiento trabajaban horas extra, y ex director del Instituto Cubano de Radio y Televisión, otro tribunal, pero contra la cultura. Emergiendo del peculiar parque jurásico donde descansan los defenestrados, el comandante Serguera se confesó enamorado del caviar, de Paul McCartney y Elvis Presley. Otro programa, Impronta, exhumó al difunto político Luis Pavón, expresidente del Consejo Nacional de Cultura, castrador de la inteligencia durante su período más negro, y resaltó sus ''aportes a la cultura cubana''. Aportes que oscilaron entre la parquedad y la distancia: entre los obligados a continuar su obra en el exilio, y los silenciados sin remedio. Un tercer fantasma, el cazagays Armando Quesada, revoloteó en Diálogo Abierto, justamente lo que él proscribía.
La reaparición de tanto ectoplasma no es peligrosa por los propios resucitados, en trance de desvanecerse definitivamente, pero sí como indicio. En Cuba, dado el férreo control sobre los medios, las casualidades no existen, y tres ''deslices'' son todo un diseño de programación. ¿Se prepara un recrudecimiento de la intolerancia? ¿Volverán las oscuras golondrinas de la censura, el ostracismo y la dirección de la cultura como se manda un campamento?
De momento, numerosos intelectuales cubanos han reaccionado con indignación. Se ha llegado a recordar que la represión sólo puede prosperar si cuenta con el silencio, la pasividad y el miedo. Un saludable síntoma, aunque el jugueteo con la cadena no se haga extensivo al mono, y aunque 1,500 años de cárcel por delitos de opinión repartidos entre 75 compatriotas no despierten idéntica repulsa. Entre la heroicidad y la supervivencia hay un vasto campo minado. ¿Aceptarían de nuevo los intelectuales la administración política absoluta (la actual es discrecional, selectiva) de sus palabras y de sus silencios? Me atrevería a aventurar que no. En primer lugar, la mitología de eso que se ha dado en llamar la revolución cubana ha caducado en el imaginario colectivo. Queda apenas el parque temático --sexo, ruinas y chevrolets del 50--. En segundo lugar, Raúl Castro no es el Mesías. Su ira no sería, como la del Señor, inapelable. Al pasar de nuevo el gobierno a manos del hombre, la herejía apenas clasifica como desobediencia. Los hombres pueden recuperar su papel ante el gobierno de otros hombres.
En 1961, el poeta Evguéni Evtuchenko, llegado de una Rusia tímidamente posestalinista, contempló admirado cómo los escritores se atrevían a defender sus posiciones frente al poder. El proceso de deificación de Fidel Castro apenas había comenzado. Hoy, los escritores se niegan públicamente al remake de sus ''viejos pánicos''. El nuevo poder ensaya una apertura siciliana con peones sacrificiales, desechables. Si los intelectuales acataran mansamente la jugada, el poder jamás aceptaría concertar tablas. Tras cincuenta años de fidelismo confesional, Cuba ha empezado a ser un país laico.
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Escritor y periodista cubano. Reside en Madrid
Luis Manuel García (La Habana, 1954) ha publicado, Un asombro pendiente (poesía, 1994) y El restaurador de almas (novela, 2002). Ha dictado conferencias en universidades de Cuba, México, Brasil, Alemania, España y Suiza. Sus textos periodísticos y literarios han sido traducidos a ocho idiomas en publicaciones periódicas, selecciones y antologías de América y Europa. Es jefe de redacción, en Madrid, de la revista Encuentro de la Cultura Cubana
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