SIN ETIQUETA - TRISTE DESTINO
Sin etiqueta – triste destino
Por Luis A. Baralt
Nunca he sido amigo de las etiquetas en materia de política o ideologías. (En todo caso, no queda más remedio que, a veces al menos, guiarse por ellas en lo que va de productos sanitarios o incluso de cotidiano consumo.) Y los tiempos me demuestran que sería vana la esperanza de que los etiquetados fueran capaces de demostrar otra cosa que la fatuidad, la hipocresía y la gran falacia de su “garantía de origen”.
Pero en distintos momentos de mi vida, me he sentido que debía etiquetarme, o unirme a unos u a otros, según fuera el marco anímico que imperara en mí a raíz de los acontecimientos. Y no hay duda que todos somos presa de cierta volubilidad. Desgraciadamente, por eso se instituyó en España lo que ha dado en llamarse disciplina de partido. Me he sentido socialista -- sí, a veces, frente a la insensibilidad de una clase pudiente entronizada, miope y egoísta; otras, conservador -- también, como cuando me enfrento a los ridículos esfuerzos de los populistas, entre los primeros, de cambiarlo y reordenarlo todo (a fin de que todo cambie para que nada cambie, como se observa a diestra y siniestra); y otras más, liberal -- casi siempre, cuando se usa el término correctamente (pero no cuando como en los EE.UU. se usa en referencia al izquierdismo más vocinglero, o como cuando en Hispanoamérica se usa, o más bien usaba, como sinónimo de oportunismo corrupto y demagógico). Cabe apuntar que, en la América hispana, el liberalismo produjo a personajes como Machado, Trujillo y los Somoza, y que al cabo se convirtió en un conservadurismo disfrazado, mientras que el clásico tendía desaparecer.
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Y oigo a un líder democristiano como el señor Durán Lleida en Cataluña afirmar, flagelando a su aliado natural, el Partido Popular, diciendo que éstos no pueden “criticar a las instituciones de jueces y fiscales unas veces sí y otras no, como les convenga”, es decir, cometiendo la insidia (no se le puede decir burrada, pues el señor Durán no es tonto) de agrupar jueces (institución) con fiscales (peones del poder ejecutivo, siempre criticables como todo gobierno). Es en casos como éstos que me pregunto: ¿cómo podría etiquetarme de demócrata-cristiano ante falsedades acomodaticias de este tipo, de las que mucho abundan entre los correligionarios de la DC, a pesar de mi inicial simpatía por ese movimiento?
Después surge un gran y poderoso empresario, el señor Polanco
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En fin, es un triste dilema el mío, pues la conciencia me impide militar disciplinadamente en bando alguno. Las únicas etiquetas que me podría aplicar serían las de: civilista, demócrata, independiente-pensador (no “librepensador” por lo de la connotación ateísta que desgraciadamente implica, pues no lo soy), amante de la Libertad con mayúscula y la sensatez, patriota (con respecto a las tres naciones a las que debo nacimiento, acogida y refugio – Cuba, EE.UU. y España) y, simplemente, hombre de buena voluntad.
Desgraciadamente, ninguna de estas etiquetas está amparada por siglas de tipo alguno, como no sean las del PUP cuando vivía en México (otro refugio entrañable), que significaban Partido Unido de los Pendejos. Este partido, uno de los más populares en el país azteca, donde “pendejo” significa algo así como “boberas” o cándida víctima de las circunstancias -- como el entrañable Cantinflas --, debería internacionalizarse para poder muchos de nosotros unirnos al mismo.
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