LA CELDA DE LOS TB LOS TALIBANES COMEN MANZANAS
Tomado de Cuba Encuentro.com
La celda de los TB
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La vida real de Normando Hernández y el doctor Alfredo Pulido López, dos hombres inocentes que están presos y padecen tuberculosis.
miércoles 9 de mayo de 2007 6:00:00
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Raúl Rivero
Madrid
Alberto Castiñeira fue el primer enfermo de tuberculosis que conocí en la cárcel. Llegó tinto en sangre una noche a la enfermería, casi inconsciente, con una herida larga en el brazo izquierdo y otra redonda y profunda que parecía una pulsera viva en la muñeca de la mano derecha.
Lo trajeron entre cuatro guardias. Era un tipo enorme y muy blanco. Lo dejaron sobre la mesa de curaciones. Al poco rato entró un médico, le cosió las heridas, ordenó que le pasaran una transfusión y que lo dejaran en observación 24 horas.
Supe enseguida por otros presos que a cada rato este hombre y dos o tres más del grupo de los tuberculosos (Eduardo Cervantes, José Castañeda) se picaban las venas para protestar por la mala alimentación que recibían, para que se conocieran los atrasos en el suministro de los medicamentos y por el abandono general en que estaban.
Con un poco más de libertad de movimiento, hacinados en una galera improvisada, junto al almacén del comedor, con una entrada independiente sobre el patio, a la altura del pasillo de las celdas de castigo, en la prisión de alta severidad de Canaleta. Enfrente, a sólo unos pasos por la hierba, una garita con un centinela armado y las tres cercas que rodean la cárcel. Ese es el paisaje que tiene que mirar ahora, día y noche, el periodista Normando Hernández, que contrajo esa enfermedad allí y se le descubrió hace dos semanas.
( Normando Hernández )
En ese portalón debe estar ahora, cada vez que pueda, lejos de los baños turcos, las moscas, los ratones, a la espera de que uno del grupo vaya a la cocina a buscar la comida, que es el mismo menú de campo de concentración que le dan a todos los reclusos, reforzado con una cucharada más de arroz y algún plátano burro o una tajada de calabaza, si ha venido el camión del suministro y queda algo de sobra que no haya llamado la atención de los que mandan.
Normando tiene ahora un nuevo apelativo para uso exclusivo de los carceleros. Además de C.R. (contrarrevolucionario), será un T.B. (tuberculoso). Recuerdo siempre los gritos de los guardias, órdenes rápidas, gritadas por los jefes: "No dejes que los C.R. pasen por ahí. Mucho cuidado con esos C.R.". O estas otras: "Cierra la puerta intermedia de los T.B, que se queden afuera y entre uno solo".
Así, Normando en Canaleta y el doctor Alfredo Pulido López en la prisión camagüeyana de Kilo 7. Esta semana lo supo Rebeca Rodríguez, su esposa. El médico, que cumple una condena de 14 años, se enteró a finales de abril, cuando le hicieron la prueba del Mantoux.
Pulido pasa a ser también un TB en Kilo 7. Esta enfermedad es el golpe definitivo para su salud devastada por los rigores de cuatro años de encierro en calabozos insalubres. El prisionero desde hace tiempo padece de hemorroides, amigdalitis, gastritis y neuralgia occipital. Como un castigo adicional, Pulido, que es odontólogo, ha perdido ya parte de su dentadura por falta de atención.
( Alfredo Pulido )
Esta es la vida real: la agonía constante y la vida en un hilo de hombres inocentes que están presos para que una reserva de estalinistas ineptos culmine la obra maestra de arruinar y destruir el país.
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Es honorable la preocupación por los presos de Guantánamo, pero entra en la categoría de miseria humana el olvido de los luchadores cubanos por la libertad.
Raúl Rivero
Madrid
La obsesión de diversas personalidades e instituciones del mundo por la vida y el destino de los presuntos terroristas arrestados en la base naval norteamericana de Guantánamo muestra, con pasión, el desvelo por el respeto a la legalidad y al trato humano que merece cualquier hombre preso. También enseña el desprecio o la indiferencia de esos mismos factores por los suplicios del presidio político cubano.
En las decenas de documentales y reportajes que se han filmado en las instalaciones de la cárcel estadounidense, todos hemos podido ver siempre las condiciones higiénicas, de alimentación y de atención médica que reciben esos prisioneros, cautivos bajo sospecha de haber participado en brutales actos de terrorismo.
Su situación es la que inquieta a quienes protestan, aunque algunos también lamentan la estrechez de los cubículos donde viven y de los espacios habilitados para sus oraciones diarias.
Esos probables talibanes hacen llorar a las señoras y los señores que adoran los derechos humanos, aunque sea sólo de algunos humanos. Pero no hay ni un minuto de atención para un sitio que está cerca, con sólo atravesar la bahía de Guantánamo, la cárcel comunista de Mar Verde. Allí podían recibir un ataque masivo de envidia los torvos administradores y torturadores de los campos nazis y soviéticos.
A esa región de Cuba, bajo el control de la dictadura de Fidel Castro, nadie quiere mandar una cámara; nadie protesta porque los presos (tanto políticos como comunes) no tienen agua. Los carceleros llevan unos pomos plásticos que contienen seis vasos cada uno. A los reclusos les pertenece un vaso cada día. En ocasiones, se pueden pasar dos días sin agua para beber.
'Nuestros presos no les importan'
No ha sido ninguna institución internacional la que ha hecho esta denuncia. Es alguien muy cerca del dolor, Ana Belkis Ferrer, hermana del preso de conciencia Luis Enrique Ferrer, condenado a 28 años en el 2003 y activista del Movimiento Cristiano Liberación.
Es ella la que explica en una conversación telefónica con el Puente Informativo, que no hay agua para bañarse, ni para lavar la ropa, ni para limpiar los baños. Esto impide que los reclusos puedan dormir y los pone en peligro permanente de contraer infecciones y otras enfermedades, además de la compleja convivencia en medio del hacinamiento que se padece en las más de 200 cárceles cubanas.
( Luis Enrique y José Daniel Ferrer García, opositores pacíficoas cubanos, los cuales están cumpliendo respectivamente 28 y 25 años de cárcel )
En el otro extremo de la Isla, en la prisión kilo 5 de Pinar del Río, Horacio Piña Borrego cuenta a su familia que una plaga de piojos asola a la población penal, y como tampoco hay agua, ni detergentes, ni jabones, los insectos invaden y dominan el penal.
Si a estos dos hechos puntuales denunciados esta semana se le añade las reseñas de las palizas, los castigos diarios, los controles de la correspondencia y el menú del sistema carcelario, uno de cuyos platos más codiciados suele ser un huevo hervido, con hierba y una pieza minúscula de pan, debemos convenir con los familiares de los presos cubanos: nuestros presos no les importan a esos demócratas.
Tampoco se puede alegar que los cubanos han sido procesados por tribunales normales. Yo estuve frente a esos jueces que en vez de mirar los documentos miran los ojos de la policía política y de los comisarios. Que en vez de impartir justicia, tratan de ponerles timbres legales a la represión de una dictadura.
Es buena y honorable la preocupación por la situación de los presuntos asesinos presos en Guantánamo. Pero entra en la categoría de miseria humana, en la historia universal de la infamia, el olvido de los luchadores cubanos por la libertad.
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