BAILANDO CON EL ENEMIGO
Bailando con el enemigo
Por Andrés Reynaldo
De igual modo que a la derecha democrática del exilio las sábanas se le empapan de sudor ante los excesos de una extrema derecha que vocifera en proporción pasmosamente contraria a su peso específico, a menudo a los liberales les toca tragar sal con los dichos y obras de ese sector ni fú ni fá (no veo otra manera de clasificarlo) que sin el más leve sonrojo le reclama a Miami todo aquello que suele concederle a La Habana.
El anecdotario es amplio y los caracteres, a veces, alcanzan una esperpéntica cota de contradicción. Bajo la etiqueta de ''moderados'', como una marca de habanos para fumadores principiantes, algunos de estos exiliados ofician un anticastrismo cool (o más bien porno) que hace las delicias de cierta prensa europea y norteamericana. Entre ellos, disfruto de una paradigmática galería de dos o tres personajes cuyas andanzas colecciono con fervor quinceañero, tal como atesoraba los restos de la estela de los prohibidos Beatles que las olas arrojaban en las sovietizadas playas de la Cuba de fines de la década de 1960.
Desde el cubanólogo que ni aun en la cama admite que Fidel Castro sea un dictador, hasta los ancianos promotores de un diálogo de sordos que todavía miran el mundo desde la bonchista escalinata de la Universidad de La Habana de los años 40, estos moderados han acabado por distanciarse de la realidad cubana aún más que los furibundos ultraderechistas del micrófono abierto. Con la redentora diferencia, valga aclararlo, de que a estos últimos no los ciega la descocada trivialidad de sus ambiciones sino un legítimo dolor ante el naufragio de su patria.
En verdad, esta corriente de opinión que se persigna ante Posada Carriles y se humedece con Ricardo Alarcón apenas podrá incidir en el futuro de la isla, cuya dinámica estará regida por las fuerzas políticas internas. Visto como una promesa de futuro, tanto en la clase gobernante como en la disidencia las ideas vuelan a otra altura, es decir, con los pies sobre la tierra. Sin embargo, me preocupa la influencia de estos plattistas de izquierda en las posiciones de una futura administración demócrata sobre el exilio en general y el tema del embargo y la Ley Helms-Burton en particular. Nada asegura que el Partido Demócrata no cometa el mismo error del Partido Republicano: dejar que sus correligionarios en el exilio le interpreten la situación en Cuba a partir de una mentalidad de madre sustituta. (Me explico: cobrar por parir una criatura de cuyo destino no se harán responsables).
Tal vez sea porque estoy acabado de levantar al redactar esta nota, pero más allá de Raúl Martínez, Joe García y el senador Bob Menéndez no consigo dar con el nombre de ninguna otra figura demócrata entre los exiliados cuya posición frente al castrismo tenga la misma contundente claridad que la de la derecha.
Por ejemplo, el 18 de agosto del 2006, cuando todavía los cirujanos hacían malabares en el quirófano con los tres anos del Comandante en Jefe, el líder del Comité Cubano por la Democracia (CDC), Alfredo Durán, aseguraba al diario madrileño El País que el mayor mito del exilio en Miami es creer ''que aquello es una dictadura férrea''. De paso, añadía que para Cuba ''el embargo es un acto de guerra, y un país en guerra toma acciones extraordinarias como suspender derechos civiles, meter a la gente presa, limitar la libertad de prensa. . .'' Ignoro en qué ríos querrá pescar el CDC con estas joyitas dignas de Rigoberta Menchú; sospecho que puede acabar llevándose a casa el pestilente pez muerto del rechazo unánime de los cubanos comprometidos con la libertad en la isla y el exilio.
Hoy por hoy, el embargo y la Helms-Burton constituyen elementos deformadores y hasta peligrosos para el tránsito de Cuba hacia la democracia. No cabe duda de que el levantamiento unilateral del embargo representaría una colosal (y efímera) victoria política para el castrismo. Eso sí, ha sido la victoria más temida por Fidel, quien no ha perdido una sola oportunidad de aplazarla. Por otra parte, la Helms-Burton contiene la abusiva y humillante potencialidad de implicar a un poder extranjero en la certificación del gobierno cubano que suceda a la dictadura. Considerada la conflictividad histórica de las relaciones cubano-americanas, así como la necesidad vital que la Cuba del mañana tendría de una productiva y límpida vecindad con Estados Unidos, conviene desmantelar cuanto antes estos mecanismos que, de hecho, no benefician a ninguna de las dos naciones.
Ahora bien, es repugnantemente inmoral, aparte de un grave error político, abogar por el levantamiento del embargo y rechazar la Helms-Burton desde una posición que niegue la esencia totalitaria del castrismo, olvide su contumaz renuencia a la apertura interna y externa y achaque sus continuos e innumerables crímenes a tales o cuales decisiones de Washington o el exilio en Miami. No nos equivoquemos, Castro, en pleno uso de su omnímoda voluntad, ha sumido a la isla en su más profundo abismo moral, social y económico, y sobre su grosera conciencia pesan la sangre y las lágrimas que pocos tiranos han tenido la mezquindad de arrancar a sus pueblos.
Si los demócratas ganaran la presidencia, se presentaría una ocasión única de revisar la estrategia hacia Cuba desde ángulos más realistas. Sería cuestión de que la Casa Blanca pegara la oreja a las voces de la isla, más allá de derechas e izquierdas, por primera vez en medio siglo. Lamentablemente, este es un paso que los exiliados no hemos sabido bailar. Unos porque quieren fusilar a la abuelita de Elián. Otros porque aún no se han liberado de Fidel.
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