jueves, junio 07, 2007

EL CUENTO DE LA BUENA PIPA

El cuento de la buena pipa


Por Miguel Cossio

Estados Unidos debe escoger de una vez cuál herramienta filosófica va a emplear en su política hacia Cuba: el pragmatismo tradicional o el idealismo libertario que alimentó el espíritu y la obra de sus Padres Fundadores. Esa tendría que ser una definición de consenso, a la que deberían llegar los políticos, demócratas y republicanos, en el Congreso y en el gobierno, después de 50 años de escuchar variaciones del mismo cuento de la buena pipa en ambos lados del estrecho de la Florida.

Traigo el tema a colación a propósito de las declaraciones del presidente Bush y de su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, quien dijo durante su fugaz visita a España que los cubanos merecen algo mejor, mientras criticaba con dureza al gobierno español por negociar en lo oscurito con la dictadura cubana.

Semanas antes de que Bush llamara al ''mundo a trabajar para que en Cuba haya libertad y no estabilidad'', tuvo lugar en Washington una reunión secreta para examinar la situación en la Isla, cuyo contenido aún no ha trascendido a la prensa, según me contó uno de los asistentes.

Expertos y representantes de las agencias de inteligencia y de instituciones del gobierno norteamericano expusieron sus puntos de vista sobre los más recientes acontecimientos y sobre el camino que, a su entender, Estados Unidos debe seguir. Fueron varios los temas que se analizaron y hubo opiniones encontradas en diversos sentidos, como cuál es la mejor manera de apoyar a la oposición interna en Cuba.

Estaban presentes, por supuesto, los pragmáticos que apuestan por un cambio pero muy a largo plazo, después del fin de la era, no de Fidel, sino de Raúl Castro. Esos mismos que pugnan por eficientes medidas burocráticas de contención. No más sanciones. Cero sobresaltos. Nada que lleve a la desestabilización del régimen, y que signifique un peligro para los Estados Unidos.

Entre los invitados, estaba también un personaje singular que llamó la atención por sus argumentos contra la tesis de recurrir al pensamiento pragmático para tratar el asunto cubano. El hombre dijo que era preferible el caos si al final triunfaba la democracia en Cuba. Y comparó el caso con las experiencias de la ex Unión Soviética y Checoslovaquia, donde se corrieron grandes riesgos, incluyendo los militares. A la larga, dijo, lo mejor y más seguro para Washington es el establecimiento de la democracia donde ahora no existe. Ninguno de los participantes lo rebatió.

El episodio desempolva un debate acerca de un tema ideológico que subyace en la ética de la política norteamericana. ¿Cuáles son los límites morales del pragmatismo? La historia ha demostrado cuán caro le salió a Estados Unidos tolerar a dictadores en su traspatio, como Trujillo, Somoza, Stroessner y Pinochet, entre otros. Ellos fueron los sons of a bitch, causantes en buena medida del antiamericanismo latinoamericano.

El pragmatismo ha sido uno de los pilares de la política norteamericana y una de las mayores contribuciones de Estados Unidos al pensamiento filosófico. Como método de razonamiento, se basa en la experiencia. Sólo sirve aquello que funciona en la práctica. Ninguna acción es buena o mala por sí misma. Lo único que cuenta son los resultados concretos.

William James, el padre del pragmatismo estadounidense, escribió que ``si no es posible trazar ninguna diferencia práctica, entonces las alternativas significan lo mismo y la disputa resulta inútil. Cuando una disputa es seria, debemos ser capaces de mostrar alguna diferencia práctica que determinará que una parte u otra parte está en lo cierto''.

Llevado esto a la política norteamericana hacia Cuba, podría plantearse que en el plano teórico se está dando una disputa entre quienes justifican el pragmatismo más primitivo y quienes abogan por el idealismo más puro; entre quienes defienden el comercio con Cuba por razones de mercado y quienes sostienen que la misión de Estados Unidos es impulsar la libertad y la democracia en el mundo.

Habrá que ver por cuál posición se define la Casa Blanca, si es que las intenciones de Bush representan un regreso a la esencia del idealismo neoconservador, por el que pujaron Ronald Reagan y Jeanne Kirkpatrick; o si corresponden a un simple giro retórico que evita hablar de las ventas de papas y pollos a Cuba, mientras promueve sanciones que no quiebran el esqueleto del régimen y espera pacientemente la muerte física y política de los Castro.

Al final, como en el cuento de la buena pipa, no importa lo que se diga, sino lo que se haga.