LA OLA MARINA LAS VUELTAS QUE DA
La ola marina, las vueltas que da
Por Luis Cino
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Dicen que una enorme ola se abatió brutal sobre las playas del este de La Habana la tarde del domingo 27 de mayo; que tenía más de 8 metros de altura y que arrastró hacia el mar a los bañistas. Dicen que 8 se ahogaron. Otros afirman que fueron 12 las víctimas del fenómeno.
Otras versiones niegan la historia del micro tsunami y culpan de los ahogados a un peligroso banco de arena que se extiende por la costa, desde Santa María del Mar hasta Guanabo.
Todo se resume en lo que dice la gente en la calle, porque oficialmente, como siempre, es muy poco lo que se dice.
El periodista Antonio Resíllez, comentarista de temas nacionales del idílico Noticiero Nacional de Televisión, se refirió, como quien no quiere las cosas, a los fallecidos por accidentes en las playas habaneras del este durante el pasado año. Exhortó a redoblar las precauciones en la actual temporada veraniega para evitar accidentes.
No bastó. Más bien, los rumores aumentaron a los niveles del disparate.
Más de una semana después, los periódicos Granma y Juventud Rebelde informaron, con reluctancia y escuetamente, acerca de 8 ahogados. Como si no quedara más remedio que informar del hecho para salirle al paso a los rumores.
Una vez más, los cubanos nos enteramos de lo que pasa en Cuba por "la antena", por Radio Martí o por los chismes de Radio Bemba. El gobierno informa, si lo hace, cuando ya no tiene otra opción. Generalmente, es tarde para evitar que se disparen los rumores. Aún los más absurdos.
¿Para qué negarlo? Lo sabemos. Los cubanos somos exagerados y nos entretiene el chisme. Es nuestro defecto nacional. Sólo que el secretismo oficial agrava el asunto. En Cuba todo es secreto de estado, pero a los cubanos, los secretos nos dan mucha picazón.
En la prensa cubana no hay amarillismo. Cual si fuera el mejor de los mundos, tampoco hay crónica roja. Como si en esta sociedad no existieran asaltantes, violadores, sicópatas y nadie matara por celos. Como si pasáramos la vida en los preparativos de la próxima marcha combatiente.
Pero sucede que ocurren cosas malas y peores. Siempre nos enteramos de casi todo. Sólo que con las distorsiones, truculencias, exageraciones de los que juran ser testigos de los hechos o "saberlo de buena tinta".
Ahora resulta que, además de las epidemias, los desastres naturales, mientras no hable de ellos "la prensa del enemigo", se convertirán también en secreto de estado.
No sé cual será la lógica del secretismo en este asunto de la ola o lo que sea. Supongo, no se me ocurre otra explicación, que sea para que no se espanten los turistas de las playas de Cuba. Que en ellas hay bastantes policías para que no haya ni accidentes.
En virtud del misterio de logia masónica de los gobernantes cubanos, las bolas llenan el vacío que crea la falta de información. Son tan antiguas como la revolución castrista y amenazan tener mayor longevidad que ella. Cuando haya libertad de prensa, puede que se nos quede la desconfianza hacia los medios. También la costumbre de regar y creer las bolas.
Una verdad a tiempo es siempre menos dañina que el más pequeño de los rumores. Tal vez cuando el gobierno cubano aprenda esa lección y se decida por la glasnost, empiece a tener algún éxito en su lucha contra "la antena", los periodistas independientes y toda la prensa que se empeña en calificar de "enemiga".
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