miércoles, junio 20, 2007

LOCOS DE LA VIBORA

Tomado de Contacto Cuba.com


Locos de la Víbora

(Primera parte)

Autor: José Luís Amiéiro Rodríguez.

amieiro@hotmail.com

Después de haber vivido 24 años en El Calvario, conseguí una permuta para la Víbora. Y por allí viví desde el año 1988 hasta el año 2000 en que me vine para España. Doce años. Y conocí personajes interesantísimos que merecen ser recordados con cariño, aunque por gancho titule a esta crónica “Locos de la Víbora” ¿Y por qué? Pues porque, en primer lugar, cualquier ser humano merece mi respeto y en segundo lugar porque sólo los orates, los niños y los beodos dicen la verdad.

El loco traspasa la barrera del convencionalismo y me viene a la memoria aquel viejo diálogo:

— ¿Qué es la razón?

— La locura de todos.

— ¿Y qué es la locura?

— La razón de uno.

Hay locos que son contundentes, que conversas con ellos y te ponen en tres y dos. El loco cubano es uno de ellos.

La memoria nos juega malas pasadas, pero qué le vamos a hacer si la cuestión radica en rescatar por los pelos hechos que uno ha vivido.

En el paradero de La Víbora había un loco que era igualito a Pedrito el de Los Van Van. Lucía su extraña vestimenta ( ecléctica) por el paradero y todos los choferes hacían el día con él. Aunque era más delgado, pero tan mulato como el músico. Y más bajito, menos corpulento, pero en conjunto se le parecía mucho. Usaba un atuendo extraño, una mezcla de militar y músico, pues andaba con una batuta o fusta y unos mostachos que le imprimían ese aire de personaje de la gran escena musical. Unos pantalones de colores vivos, un sombrero de yarey y una casaca verde oliva.

Una vez conversé con él. Había estado en la guerra de Angola y me contó hechos horrendos: bombardeos a caseríos, asesinatos, cercos … Y de todos había salido ileso, menos de su locura que portaba con cierto aire de elegancia, aunque sin altanería, siempre presto a servir, a ayudar. Hace unos años supe que había muerto, abandonado por su familia. Mujer e hijos. El gobierno ni las instituciones nunca se ocuparon de aquel personaje legendario.

A la gente que bajaba presurosa por la calzada de Diez de Octubre le asaltaba la curiosidad de aguijonearlo. Él respondía a las provocaciones lanzando lo que tuviera a mano, y de paso se excretaba oral y ampliamente en el gobierno de la Isla.

Y si la memoria no me falla, su nombre era Pedro Gutiérrez ,( y que alguien me rectifique si es una errata). Un orate que imprimía la impronta de la rebelión, de la liberación, sin temores. Un loco.

Aparecía de vez en cuando por el policlínico “Luís Puente Uceda” donde yo almorzaba, y gustaba del ron, del cual llevaba en el bolsillo trasero del pantalón una amplia reserva. Más de una vez almorzó con nosotros en el comedor del centro: chícharos, croquetas, pan … ¡No mucho! ¡Comía tan poco!

Ronroneaba como un avión en picada y contaba que había visto a Savimbi en persona, que llegaba a las aldeas y hacía disparar a sus secuaces balas de salva contra su pecho, sin camisa, creándose una leyenda entre los lugareños de irrefutable e invencible. Le temían. Les metía en la cabeza que ra un escogido por los dioses para liberar al país de los cubanos, del invasor extranjero. Y ronroneaba. Contaba:

“ Docto los aviones en picada. ¡Bum! ¡Los obuses! ¡Las bombas! ¡Las aldeas, docto! ¡Los niños saltaban en trozos! ¡Bum! Yo fui coronel, docto, coronel. Y no cojo un centavo del gobierno, no lo quiero. ¡Los aviones, los cercos! ¡La malaria! ¡Bum!” Y se daba un buche de ron, empujaba la bandeja con la comida, lejos de él.

“Volaban bajito, en medio de la noche. Nos diezmaban. Los angoleños nos vendían por muy poco. Un poco de algo. Muy poco. Y , BUM.¡¡¡¡¡ Ratatatatatatatatatata!!!!”

“Tengo el sonido de las antiaéreas disparando dentro de mi cabeza. La noche surcada de proyectiles. El llanto de los niños, sin padres, con las madres desnutridas. ¡Bum! ”

“Fue del carajo, ¡en mis brazos tuve un niño sin cabeza! ¡BUM! ¡Cercados! ¡Ríndanse!, gritaban la gente de Savimbi. ¡Quince años de guerra! ¡Coronel Gutiérrez, preséntese, me decían mis superiores! ¡Cuarenta días a pan y agua, resistiendo!¡Un cerco!”

“Me arrastraba con mi AK -47, ¡sabroso! Ratatatatatatattatatattatattata ….. Agotaba el cargador, treinta balas. ¡Cargaba! ¡Apuntaba! ¡Fuego, ordenaba! Una estupidez de esta mierda de gobierno. Y yo, el coronel Gutiérrez soy un mierda. Nunca supe negarme. Un mierda. ¡Los chamas en pedazos! ¡BUM!”

“No puedo arrancar de mi cerebro el llanto de los niños, la miseria de los caseríos …”

Con el bastón se señalaba la sien. Y repetía: “¡Los niños, docto! ¡Cercados, sin jama! ¡Coronel! ¡ Sin balas, brother, sin balas! Los abastecimientos no llegaban. Me rompía los calzoncillos para vendar a los heridos.¡Más de un cuarto millón de cubanos! ¿Y qué?”

Un trago de alcohol. Y lloraba a pesar de tener más de sesenta años. Un día lo encontraron muerto. Solo. Lejos de la guerra, pero con los niños y la muerte en su mente.

Y yo lloraba, me metía en el baño y Pedrito con su trova. Lo contaba todo a su forma, pero tan bien, tan perfecto. ¡Qué locura, por Dios!¡Enviar a casi medio millón de cubanos en 15 años! ¡Le ronca!

Lo terminó de rematar, de volver loco, un juicio sumarísimo en el que firmó la orden de ejecución de un recluta de veinte años, en plena jungla africana. Lo ejecutó personalmente por presunta delación. Lo estranguló con un pañuelo para no descubrir la posición del batallón. El joven se mostró como todo un valiente, sólo le suplicó que le dijera a su vieja en Cuba que lo sentía mucho, que no podía ayudarla a terminar su casita en El Romerillo. Una casita de tablas. Humilde.

“Docto, veinte años. Lo estrangulé con una mierda de pañuelo de seda. Un asesinato. Pero la gente de Jonás Savimbi me seguía los pasos, nos hubiesen descubierto. Era muy delgado y se le botaron los ojos cuando apreté el pañuelo alrededor del cuello. No gritó, ni lloró. Nunca había tenido novia. Nadie le escribía, sólo su viejita ciega, la del Romerillo. Después supimos que no era un delator. Una falsa acusación. Antes de ponerle el pañuelo al cuello, se cuadró y saludó, a lo militar, en medio de un caserío destrozado, humeante. Eran las diez y pico de la noche: “ ¡A sus órdenes, coronel, Gutiérrez: ¡Cumpla la orden!”

“Docto, lo maté. Lo asesiné, ¡Bum!”

Regresó a Cuba un año después y se dio a la bebida y a cantar. Dos botellas diarias, ron , alcohol de bodega ….¡Loco!

Así regresaron muchos, Psicosis de Guerra.

Lo de Pedro Gutiérrez, ex coronel de tropas especiales, era aún más grave, asesinato. Y se arrepentía. Por eso se cagaba en el gobierno de mierda que lo había enviado a una guerra de mierda.

“Docto, una vez me llené de valor y fui a visitar a la viejita del Romerillo … Se lo conté todo … Estaba ciega … ¿sabes qué me contestó? …. ¡Que me perdonaba! ¡Me perdonó, cojones, me perdonó! A un mierda, a un cobarde, se lo perdonó, docto …..¡Bum! Y yo solo con el AKM -47, tirando a todo lo que se movía …. Solo …. ¡Ron, carajo! ¡Ron! La cara de ese chamaco no se me quita de la mente ….¡Qué locura!… Inyéctame algo pronto, mátame, docto, liquídame …” Y se sonaba buen buche, media botella de un trago.

(Continúa … Con otros personajes no menos interesantes.)