domingo, agosto 05, 2007

ALANIMO ALANIMO

Tomado de El Nuevo Herald.com


Alánimo, alánimo

Por Manuel Vazquez Portal

Si fuéramos niños. Si pudiéramos empezar de nuevo. Reinventar la historia. Contárnosla de otra manera. Cantar: alánimo, alánimo, volverla a componer. Y que la fuente se compusiera como en un cuento de hadas. Pero la fuente una vez rota, no vuelve a ser la misma fuente. No valen pataletas ni ensoñaciones pueriles. Lo sucedido es la historia. Y el hecho que fue es el pasado. Y el pasado se puede idealizar, edulcorar, añorar, pero no se puede cambiar. La nostalgia, más bien, lastra. Le quedan a la fuente costurones, cicatrices, desconches. No es con cáscaras de huevos. Lleva otros ingredientes la fuente. Y no será la misma la que se consiga por más que tratemos de emular la primera.

Si Martí no hubiera muerto en Dos Ríos. Si José Antonio Echeverría hubiera tomado el Palacio Presidencial. Si Frank País no hubiera sido asesinado en un callejón de Santiago de Cuba. Si mi abuelita hubiera sido la condesa de Lomaciega. Pero Martí cayó atravesado por las balas españolas. José Antonio agonizó sobre un charco de estrellas bermellón. Mi abuelita rociaba con maíz el lomo de las gallinas en un patio de la sabana camagüeyana. La historia puede resultar cruel. Nada melodramática. Pero es la historia. Así de simple.

No puedo recordar unas vacaciones en París donde hubo un verano de escuelas al campo en un naranjal de Ceballos. Ampollas en las manos. Mosquitos en las sienes. No puedo poner una limosina donde ruge un ''camello'' por la Calzada de Jesús del Monte. Fila interminable. Empellones. Alborotada borotosis como un peso pesado golpeándote la nariz. No puedo paladear caviar donde hierve un condumio de sospechosa identidad. Sudores fríos. Alaridos del yeyuno. No puedo tararear a Rolling Stones cuando me impusieron a Pello el Afrokán. Dice María, dice Tomasa. Mozambique. No puedo decir presidente donde un general ordena que pasemos al otro orificio del cinto, que esto va para largo, que el período especial no ha terminado, en nombre de sus charreteras. No puedo decir nación donde todos los paisanos tienen por cabeza un flotador a punto de lanzarse, no ya en el Estrecho de la Florida, sino hasta en el Mar de los Sargazos. No puedo creer en los cambios generados por los mismos que han entronizado el estatismo por casi medio siglo.

Pueden ahora mismo venir doscientos politólogos y explicarme que al exilio cubano es más correcto llamarle diáspora, pero eso no logra que la fuente rota a punta de huevazos y gritos de que se vaya la escoria, que se vaya, se vuelva a componer.

Pueden venir trescientos cubanólogos y desmenuzarme sus teorías sobre lo beneficioso que resultaría una política de apertura y diálogo de la comunidad internacional con el nuevo gobierno legitimado a punta de ''yo ordeno que mi hermanito del alma me suceda'' y eso no compondrá la fuente rota a punta de censuras, mordazas y ostracismos que ha padecido toda esa gente que hoy sólo quiere meterse a balsonauta tras el apetitoso vellocino de un churrasco en Hialeah y la posibilidad de despotricar en cualquier esquina de un presidente sin que por ello quieran dejarlo sin lengua, sin electricidad y sin carné de identidad.

Pueden venir economistas, filósofos, historiadores, profetas, alquimistas, adivinadores, hechiceros y toda suerte de futurólogos a asegurarme que el sucesor nos dará, por fin, lo que nos prometió Martí y Fidel no nos cumplió, porque éste sí es el mesías --no perdemos el vicio de esperar siempre por guías providenciales-- y eso tampoco compondrá la fuente rota a fuerza de habernos dejado sin iniciativa individual, sin responsabilidad, sin libertad de empresa.

No necesitábamos que nadie tuviera que prometernos ni cumplir nada, sino que nos hubieran respetado, que nos hubiéramos respetado la fuente que fuéramos capaces de obtener y que la señora Santa Ana no nos ofreciera ni una ni dos, sino que no nos rompiera la que teníamos. Así de simple. Infantil. Sin traumas. Sin nostalgias. Dolores. Rencores. La fuente no será la misma porque nosotros tampoco somos los mismos. Pero tendremos otra fuente. Y ojalá sepamos cuidarla.