sábado, agosto 18, 2007

EN BUSCA DE UN CUBANO CON LAS CUALIDADES DEL ROMANO CINCINATO PARA SACAR A CUBA DEL PANTANO CASTRISTA

En Camino a la Tercera República.


Se Solicita: Militar Que No Quiera Serlo
En Busca del Cincinato Cubano

Por Alberto Luzárraga

El historiador Livio nos cuenta como un ejército romano comandado por un general inepto se encontraba cercado. Eran los tiempos de la república romana que con buen juicio controlaba el poder delegado a sus mandatarios. En tiempos de crisis se elegía a un dictador por un máximo de un año. Una comisión del Senado fue a notificar a Cincinato, patricio apreciado por su honestidad y dotes de mando, que había sido elegido dictador por seis meses. Lo encontraron arando en su finca. Dejó el arado se puso la toga y aceptó el cargo. Derrotó al enemigo en un día, volvió a Roma triunfante, y en cuanto pudo restablecer la normalidad (15 días) renunció a la dictadura y volvió a su finca.

Cincinato siempre ha sido un ejemplo a seguir por los que teniendo la fuerza en sus manos y la adulación abrumadora cercana a su oído han sabido ser más y probado de esa forma, ser hombres sabios que pasan a la historia.

Entienden que la fuerza es un recurso perecedero y por definición inestable. Perdura tan sólo en tanto que otro más fuerte no ansíe el poder. Genera injusticia y privilegio porque requiere contar con incondicionales a sueldo que apliquen la fuerza cuando así lo disponga el dictador. El sistema tiende a generar tiranías vitalicias. Todos temen lo que vendrá después si se produce un cambio. Siempre acaba resquebrajándose por dentro y otro u otros asumen el mando.

Cuba no será una excepción a este proceso. El asunto importante es lo que vendrá después. Para algunos surgirá un general criado en el entorno castrista que hará cambios lentos y se rodeará de ‘doctores’ que le escribirán los decretos. Serán amanuenses jurídicos y no deberán insistir demasiado en libertades ‘exageradas’ que compliquen las cosas pues el pueblo ‘no está preparado.’ La ‘tolerancia’ tendrá límites. De lo contrario no lo pasarán muy bien y durarán poco en sus cargos.

Es un pronóstico posible, y tal vez probable en los comienzos. Pero no es un pronóstico para lograr algo perdurable ni inteligente. Resulta fácil gritar ‘firmes’ en el campo de ejercicio. Los soldados se cuadrarán. Resulta fácil conseguir amanuenses jurídicos o económicos que redacten y dicten decretos. Lo que no es fácil es sacar a un país de la ruina y hacerlo progresar. Los pueblos para progresar necesitan libertad de pensar y actuar. La sociedad civil y sus instituciones no nacen de un plan quinquenal, las crean personas dedicadas, libres y pensantes. La economía no se cuadra y dice: ordene mi general.

Mencionemos sólo algunas cosas: 40 billones de deuda externa, infraestructura destruida, industrias quebradas o incosteables, pueblo empobrecido, harto de miseria y deseoso de progreso ‘ya.’ Bastante han esperado. Difícil situación que no se resolverá con discursos ni decretos. El progreso requerirá una enorme infusión de capital y del trabajo de gente dedicada, honesta e inteligente. Esa gente no funciona a base de ordeno y mando. Se están ganando la vida de otro modo si viven fuera de Cuba y querrían ganársela normal y decentemente si viven en Cuba. Ello significa respeto por el ser humano como ciudadano y como profesional. El capitalista decente que invierte y trata con justicia a sus empleados (es la única forma de funcionar eficientemente) no lo hace en un sistema de ‘ordeno y mando’ sin garantías ni estado de derecho. Ese sistema logra tan sólo la inversión marginal y sin escrúpulos como la que tienen ahora. Todo ello acaba en el mismo círculo vicioso.

La historia recuerda con admiración a los fundadores de pueblos que, pudiendo ser dictadores, fueron civilistas y entendieron que los gobiernos de hombres fracasan y los gobiernos de leyes perduran.
George Washington, militar más que ninguna otra cosa, fue el primero que entendió y puso en práctica este principio en la era moderna. Su jefe de estado mayor, el coronel y abogado, Alexander Hamilton fue uno de los más destacados redactores de la constitución y de la construcción del sistema federal. Washington auto limitó su mandato a dos períodos. Hamilton fue destacado Ministro de Hacienda con Washington y miembro notable del foro. Ambos se sometieron a la ley y sufrieron en el desempeño de sus funciones acerbos ataques políticos. Se defendieron de acuerdo a la ley o triunfando en elecciones. Tenían muy claro que el garrote genera otro garrote mayor y que sumiría al país en un fracaso. El ejemplo de Napoleón (hombre brillante seducido por el poder) está a la vista. Napoleón creó un sistema inestable y perecedero. Washington fue la comadrona de un recién nacido que hoy cuenta mas de doscientos años de vida bajo la ley.

Hay quien piensa que nuestra historia cubana es sólo de generales que mandan y doctores que escriben decretos (Generales y Doctores, circa 1920, era el título de la novela de Loveira que por cierto era socialista) y que en ella la fuerza es la nota que prevalece. Luego, debemos conformarnos con una lenta evolución del sistema castrista que a su conveniencia tolerará libertades.

No hay que ser tan pesimista ni aspirar a tan poca cosa. La historia de la humanidad (no la cubana tan sólo) es generalmente una historia en la que alternan la fuerza y el derecho. El derecho no es ejecutable sin la fuerza coactiva del estado y el problema a resolver consiste en controlar las extralimitaciones de esa fuerza necesaria. Se controlan aspirando a más libertad y no resignándose a menos.

Hemos tenido dos Cincinatos. Uno en Martí, el doctor que fue hecho general por Máximo Gómez pero que aspiraba a no serlo. Y otro en Máximo Gómez que renunció a aspirar a la presidencia y pasó a la historia como héroe desinteresado. No renunció tanto porque no fuese cubano de nacimiento, (se había previsto en la constitución de 1901) sino porque como confesó en una conversación particular, tuvo el buen juicio de entender que no tenía dotes para aguantar lo que debe aguantar un político sin reaccionar estilo campamento. Escogió a Estrada Palma, maestro de escuela, que para su segunda elección se dejó seducir por su gabinete de combate (de factura militarista) dio’la brava’, y provocó la intervención. Contraste clásico.

Los que siguieron, Gómez, Menocal, Zayas, con los defectos que se quiera achacarles gobernaron y entregaron el poder a otros, y los dos primeros eran generales. Machado, también general, quiso serlo con preferencia a otra cosa y se buscó amanuenses jurídicos para reformar la constitución y prorrogar sus poderes. Sabemos el resultado. Batista, que no era general sino un producto de la cultura de cuartel, también utilizó amanuenses jurídicos para sacar del poder a un presidente electo, Miguel Mariano Gómez, organizándole un juicio político en el senado por atreverse a vetar una ley. Fue la versión militarista del ’impeachment.’ Pero el Vice Presidente que asumió, Federico Laredo Brú, (coronel libertador y doctor, pero más doctor que coronel) convenció a Batista, que era el poder desde el cuartel, que una Constituyente era una necesidad insoslayable y que pasaría a la historia si la auspiciaba. Y de ahí surgió la Constitución del 40, el primer período presidencial de Batista con elecciones en 1940 y la entrega del poder a la oposición (Grau) en el 1944, seguido por Prío en el 1948. El civilismo se anotó un tanto por casi 12 años hasta el golpe de 1952 en que retrocedimos en nuestro desarrollo político gracias a un sargento que quería ser general. Y acabamos en el 1959 liderados por un ‘doctor’ que quería ser más que militar. Aspiraba a Napoleón caribeño y de nuevo utilizó la esperanza del estado de derecho (restaurar la constitución del 40) para engañar y ascender al poder.

Nuestra mala historia es pues, la de un general disfrazado de civilista y la de que los que usaron a sus amanuenses jurídicos para vestir de legitimidad su usurpación. La buena es de generales civilistas que entendieron que el poder no es eterno y que gobernar no es lo mismo que mandar. Y de civiles que con sus defectos compartieron una virtud con los generales civilistas, a saber, entregaron el poder y no se perpetuaron. En la Cuba del siglo 21 se impone entender estos sencillos postulados. No aspiro a que se imite a Cincinato cien por ciento. Se dan pocos casos. Pero el mundo es demasiado complicado para aspirar a ser un mero espadón. En este continente americano no sólo es complicado, es condenarse al fracaso. Es por eso que no soy tan pesimista. Pienso que en Cuba debe haber militares jóvenes e inteligentes que quieran ser más. Militares que no hayan sido asesores externos de regímenes despóticos o que si han cumplido órdenes de hacerlo hayan aprendido con la experiencia. Militares que por haber visto los efectos nefastos de la dictadura aprecien y respeten el estado de derecho, que no es lo mismo que tolerarlo, y que se sometan a otra disciplina, la de la ley, tal vez más difícil pero que ofrece mayor recompensa. ¡Con esos hay que trabajar para sacar a Cuba del pantano castrista!