lunes, agosto 06, 2007

MEMORIAS DEL MALECONAZO

MEMORIAS DEL MALECONAZO

2007-08-05.

Por Osvaldo Alfonso Valdés
Ex Prisionero de Conciencia de la Causa de los 75
y Analista Político de Misceláneas de Cuba

Recuerdo muy bien aquel 5 de agosto de 1994. Creo que lo recuerdan todos los habaneros y aquellos que estaban por La Habana aquella tarde. Entonces trabajaba yo como responsable de Caritas en la Catedral habanera, que era además la comunicad católica a la que asistía como laico.

Sobre la 1 de la tarde, iba para la Catedral cuando la guagua (así le decimos los cubanos al autobús), se detiene por más tiempo del usual en el semáforo de Zanja y Belascoaín; los pasajeros comenzamos a inquietarnos, pues el calor infernal del agosto cubano hacía insoportable estar dentro de aquel ómnibus abarrotado de personas y detenido tanto tiempo sin que corriera un poco de brisa por las ventanillas.

Fuera, en las aceras, se veían algunas personas nerviosas; otros corrían de un lado a otro. Seguíamos detenidos en el mismo lugar y el chofer abre las puertas y muchos nos bajamos. Ahí fue mi sorpresa. En la calle Belascoaín, ya llegando al malecón, se podían apreciar, desde la altura de la calle Zanja, una multitud de personas en la vía pública. Sin entender aún que pasaba pregunto a un grupo de muchachos que venían de aquella dirección. Uno de ellos, muy eufórico, me dice : “¡Oye, esto se jodió! La gente está tirá pa’ la calle gritando ¡Abajo Fidel!”

Por supuesto que aquello me causó sorpresa, con mezcla de alegría y preocupación, pues muy rápido pensé que el Gobierno no se quedaría impasible ante aquello y podía ocurrir una tragedia. Llevado por la euforia y la curiosidad me dirigí al lugar de donde provenían los disturbios. A poco de caminar unas cuadras en dirección al malecón, me veo en medio de una multitud, en su mayoría jóvenes que gritaban: “¡Libertad, libertad, libertad!” Sin pensarlo me sumé al griterío. Realmente no sabría como describir la sensación que produjo en mí, como seguro en todos aquellos, el poder gritar en plena calle habanera esa palabra. Era una verdadera catarsis, descargar todo aquello contenido tanto tiempo. Así permaneció la multitud un buen rato.

Luego de estar allí un tiempo que no puedo precisar, decidí seguir hacia la Catedral, subí por Belascoaín de nuevo a Zanja. Frente a la estación policial de la calle Zanja, los policías habían hecho un cordón ante el edificio, tal vez temiendo un asalto de los manifestantes. Luego de recorrer toda la calle hasta Galiano, allí vi pasar a los del Contingente Blas Roca que ya se dirigían armados de palos en dirección al malecón.

En aquella zona no había disturbios y aún la gente no sabía qué estaba pasando y al ver a los del Blas Roca fue lo que puso sobreaviso de que algo sucedía. Recuerdo caminé por al lado de un señor que se detuvo en su bicicleta y a su pregunta respondí: “El pueblo se tiró a la calle contra el gobierno.” Aquel individuo, con expresión incrédula, soltó una muy común frase cubana ante el peligro: “¡Coño, candelaaaa!!!!!”

Ya en la oficina de la Catedral, conversé con el sacerdote y le cuento lo que había visto y su reacción fue de mucha preocupación, pues estaba convencido que si aquello tomaba mayores proporciones el Gobierno reaccionaría con violencia y ocurrirían desgracias impredecibles. Me pidió me mantuviera en la oficina y no saliera a la calle, aunque por allí en aquel momento todo estaba en calma.

Menos de una hora después, cercano a las 3 de la tarde, comenzaron a escucharse los gritos de libertad y cientos de personas que corrían de un lado a otro, hasta llegar a sumar literalmente una multitud de miles en todo el parque de la avenida del puerto frente al Seminario San Carlos. La multitud gritaba, muchos con lágrimas tal vez por la emoción: “¡Basta Ya!” , “¡Libertad, libertad!” y “¡Cuba sí, Castro no!” Así trascurrió tal vez una hora, quizás más, en realidad no tengo idea de haberme preocupado por mirar el reloj.

Al ver a algunos de mis amigos del barrio que conocía de la comunidad de La Catedral, que me vieron parado en la puerta de la oficina donde trabajaba, y que me invitaban a sumarme, decidí hacerlo a pesar de la petición del párroco, y con ellos me fui. Mientras gritábamos consignas caminábamos, a veces corríamos y así llegue frente al Arzobispado en la esquina de Habana y Chacón.

En la entrada me encuentro con uno de los fieles de la iglesia de aquel barrio que al verme e intercambiar impresiones, me hizo un comentario que me resultó curioso: “Así mismo fue cuando cayó Machado”, me dijo aquel anciano, haciendo un paralelo con la manifestación popular que se produjo a la caída de la tiranía de Gerardo Machado.

Debo confesar que ciertamente creí que había llegado el fin de la dictadura castrista. Así lo creímos mucho, pues realmente fuimos testigos de que el pueblo, por miles, estaba en las calles en aquellas horas, y ese era un espectáculo inédito que para un cubano nacido después del 1959 no era difícil que le hiciera pensar que aquello era el fin. Venían a mi mente lo que conocía de hechos parecidos en Europa del Este y que habían provocado el colapso de aquellos regímenes comunistas.

Pero no fue así, lo comprendimos desencantados horas después. La represión fue fuerte. Ya más tarde, todo aquel lugar estaba copado por policías vestido de civil con palos y cabillas junto a los del Contingente Blas Roca, que más que constructores se habían convertido en los porristas de la dictadura castrista. Un helicóptero militar sobrevolaba la zona y en la noche, pude ver el arsenal logístico represivo que el régimen tiene guardado para reprimir al pueblo.

Las calles de la Habana Vieja eran patrulladas con jeeps descapotados con policías antimotines portando fusiles AK, y en varias esquinas ubicados camiones para disolver manifestaciones, iguales a esos que la televisión castrista tantas veces mostró de las calles de Santiago de Chile cuando se reprimían a manifestantes. La agresividad en la mirada de aquellos represores transmitía claramente el mensaje de que las órdenes eran disparar.

En la noche, el tirano Fidel Castro apareció en la televisión manipulando todo lo sucedido, como siempre culpando de que todo era incitado desde Estados Unidos. No olvidaré a una de las más inescrupulosas propagandistas de la dictadura, la periodista Arlen Rodríguez Derivet, asegurar de que se tenían informaciones de que los manifestantes habían sido pagados para realizar las protestas. Castro astutamente comprendió que la presión social era alta, se estaba atravesando tal vez el año más duro del Periodo Especial y el malestar popular era muy fuerte.

Ya había ocurrido la masacre del remolcador 13 de marzo y en la población se conocía la realidad de los hechos, a pesar de que el propio tirano lo justificó como un accidente. Castro acudió entonces a la salida que siempre ha esgrimido cuando la situación interna se ha tornado difícil: autorizó emigrar libremente a todo aquel que quisiera abandonar el país por mar.

No le importó la estampida peligrosa que eso provocaría por la precariedad de las embarcaciones que emplearían y emplearon la mayoría, lo cual provocó innumerables muertes. Su objetivo era deshacerse de los más descontentos para garantizar el orden interno que su tiranía necesita. Más de 30 000 cubanos abandonaron el país en frágiles embarcaciones en apenas un par de meses. El saldo de víctimas tal vez no lo sepamos nunca.

Hace ya 13 años de aquellos hechos y aún Cuba sufre el mismo Gobierno tiránico y violador de los derechos humanos que ahora pretende perpetuarse en una sucesión dinástica para seguir oprimiendo a nuestros compatriotas y para que siempre la solución de aquellos que no soporten vivir más en la tierra que los vio nacer, sea lanzarse al mar. Afortunadamente, tanto dentro como fuera de la isla, hoy son muchos más que hace 13 años, los cubanos que luchan para que la tragedia de nuestra Patria termine, y seguros estamos que ese día ya no está tan lejano.