CUANDO ME FUI
Cuando me fui.
Por Iliana Curra.
Cuando me fui lo dejé casi todo. Pero traje conmigo la esperanza. Esa misma que había perdido allá, donde el cielo y la tierra se juntan para cerrarte el alma. Donde la muerte espiritual es un hecho, y la material, un acecho permanente.
También traje mis resentimientos, los que aún no logro botar en algún basurero por ahí. No puedo. El recuerdo de mis vicisitudes cotidianas. Mi infancia perdida y sin juguetes. Las desigualdades sociales que me decían alejarían de todos nosotros. Las mentiras de un sistema que todo lo controla. El miedo de perder mi libertad, aún sin estar libre.
Cuando me fui dejé atrás el temor de no llegar. Dejé a los míos. A mis familiares y vecinos. A mis hermanos encarcelados, muchos de los cuales no han salido aún. A los que en las calles se jugaban la escasa libertad que tenían. Dejé mis sueños nunca cumplidos. Mis horribles pesadillas y los rostros duros y fríos de personajes siniestros que me coartaban mis derechos civiles y políticos.
Conmigo traje nuevos sueños. El nacer de mi hijo. Expectativas y quimeras. El batallar en campo ajeno. Mi inmadurez. Mi falta de fe y un largo camino por recorrer en la vida. Vino también el recuerdo imperecedero de quienes jamás llegaron. De jóvenes reclusas enfermas de SIDA en un destacamento aislado y triste de una prisión habanera. Jóvenes frustradas y sin presente. Mucho menos con futuro.
Vinieron, además, mis ideales fortalecidos y mi definida ideología. Mis deseos de hacer cambiar las cosas que no me abandonan jamás, y mis aspiraciones a vivir como persona. Mi humildad y también mi arrogancia. Mis ganas de un día poder escribir, cuando hubiera tiempo. Allá, donde expira la existencia dentro cada uno, dejé mis libros prohibidos que causaban diversionismo ideológico. La bandera que apenas veneraba porque la sentía impropia. A mi himno nacional que podía cantar sin emocionarme siquiera. Dejé los fríos barrotes de una celda oscura y llena de insectos y ratas. Las pisadas fuertes de las botas militares de los guardias y carceleros. Las golpizas y las amenazas de muerte de quienes se sienten superiores en un régimen dictatorial. El recuerdo de mis protestas permanentes.
Cuando me fui le dije adiós a la represión. A las torturas psicológicas y físicas. A la oscuridad de una ciudad sucia y desamparada. A la doble moral existente para continuar viviendo de los que aún tienen miedo. Al hambre espiritual y a las adversidades constantes de una vida plagada de penurias.
Cuando me fui encontré un poco de paz espiritual, siempre pendiente de alcanzarla toda. Tropecé con la libertad de gritar lo que siento sin miedo al encierro de mi cuerpo. He tenido la oportunidad de conocer a gentes excepcionales y de seguir lidiando con los que aún se aferran al pasado que tanto detesto. He dejado atrás a algunos con los que no puedo coincidir y a otros que parecían amigos.
Ahora que ya me fui, puedo sentir un estremecimiento sin par escuchando las notas de La Bayamesa y guardo celosamente mi bandera cubana. Quizás he madurado y no aglutino conceptos nada relacionados como me sucedía allá. Cuando me fui dejé atrás a Cuba. Ahora entiendo que es ella quien jamás me ha dejado a mí.
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