miércoles, octubre 10, 2007

¿DONDE ESTAN LOS HUESOS DEL CHE?

¿DONDE ESTAN LOS HUESOS DEL CHE?


La comparación del informe forense cubano con los datos de la autopsia en Bolivia pone en duda que los restos exhumados en 1997 pertenezcan al asesinado guerrillero

Bertrand de la Grange
París
Francia
El País
España
Infosearch:
José F. Sánchez
Analista
Jefe de Buró
Cuba
Dept de Investigaciones
La Nueva Cuba
Octubre 9, 2007

La polémica rodea el 'santuario' de Santa Clara. ¿Están allí los huesos del Che? Para los cubanos, no hay duda. El jueves, el especialista que dirigió la búsqueda afirmó que las pruebas de ADN lo confirmaron tras la exhumación. La investigación periodística que aquí se presenta recoge nuevos indicios que apuntan a lo contrario.

En el mausoleo de Santa Clara todo es genuino. Menos, tal vez, los huesos del Che. Miles de personas acuden estos días en peregrinación hasta este gigantesco edificio de piedra para conmemorar el 40º aniversario de la muerte de Ernesto Guevara. Cuenta la historia oficial que un equipo de forenses cubanos halló su esqueleto en el oriente de Bolivia y lo repatrió en julio de 1997. Diez años después, sin embargo, empiezan a aparecer los primeros indicios que ponen en duda esta versión.

Tres expertos europeos -el doctor José Antonio Sánchez, director de la Escuela de Medicina Legal de la Complutense de Madrid; su colega José Antonio García-Andrade, de la misma universidad, y un médico francés especializado en antropología y arqueología forense- han analizado la documentación técnica utilizada por los cubanos. Dos de ellos han detectado contradicciones irreconciliables entre la descripción del esqueleto llevado a Cuba y la autopsia realizada 30 años antes al cadáver del Che. El tercero cree que las deficiencias de los informes impiden llegar a una conclusión sobre la compatibilidad de los dos cuerpos.

"Hazaña científica". Así calificó La Habana el hallazgo de la osamenta del Che, realizado por el equipo que dirigía el forense cubano Jorge González. Estaba inhumado con otros seis guerrilleros -tres cubanos, dos bolivianos y un peruano- en una fosa a pocos metros de la pista de aviación de Vallegrande, un pueblo de 6.000 habitantes cercano a La Higuera, la aldea donde el argentino fue asesinado por el Ejército boliviano el 9 de octubre de 1967.

La llegada triunfal del ataúd a La Habana, el 13 de julio de 1997, dio al Gobierno comunista una gran victoria política cuando los cubanos pasaban hambre a raíz del derrumbe de la URSS, su principal aliado y nodriza. La capacidad de sacrificio del guerrillero, que había fracasado en su intento de crear "varios Vietnam" en América Latina, era el ejemplo que todo cubano debía seguir para aguantar las dificultades. El momento del hallazgo de la tumba no pudo ser más oportuno: a pocos días de la fecha más emblemática de la revolución cubana, el 26 de julio, y a unas semanas del V Congreso del Partido Comunista y del 30º aniversario de la muerte del "Guerrillero Heroico".

La Operación Che fue dirigida personalmente por los dos hermanos Castro a través de sus hombres de máxima confianza Ramiro Valdés, Jorge Bolaños y el general Fernando Vecino Alegret. El propio Fidel Castro pidió directamente al presidente boliviano, Gonzalo Sánchez de Lozada, que confiara toda la responsabilidad de la operación a un amigo común, Franklin Anaya, Panka, entonces embajador de Bolivia en Cuba. En un encuentro que tuvimos en su casa de La Paz, Panka se vanaglorió del asunto mientras me enseñaba una carta del presidente cubano dirigida a Sánchez de Lozada, quien había aceptado gustosamente la propuesta de su "amigo Fidel".

En su afán por desmoralizar a la guerrilla, los militares solían enterrar a los rebeldes en tumbas secretas. Se sabía que la mayoría de los 36 guerrilleros muertos, de una tropa que nunca rebasó los 50, habían sido inhumados en la periferia de Vallegrande. A finales de 1995, el general Mario Vargas Salinas, que había combatido a la insurgencia, rompió el silencio y dijo que el cuerpo del Che estaba cerca de la pista de aviación. No conocía el lugar exacto. El encargado de dar sepultura a los guerrilleros, el teniente coronel Andrés Selich, se había llevado el secreto a su propia tumba cuando fue asesinado en 1973. "Al Che lo enterró separado de los demás", asegura la viuda del oficial desde su casa de Asunción (Paraguay).

Según Vargas, seis de los siete guerrilleros muertos en La Higuera estaban en una sola fosa, lo que confirmaría que el argentino había sido sepultado aparte. Sin embargo, cuando los cubanos, supervisados por la "comisión especial" dirigida por Panka Anaya, dieron por fin con la tumba, el 28 de junio de 1997, encontraron siete esqueletos. No quedaba tiempo para disquisiciones. El doctor Jorge González, en ese entonces director del Instituto de Medicina Legal de La Habana, asignó al Che una de las siete osamentas antes de someterla a cualquier prueba científica.

"Desde el mismo 29 de junio estábamos convencidos de que el E-2 era el esqueleto del Che", relataban el doctor González y su colega Héctor Soto al diario oficial Granma. "Yo le digo a Soto que revise para ver si había manos [el Ejército se las había amputado al Che para cotejar sus huellas digitales con la policía argentina]. Él me responde: 'Negativo el interesado', que es un lenguaje policiaco que nosotros utilizamos. Y efectivamente, no había manos". Algo, sin embargo, nubló la alegría del doctor González. El propio médico aceptó en la entrevista con Granma que se quedó "preocupado" cuando vio una chamarra y un cinturón sobre el esqueleto E-2. Y es que, según la investigación histórica realizada por los cubanos y confirmada por otras fuentes, el Che había sido enterrado sin su ropa, que le fue quitada antes de practicarle la autopsia.

Lo último que podía esperar el doctor Moisés Abraham es que el pasado le persiguiera hasta su refugio en la ciudad mexicana de Puebla. Abraham era director del hospital de Vallegrande en 1967 y fue el encargado de amputarle las manos al Che, después de hacerle la autopsia. La visita del historiador cubano Froilán González no debió de hacerle mucha gracia. "Fue sorpresivo, no se lo imaginaba", recuerda el historiador. "Sin embargo, el trato fue cortés". Corrían los años ochenta. Froilán González estaba inmerso en la misión de buscar las osamentas de los guerrilleros y rescatar la historia de la insurgencia. Sus pesquisas le habían llevado desde Bolivia hasta Puebla.

¿Qué querían los cubanos? Dos cosas: el testimonio del médico sobre su experiencia con el cadáver del Che y, lo más importante, convencerle de entregar a Cuba la chamarra del guerrillero. Sobre el primer punto no hubo problema, aunque "no dio autorización para publicar sus declaraciones hasta después de su muerte". En cambio, no hubo acuerdo sobre el otro tema: "Puso condiciones inaceptables", asegura Froilán González. ¿Qué condiciones? Dinero, mucho dinero. En una visita a Puebla, donde Abraham tiene su consulta de cirugía oncológica, pude confirmarlo. Esta vez, el trato no fue tan amable. A la defensiva, arisco, el médico boliviano sólo quiso hablar de plata: "¿Cuánto me va a pagar?".

En cualquier caso, Froilán González no llegó a un acuerdo con Abraham. Por eso los cubanos se quedaron "preocupados" cuando abrieron la fosa de Vallegrande y vieron una chamarra sobre el esqueleto E-2. El equipo forense decretó con aplomo que era la del Che porque nadie, aparte de ellos, sabía que esa cazadora estaba en posesión del médico boliviano. Nadie, salvo un ciudadano alemán, Erich Blössl, que había llegado a Vallegrande en los años sesenta, como ingeniero agrónomo, antes de comprarse un restaurante. Blössl era amigo de Musa, como llama al doctor Abraham.

"Musa se había quedado con la chamarra del Che, toda ensangrentada. Me la enseñó", cuenta el alemán. "Tenía la cremallera rota, y estaba amarrada con una cuerda, exactamente como en las fotos que tomamos todos. Había varios orificios de bala. Se la llevó para México cuando se fue a finales de los setenta".

Testigo de excepción, Blössl estaba ahí cuando los cubanos abrieron la fosa y, al ver la cazadora, intuyó que había algo raro. "Marcos Tufiño, el viceministro comisionado por Panka Anaya para supervisar las excavaciones, llegó a mi restaurante y me preguntó sobre la chamarra. Le contesté que no era la del Che. Insistió en que fuera a verla de nuevo y me entregó un salvoconducto para que los soldados me dejaran pasar. Fui de nuevo. Ahí estaba Tufiño. Bajé a la fosa y le confirmé que no era la chamarra del Che. Era una capa de agua, tipo poncho, como las del Ejército".

Después de practicar varias pruebas a los siete esqueletos en el hospital Japonés de Santa Cruz de la Sierra, las autoridades bolivianas autorizaron la salida de los restos de los guerrilleros rumbo a La Habana.

¿Qué decía el informe forense de la osamenta adjudicada al Che? En el hospital Japonés no queda rastro del documento. Cuando se le pidió una copia al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que había colaborado en la exhumación en Vallegrande, su presidente, Luis Fondebrider, dijo que sólo los cubanos podían facilitarlo. Jorge González no contestó a la solicitud. Quedaba Celso Cuéllar, el doctor boliviano que había firmado también ese documento. "Los cubanos se llevaron todos los papeles. Yo sólo me quedé con esta copia del informe final", cuenta Cuéllar, que se especializó en cirugía en Madrid y en medicina forense en La Habana. "Ellos tenían informes pre-mortem del Che, su historia odontológica y la autopsia del 67, y yo los dejé trabajar. No había motivo para la desconfianza".

Una comparación entre el informe forense redactado por cubanos y argentinos en 1997 y la autopsia practicada al Che en el momento de su muerte resulta desconcertante para los tres médicos consultados en Madrid y París. José Antonio Sánchez, director de la Escuela de Medicina Legal de la Complutense, detecta heridas concordantes y otras no, pero considera que los documentos son insuficientes para llegar a una conclusión. En cambio, para sus dos colegas hay elementos esclarecedores. "Se trata de dos cuerpos diferentes y por tanto corresponden a dos personas distintas", asegura José Antonio García-Andrade, con una larga trayectoria en la medicina forense. Tanto él como el experto francés, que de momento prefiere mantener el anonimato para no perjudicar su propia investigación sobre este tema, señalan las mismas discrepancias. "El informe de 1997 describe las fracturas de la 2ª y 3ª costilla izquierda. Esas fracturas no figuran en la autopsia de 1967, que señala, en cambio, una lesión entre la 9ª y la 10ª costilla izquierda, inexistente en el otro informe", indican ambos.

Además, el cadáver analizado en 1967 presentaba "lesiones en las dos clavículas", mientras que el esqueleto hallado en 1997 tiene "únicamente una lesión en la clavícula derecha", puntualiza el especialista francés. Lo mismo sucede con los fémures: el Che no mostraba la herida en el fémur derecho "en sacabocado de 11 por 13 milímetros" que sí aparece en el esqueleto de 1997. García-Andrade añade que tampoco "las lesiones vertebrales son concordantes".

Los dos expertos han notado también discrepancias en el análisis de la boca. Al Che le faltaba un "premolar inferior izquierdo", según la autopsia de 1967. El informe de 1997 no señala este detalle, pero indica, en cambio, la presencia de un "tercer molar superior izquierdo" (muela del juicio), que no tenía el cadáver del Che. Tanto al médico francés como al doctor Sánchez les sorprende sobremanera la ausencia de referencias al corte quirúrgico de las manos realizado por el doctor Abraham al cuerpo de Guevara. "Esta operación siempre deja marcas visibles y, sin embargo, no lo señalan", dice el catedrático de la Complutense. Cabría sospechar que los huesos de las manos fueron retirados cuando se exhumó el esqueleto, agrega el médico francés.

En esas circunstancias, concuerdan los expertos, sólo un análisis genético habría permitido la identificación "certera" de los restos atribuidos al Che. Pero un análisis independiente y fiable, condiciones que no cumple la supuesta prueba de ADN que Cuba dice ahora, repentinamente, haber realizado. "Yo propuse no hacer el ADN, y la decisión fue consensuada", explicaba en marzo Alejandro Inchaurregui, uno de los antropólogos forenses argentinos que estuvieron en Vallegrande. "Sobraba evidencia. Él se hizo una ficha antropométrica y ficha odontológica antes de salir de Cuba, a fin de ser identificados sus restos si moría".

Ahora bien, ¿la documentación presentada por La Habana correspondía realmente a Ernesto Guevara, o pertenecía a otro de los guerrilleros cubanos enterrados en Bolivia? En una conversación telefónica grabada en septiembre, Inchaurregui se enfureció cuando se le hizo esta pregunta. "Usted es un miserable por sostener que la identificación de los restos del Che es una falsedad. Claro, yo soy tan estúpido que los cubanos me llevaron de las narices y yo termino firmando un documento que dice que son los restos del Che cuando en realidad no lo son". El antropólogo forense, que ya no trabaja para el EAAF, concluyó nuestra conversación así: "¿Dónde estás vos?". En Madrid... "En Madrid, ¡qué lástima! Porque si no, te mataría".

Obviamente, Inchaurregui no es "tan estúpido", pero sí que parece partidario de métodos expeditivos para resolver los problemas. El Che tenía que estar en La Habana antes del 26 de julio de 1997 para celebrar en grande el regreso a casa del hijo pródigo y dar un poco de moral a los cubanos. Era la orden de Fidel Castro. Que no fuera el verdadero, sería, después de todo, un mal menor.

Para profundizar leer De Maite Rico y Bertrand de la Grange, publicados ayer día 9 de octubre de 2007, en La Nueva Cuba.com :

OPERACION CHE: LA POLEMICA ESTA SERVIDA

OPERACION CHE: HISTORIA DE UNA MENTIRA DE ESTADO


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* Bertrand de la Grange, periodista francés, fungió como jefe del buró del Caribe y Centroamérica y México del diario francés Le Monde y ha seguido los temas de Cuba por dos décadas.

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