jueves, octubre 25, 2007

DOS DE ANTONIO JOSÉ PONTE

Para LA NACION


Los años de Orígenes

Por Lorenzo García Vega
Bajo la Luna/349 páginas/$ 45

Quien intente leer hoy, dentro de Cuba, la literatura escrita por cubanos del exilio, tendrá que procurársela con traficantes escurridizos, pagándola a altos precios. Pues ninguna librería o biblioteca pública dispone de ella y, aunque las editoriales estatales han divulgado últimamente algún que otro libro de cubano ido (preferentemente difunto), la literatura del exilio permanece desconocida para los lectores de la Isla.

Hace más de dos décadas, cuando empezaba yo a curarme de esa ignorancia, cabían dentro de la censura los nombres de José Lezama Lima y de Virgilio Piñera, sin importar que ninguno de ellos hubiese abandonado el país. En aquel panorama tampoco existían Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Mario Vargas Llosa. Pero ningún título entre los que perseguí por las catacumbas de la ciudad se me hizo más inencontrable entonces que Los años de Orígenes , de Lorenzo García Vega (Matanzas, Cuba, 1926). Incluso viejos lectores, generosos en el préstamo de ejemplares, me disuadían de leerlo. Mejor haría en visitar otras páginas, que de aquellas escritas por García Vega se escapaban vapores mefíticos. El rencor con que habían sido perpetradas, el balance arrojado de títeres sin cabeza, desaconsejaban dedicarle tiempo. Aquel libro era obra de un desequilibrado, revancha de un escritor sin valía en quien alguna vez se encaprichara el magisterio de José Lezama Lima.

Lorenzo García Vega despertaba encendidos rechazos tanto en La Habana como en Miami y en Madrid. Era el más exiliado de los exiliados. Sobre su obra pesaba, además de la censura política, la maldición de quienes alguna vez la frecuentaron. Y tantas advertencias en su contra me empujaron, claro está, a buscar lo que escribiera.

Lezama Lima y el resto de los escritores reunidos en la revista literaria Orígenes (publicada en el período 1944-1956, de la que participaban, entre otros, Cintio Vitier, Eliseo Diego y Gastón Baquero) eran leídos hasta la memorización. El "origenismo" era, además de sus páginas, la leyenda de un grupo de escritores que antepuso la literatura a cualquier otro reclamo. (Cintio Vitier y Fina García Marruz no habían acuñado todavía la versión oficial, que relaciona a Orígenes con la revolución, y a Lezama Lima con Fidel Castro.) Yo conocía poemas de Lorenzo García Vega, tenía leída su primera prosa, pero no fue hasta dar con Los años de Orígenes que alcancé a hacerme una idea de su verdadera importancia. La leyenda encontraba en este libro su reverso, y aparecía en él un tono idóneo para contar la historia del país. Pues no cabe mejor modo de adentrarse en cualquier historia nacional que discutiéndole cada una de sus mitologías, restándole solemnidad, vomitando los pedazos indigestos que pedagogos y oradores intentan hacer tragar.

Más allá de lo moral, a Los años de Orígenes se le han puesto reparos a causa de su extraño fluir. Apenas comenzado (aunque pareciera no comenzar nunca), el hilo de la narración se embrolla en un ensayo dedicado al poeta modernista Julián del Casal. No obstante, la excursión a un siglo anterior vale para entender ciertas permanencias, la repetición de algunos gestos tanto tiempo después. Y alcanza, en la descripción de interiores familiares, una intensidad rayana en la del Walter Benjamin que recuerda su infancia berlinesa.

Décadas de historia republicana y revolucionaria son traducidas al folletín, al cine mudo, a la radionovela. La más exquisita revista literaria es vista a la luz de episodios radiales como "Los tres Villalobos" o "El derecho de nacer". La narración pena por formarse, puja. Tal como ha dicho su autor, se trata de un relato vuelto contra sí mismo. Y varias son las respuestas posibles en caso de preguntarnos qué es lo que cuenta. La historia de un grupo literario, por supuesto. La de todo un país. La de una novela: Paradiso . La relación entre un maestro y su discípulo después de la muerte del maestro. La historia de un exilio. La búsqueda, seguida en otros libros, de "la posible novela cubana".

Metido en esta última búsqueda, García Vega compuso una antología de fragmentos de novelas cubanas. Pero aquellos fragmentos, pertenecientes a los más heterogéneos autores y a distintos períodos, no constituyen una suma más extraña que la que podrá hallarse en Los años de Orígenes . Y es que, a propósito de la posible novela cubana, el autor ha considerado "la malicia que tendrá que tener en su peregrina estructura".

No le falta malicia a la estructura peregrina de este libro. Ubicado en las antípodas de lo resuelto, su autor podrá ser acusado de inhábil, de timón perdido. Sus alardes de perdedor a lo largo del volumen abonarían tal hipótesis ( El oficio de perder ha titulado él unas memorias publicadas hace poco), pero resulta difícil que cualquier otro escritor, por solvente que parezca, vaya a alcanzar mayor cumplimiento que el de este libro. Lorenzo García Vega consigue contar, con nerviosismo e incertidumbre, lo que no cuenta nadie.

Vuelto a leer ahora en su edición argentina, Los años de Orígenes me ha permitido olvidar lo suficiente a Orígenes y a Lezama Lima como para centrarme en quien narra. Notario de Orígenes , como suele titularse él mismo, Bartebly dispuesto a hacerlo aunque no haya dado con el modo, tan fracasado como un pupilo del Instituto Benjamenta, este narrador termina convirtiéndose en una de las más apreciables cabezas de la empresa Orígenes . Hasta el punto que, obligado a elegir tan sólo un par de títulos origenistas, yo colocaría a Los años de Orígenes junto a Paradiso . (Quedan fuera poesía espléndida y ensayos excelentes. Quedan fuera los cuentos y las piezas teatrales de Virgilio Piñera. ¿Y quién me obliga a restringirme, si no un enfásis de reseñista?)

En los últimos años, Lorenzo García Vega ha encontrado sitio en distintas revistas y editoriales argentinas. Una selección de su obra - No mueras sin laberinto - apareció en Bajo la Luna, y la editorial Mansalva acaba de publicar su novela Devastación en el Hotel San Luis . Entre tantas buenas noticias editoriales, celebro que Los años de Orígenes , uno de los mejores libros de memorias escritos en lengua española, cuente ahora con nueva edición.
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Valoración crítica de la Revista Vitral

en su XI Aniversario por Antonio José Ponte
( año 2005, Vitral No. 68 http://www.vitral.org )

Mons. José Siro González, Obispo de Pinar del Río:
Señor Dagoberto Valdés, Director de la revista Vitral:

Inicio mis palabras agradeciéndole a Uds. esta invitación que me han hecho a recorrer el trabajo de todo un año de la revista y, más, el trabajo de estos once años de publicaciones.

Lectores y colaboradores de Vitral:

Quiero también agradecerles a Uds. su presencia hoy aquí, y el apoyo que prestan a la existencia de esta revista.

A mí se me ha pedido que ofrezca una valoración crítica de Vitral, y esto me hará preguntar qué particularidad tiene una revista religiosa provincial (llamémosla así tentativamente) en comparación con el resto de las revistas que se publican en el país.

Dicho de esta manera, parecería que lo más notable de la revista que esta noche nos reúne es su concentración en lo local (una provincia entre el resto de provincias) y en lo religioso (un credo entre otros credos). Se pensaría entonces que otras publicaciones cubanas cubren franjas más amplias de interés, ambicionan más heterogeneidades. Y que, en cambio, Vitral posee las virtudes de lo católico y lo provincial.

Sin embargo, de adoptar esta hipótesis difícilmente podrá explicarse el influjo de Vitral más allá de los límites provinciales y más allá de los límites de una determinada creencia. Difícilmente podrá explicarse entonces el hecho (y éste es sólo un ejemplo) de que un lector habanero y no católico lea celosamente las páginas de algún número obtenido de Vitral, guarde ese ejemplar por ciertas razones (cierto artículo o frase o idea lo ha tocado especialmente), e intente procurarse los números anteriores y los venideros de la revista. Todo esto sin que el catálogo de comercios pinareños cerrados que aparece en ese número de Vitral signifique nada para él, que apenas conoce o nada conoce la ciudad de donde viene la revista. Todo esto sin que las esperanzas que despierta en un católico la Navidad (otro tema publicado) sean precisamente las suyas.

Pero en ese listado de comercios clausurados el lector del que hablo ha alcanzado a leer la decadencia en que vivimos. Y ha tratado de explicarse qué clase de expectativas despierta en un católico el nacimiento de una criatura hace dos milenios. Los nombres de comercios pueden ser otros para él y lo sagrado de un nacimiento no deja de serle comprensible, pero algo más lo inclina a leer y conservar ese número de la revista, y a pretender otros números. Y es ese algo lo que vendría bien averiguarse, porque en ello radica el valor de Vitral como revista. Y es, encontrado ese punto, al que debemos hacerle algunas exigencias.

( Antonio José Ponte, en un momento en que hacía la crítica a la revista. Catedral de Pinar del Río, año 2005 ) )

En el tiempo limitado de mi intervención me gustaría aventurar ante Uds., hacedores y lectores de la revista desde hace largo tiempo ya, una posible respuesta a esta interrogante. Creo que, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de las revistas literarias y científicas y de pensamiento que se publican en Cuba, los redactores y colaboradores de Vitral parecen creerse responsables de la sociedad cubana como un todo.
Vitral domina la temporalidad de un modo como no lo domina ninguna otra publicación periódica hecha en Cuba que yo conozca. Domina esa temporalidad desde su confianza en lo eterno, gracias a saberse duradera pese a los cambios que sobrevengan. Partícipe hoy y mañana de la vida del pueblo de Cuba, responsable hoy y mañana del destino de ese pueblo.

Otras publicaciones cuentan con tanta cuota de vida como las de las instituciones y organismos que las editan. Resultan, por tanto, más efímeras. Podrán, en algunos casos, afrontar los cambios venideros, aunque para ello deberán hacer profundos cambios. Vitral, a diferencia, ha tomado desde el inicio tales precauciones, y esas precauciones son parte irrenunciable ya de la revista.

Seré más explícito: la mayoría, sino la casi totalidad de las publicaciones periódicas de esta isla, se editan desde el miedo a lo político. El miedo a tocar temas espinosos, miedo a mencionar algún nombre prohibido y topar con la censura oficial, estrecha cada vez más el rango de intereses de las revistas (¡no hablemos de los diarios!) nacionales. En el mejor de los casos sortean la censura con tales tortuosidades de expresión que parecen ser órganos oficiales de sociedades de contorsionismo.

Las revistas literarias cubanas (que son las que más conozco) proponen, para evitar lo político, una puridad de la literatura, y disuaden al escritor de otras preocupaciones que no sean las estilísticas. No han conseguido (dicho sea de paso) mejorar un ápice la calidad de la prosa literaria cubana, pero sí han llevado a cabo exitosas lobotomizaciones en muchísimas cabezas. Han logrado convencer a quienes tienen el deber de pensar de que ciertos temas, ciertas problemáticas no son de su incumbencia.

Las páginas de esas revistas consiguen dar una sensación de eternidad, de desapego de problemas demasiado terrenales o demasiado minúsculos ante sus apuestas por la posteridad. Gracias a sus escrúpulos frente a lo político, gracias a su nerviosismo y su delicadeza de estómago, logran ser revistas de sabor muy antiguo. A fuerza de no comprometerse con la actualidad, parecen haber sido editadas hace un siglo.
El desuso en ellas de temas políticos no las estiliza, las estiriliza e invalidan al pensamiento, infantilizan el pensamiento. Proponen despreocupaciones, abandonos de la reflexión acerca de la realidad cubana. Y así, por ejemplo, el temor a hablar de más, temor a ser impropio, ha terminado por arrasar con la crítica literaria y artística. Porque es sabido que la discusión de un libro o de un filme o de una exposición puede llevar muy lejos, puede conducir a mar abierto y se está expuesto entonces a ser interceptado por fuerzas guardafronteras, por los guardianes de los límites pronunciables (y hasta pensables), por los comisarios políticos, por los censores.

Mejor entonces atenerse uno mismo a límites bien calculados, terminan por aceptar muchos. Y tanto cálculo, como se supondrá, abona el aburrimiento hojeable en tantas publicaciones cubanas. Así entra el tedio en las revistas, que tendrían que ser las más sorprendentes de las ediciones. Piénsese si no en que, al leer el libro de un autor solamente nos confiamos a las sorpresas que ese autor pueda brindarnos de una página a otra. (Lo cual no es poco, en dependencia del autor que se lea.) Una revista, en cambio, aumenta el número de posibilidades, de sorpresas. No sólo puede asombrarnos un autor en su texto, sino que la conjunción de autores, la diversidad, es un mayor motivo de sorpresas.

Dado lo anterior, creo que producir una revista aburrida es trabajo que lleva mucho esfuerzo, mucha planificación. Y qué decir de revistas que mantienen estable, de un número a otro, su capacidad de no ofrecer sorpresas. Son pura calma, reposo asegurado, modorra del pensamiento.

Esta tarde me complace mucho afirmar que Vitral no se encuentra entre esas publicaciones, sino más bien en las antípodas. Los intentos hechos durante este año, consecución de los diez años anteriores, de aprehender nuestros problemas como sociedad y como pueblo (y como grey, debería decir también), mantienen el tono vital de esta publicación en su undécimo año. Vitral mantiene en sus lectores la capacidad de sorprenderse, la expectación que va de una entrega a la próxima. Porque, como en el caso de los buenos autores, las buenas revistas forman a sus propios lectores. Y así las revistas parecen dividirse en dos grupos según sean sus desvelos: las que intentan complacer a la censura, las que intentan apasionar a los lectores.

Vitral es de las segundas. Propone (y esta es su rareza dentro del panorama actual cubano) pensar entre todos los problemas de todos. Propone la discusión de nuestra realidad. O, mejor, de nuestras realidades.

Intenta buscar las conexiones entre (pongo por caso) el aumento del ruido público y el problema del libre albedrío. Y creo llegar aquí a lo esencial del acto de hacer una revista, y que podría formularse del modo siguiente: toda revista que se precie aspira a establecer relaciones entre heterogeneidades. Sin forzar demasiado esas relaciones, por supuesto. Cuidándose de construir, de unas partes disímiles, un sistema. Toda buena revista ha de moverse, pues, entre el azar y el destino.

Esta noche, en medio de la celebración, no mentiré diciendo que Vitral lo ha conseguido ya, o que siempre lo consigue. Pero este ha de ser (presumo) el motivo esencial de sus redactores, su aspiración mayor.

La revista que hacen Uds. aquí encierra en sus páginas un gran número de heterogeneidades. Y no podría traicionarse ese esbozo de totalidad, de summa, dejando fuera de ella nuestros desvelos actuales como pueblo y nación, nuestros asuntos políticos, nuestra (para llevarlo a su raíz etimológica) manera de vivir en ciudad, de vivir juntos todos.

El lector de Vitral que soy agradece a todos los hacedores de la revista, director, redactores y colaboradores, un año más de inteligente y sensible compañía. Y les desea perseverancia y éxitos. Muchas gracias.