lunes, octubre 22, 2007

EL SOCIALISMO CUBANO Y EL SÍNDROME DE LA DEPENDENCIA

El socialismo cubano y el síndrome de la dependencia



Por Pablo Alfonso
Diario Las Americas
Publicado el 10-20-2007

Ahora que estamos en tiempo de debate y que los cubanos en la isla recibieron permiso para hablar –al menos-, “en el momento y lugar adecuados”, quisiera aportar mi granito de arena al asunto.

Así es que esta columna está dirigida en especial a los lectores, que dentro de Cuba, participan de esa gran terapia colectiva que ha diseñado la dictadura, con el ánimo de exorcizar los demonios del descontento.

A esos lectores que envían mensajes electrónicos desde universidades, centros culturales, sitios oficiales o correos públicos; unos aprobando, otros criticando, pero todos dejando constancia directa de que el mundo moderno del ciberespacio no conoce de barreras ni de censuras: ¡Bienvenidos todos a los espacios de libertad de expresión!

Considero que lo primero que necesitamos es una reflexión sobre las características esenciales de ese sistema que algunos, desde el oficialismo, gustan de calificar como “modelo cubano” de socialismo. Y conste que hablo de una reflexión seria. Nada que ver con las tituladas reflexiones del Comandante en Jefe, que son meros relatos nostálgicos de tiempos idos.

Hay un aspecto de ese modelo cubano de socialismo que merece especial atención. Me refiero a la dependencia. Ya sé que pudiera ser cosa de sicólogos sociales, más que de científicos sociales o analistas políticos, pero merece la pena abordarlo.

La historia de estas casi cinco décadas de castrismo tiene el sello distintivo de la dependencia. Si es verdad lo que afirman los expertos, que aseguran que el líder carismático, el caudillo, deja su impronta personal en los procesos sociales que encabeza, el modelo cubano de socialismo, pudiera servir de ejemplo clásico. Vamos al grano.

Quienes conocieron de cerca a Fidel Castro en sus orígenes y sus biógrafos no autorizados, aseguran que el dictador cubano “no sudó nunca la camisa”.

Desde los días de su compleja infancia, aislado en la casa del Cónsul de Haití en Santiago de Cuba; pasando por su estancia en el colegio Las Mercedes de la capital oriental y más tarde en el Belén de los jesuitas en La Habana, Castro vivió siempre a expensas de las remesas familiares de Don Angel y su esposa Doña Lina.

Su vida de estudiante universitario, que acompañó con el matrimonio de Mírta Díaz-Balart y su título de abogado, no fue muy diferente.

Durante los meses de prisión en Isla de Pinos, tras el fracaso del asalto al Cuartel Moncada, se convirtió en cocinero gourmet, elaborando comidas preparadas con los paquetes que recibía de familiares, amigos y conquistas amorosas.

Devenido en revolucionario profesional, el líder vivió siempre en el exilio a expensas del Movimiento. Como jefe de tropa en sus años de guerrillero, en la Sierra Maestra, dedicó sus energías –como es lógico-, a ganarle la partida a la dictadura de Fulgencio Batista.

Cuando llegó al poder y proclamó el carácter socialista de la revolución, la factura de su experimento revolucionario la pagó siempre la desaparecida Unión Soviética.

El líder carismático le imprimió así al modelo cubano su característica personal: la dependencia económica.

Si hay una constante en ese complicado proceso político ha sido la incapacidad del modelo cubano para ser independiente económicamente. El modelo cubano de socialismo es incapaz de generar, por si mismo, riqueza ni bienestar. Si hubo algún tiempo de bonanza, hay que buscar las causas en los millones de rubros que fluían desde la URSS.

Y cuando se agotó el manantial soviético y el país se hundía en la miseria, apareció en el horizonte el venezolano Hugo Chávez. Un coronel que fracasó en su bautismal intento de asaltar el poder con las armas, pero que a la postre se convirtió en Presidente electo de su país.

Chávez es hoy el nuevo proveedor del modelo cubano al socialismo. Sin los petrodólares bolivarianos, que fluyen desde Caracas, ese modelo hubiera dejado ya de existir hacer rato.

El drama real es que, a pesar de Chávez, y de su generosa chequera que compra legado histórico y protagonismo hemisférico, el modelo cubano no tiene futuro.

Para la cúpula del régimen que hereda un sistema con ese síndrome congénito, el presente tiene una alternativa trágica: Aceptar la dependencia con sonrisas complacientes o acabar con ella mediante un huracán democrático.

No es aventurado pensar que, conscientes de esa alternativa, entre los altos mandos militares cubanos y en los círculos de poder del régimen que vivieron la dependencia soviética, exista cierta añoranza de aquellos tiempos.

A fin de cuentas, mirando las cosas con cinismo, no cabe dudas de que entre el destino y la historia del comunismo soviético y el socialismo bolivariano del siglo XXI hay una diferencia abismal.

La única coincidencia, es que el modelo cubano, sigue dependiendo de los subsidios, para poder existir.

Sólo cabe desear que, más temprano que tarde, Cuba y Venezuela pueda darse un genuino abrazo democrático, dejando atrás estos tiempos.

pabloalfonso@comcast.net
Fonte: Identificada en el texto
http://www.cubalibredigital.com