jueves, noviembre 15, 2007

COMPROMISO CON LA HISTORIA REAL

Compromiso con la historia real

VICENTE ECHERRI
El Nuevo Herald

La semana pasada falleció en Miami Fulgencio Rubén Batista, el mayor de los hijos varones de Fulgencio Batista, presidente y hombre fuerte de Cuba, cuyo derrocamiento el 1 de enero de 1959 dio paso al régimen tiránico de Fidel Castro que aún perdura.

La tragedia que los cubanos hemos vivido en el último medio siglo se acentuaba lógicamente para este caballero gentil, educado y discreto que llevaba con gran nobleza el estigma de ser hijo de un hombre a quien acompañaba una leyenda negra y a quien él recordaba como el más cálido y amoroso de los padres. Rubén no sólo debió enfrentarse al reto que significa para cualquier persona el ser hijo de alguien notorio, sino que dedicó gran parte de su vida --con inclaudicable constancia, pero también con la mesura que era el timbre de su carácter-- al esclarecimiento y reivindicación del nombre y la trayectoria de su padre, desfigurados y envilecidos en la memoria de su pueblo y en la historia contemporánea.

Yo conocí a Rubén junto al cadáver de su madre y desde el primer momento me conquistó su simpatía y su lealtad filial. Me sentí solidario de esa ímproba tarea suya de esclarecer los hechos históricos que anteceden y conducen al colapso de la vida institucional en Cuba y de despojar a la figura de Fulgencio Batista de ese manto de infamia que el castrismo y sus compañeros de viaje, con malicia e ignorancia, le habían echado encima. Se trataba de un empeño extraordinario, muy por encima de las posibilidades y las fuerzas de cualquier individuo, pero Rubén lo emprendió con entusiasmo casi hasta el último momento. El creía que los académicos y los medios de prensa, fascinados por la leyenda castrista y, en muchos casos, coautores de su invención, habían insistido en tergiversar y demonizar a su padre mucho más allá de los defectos que pudo haber tenido --y que de hecho tuvo-- su gestión de gobierno.

Aunque ese esfuerzo no estaba exento de pasión y de la natural parcialidad que dicta la sangre, Rubén cumplía un cometido que, en mi opinión, debe ser prioritario para todos los cubanos de esta época y para cualquiera que haya sido víctima de una estafa tan monstruosa como la nuestra: explorar el pasado y poner al descubierto las consejas con que han querido sustituirnos la verdadera historia, y que han servido, en el caso de Cuba, para adoctrinar a tres generaciones a fin de justificar la imposición de un Estado totalitario dirigido por una banda de asesinos y ladrones. En esa historia amañada y fraudulenta, Fulgencio Batista ha tenido, hasta el día de hoy, una vigencia negativa como la máxima encarnación de los males que preceden al advenimiento de este nuevo orden que trajo la revolución; sin que falten, por otra parte, los que, desde la acera opuesta, lo responsabilizan por la llegada de Castro al poder.

( Fulgencio Batista y Zaldivar e Ike Eisenhower; detrás, sin espejuelos, Rubén Batista )

Rubén aspiraba a que juzgáramos a su padre --y la obra de éste-- no a través del fenómeno que le sucedió, sino contenido en el tiempo durante el cual fue uno de los protagonistas de la vida cubana, lo cual sería lo más lógico, teniendo en cuenta que Batista dejó de ser parte activa de nuestra política hace casi medio siglo. Sin embargo, ese objetivo resulta imposible de lograr precisamente por la existencia del castrismo que, al paralizar la sociedad, como en el mito de la Bella Durmiente, le presta a los últimos años de la república que preceden a esa parálisis una increíble inmediatez. Sin esta larga e injustificada tiranía, los cubanos de hoy veríamos a Batista como un personaje --con sus luces y sus sombras, sus miserias y sus grandezas, sus éxitos y sus fracasos-- tan distante como lo eran en los años cincuenta José Miguel Gómez o Mario García Menocal, presidentes en cuyos mandatos no había faltado violencia y corrupción, pero que ya no excitaban las pasiones de nadie.

Aunque no dejó obra escrita, más allá de algunos discursos y trabajos ensayísticos, Rubén Batista era, en la práctica, un historiador amateur que, además de ser testigo de primera mano de muchos acontecimientos, investigó a profundidad y durante años la historia del país que amaba y del que llegó a vivir ausente la mayor parte de su vida. Con él se pierde --amén del hombre noble, del amigo cordial-- un pionero en el empeño de desmontar los mitos del castrismo, que en algún momento se tuvieron por verdades indiscutibles, y devolvernos a la historia real, tarea que a todos los cubanos concierne y compete.

©Echerri 2007

1 Comments:

At 4:25 p. m., Anonymous Anónimo said...

Claro que el castrismo lo ha torcido todo, lo ha adulterado todo, se ha aprovechado de todo, incluyendo a Batista y su gestion al mando. Pero Batista, aunque fue un nene de teta al lado de lo que ha hecho Castro, indiscutiblemente tuvo mucho que ver con el desastre que vino tras el. Eso no lo quita nadie.

Por supuesto que hubieron muchos otros contribuyentes, conocidos y anonimos. El triste hecho es que Cuba se fue a pique porque demasiados cubanos como minimo fallaron gravemente, por decirlo de una forma piadosa. Mucho oportunismo, mucha envidia, mucha estupidez, mucha falta de madurez y de seriedad.

La politica siempre fue un talon de Aquiles para Cuba, y Batista es un gran ejemplo de eso. Por mucho que se quiera tener legitimidad, la cual el ansiaba desesperadamente, si no se tiene, no se tiene.

 

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