jueves, noviembre 15, 2007

SOBRE LA PROSTITUCION EN CUBA.

SOBRE LA PROSTITUCION EN CUBA


Por Iliana Curra.

He leído y escuchado mucho sobre el tema de la prostitución en Cuba. He visto propagandas a favor del turismo sexual en la isla. Debates televisivos y discusiones radiales que tocan este tema tan sensible como doloroso. Pero también he coexistido en una cárcel con estas muchachas que han vendido su cuerpo, ya sea para comer, para vestir, o para divertirse. Todo va en dependencia de sus reales necesidades materiales y sus carencias de valores.

Es cierto que no se prostituye quien tiene arraigo de sus valores morales y espirituales. La familia y la religión son los componentes fundamentales para que prevalezcan estas condiciones. A veces es difícil juzgar a quienes caen en el vacío de venderse por cosas materiales. Sabemos que el hambre y la miseria son malas consejeras, sobre todo cuando falta madurez e integridad.

Recuerdo cuando vi por primera vez la Prisión de Mujeres de Occidente. Quizás por este nombre nadie la asocie. Se conoce popularmente como “Manto Negro”, y es porque realmente, cuando estás adentro, te sientes como encerrada en algo oscuro y eterno. Aunque estuve allí poco tiempo. Comencé por un “Correccional con Internamiento”, otro nombre bonito y adornado. No era más que trabajo forzado con un pago que no alcanzaba ni para coger un ómnibus. Pero apenas estuve allí. Mi condena fue revocada, y por ende fui encerrada en una celda de castigo por largo tiempo. Pero en el corto período que pasé en el correccional, fui confinada en un albergue donde dormían casi doscientas muchachas que cumplían condena por prostitución. La nave, con literas ubicadas a cada lado parecía un prostíbulo gigante. La gritería, las frases populares y vulgares se confundían entre sí. Amén de las parejas homosexuales que eran parte del folclor presidiario.

Cada testimonio de estas muchachas era realmente impresionante. Las “jineteras”, como se conocen en el argot cubano a las prostitutas, tienen cualquier edad. Desde niñas de 11 ó 12 años hasta cuarenta. Las menores son llevadas a prisiones especiales de minoría, donde la corrupción es más alta y salen peor que cuando entran, si es que salen y no se complican más. Las otras van a las cárceles de mujeres donde la podredumbre humana abarca una inmensa mayoría.

Recuerdo a una muchachita con rostro de niña. Me apenaba verla tan callada y tranquila, pero cuando hablaba, lo hacía de tal manera que no quedaba dudas de quién era. Muchas de ellas habían caído presas casi al mismo tiempo en redadas policiales. Se conocían de las discotecas y recordaban hasta con nostalgia sus momentos de “triunfos” cuando lograban “enganchar” a un turista, las drogas que consumían y los artículos que recibían como trofeos de sus conquistas. A veces una cantidad mínima de 10 dólares, o quizás un pitusa (jean) era el pago por pasar una noche. Las más privilegiadas podían ganar un poquito más, pero mucho mejor salían las que agrupaban toda una serie de requisitos, como era hacer sexo entre varios y consumir substancias enajenantes. Había una tarifa para cada acto. A veces el pago era una paliza, pues a fin de cuentas, a nadie le importaba.

Entre esa cantidad de jineteras había una joven abuela. Una señora de 38 años de edad que tenía un nieto recién nacido. Era de la raza negra y decía “jinetear” porque no tenía opciones para vivir como se debe. Las razones de todas ellas era que carecían de alternativas. También carecían de valores en un sistema que desde niñas son separadas de la familia. A los 11 años de edad los niños son llevados de forma obligada a escuelas al campo por un tiempo. Del mismo modo existen escuelas en el campo para el curso completo. La diferencia es que cuando van temporalmente, la promiscuidad también es temporal. Del otro modo, es todo el tiempo. Son profesores que hacen sexo con muchachitas, y parejas de alumnos que conviven sin permiso de sus padres. Pierden todo contacto con la autoridad familiar. El control que sus padres pueden tener se pierde desde el momento en que caen bajo el control del gobierno, quien establece las normas morales -o inmorales- y de conductas de cada uno de ellos.
Tanto en el correccional, como el penal –ubicado uno al lado del otro- había presas prostitutas. Los oficiales a cargo de la prisión eran los primeros en acostarse con estas muchachas. Los favores sexuales eran condicionados por alguna prebenda (visitas, jabas, cigarros) y hasta gratis. Los militares no tenían que dar cuentas en un lugar donde todo es dirigido por ellos mismos. También tenían sexo con empleados que hacían trabajo de mantenimiento en el penal, o choferes que entraban con camiones para dejar algún tipo de producto en la cárcel.

Un albergue lleno de jineteras es un antro donde conviven tantas evidencias, que es imposible no escuchar las narraciones. Y es muy doloroso ver cómo estas generaciones se pierden en un mundo corrompido patrocinado por un sistema que utiliza la prostitución como industria turística para atraer extranjeros.

Mi experiencia en Manto Negro fue corta. Fui trasladada a una celda de castigo ubicada en un destacamento especial para presas infectadas con SIDA. En este destacamento se encontraban dos muchachas de apenas 23 años de edad. Una, condenada por prostitución y la otra, por propagación de epidemia. La joven jinetera me contaba en el área de sol - una especie de jaula donde me encerraban que le llamaban “el pollero” - cómo ella pudo haber contaminado a una enorme cantidad de hombres. Sus relaciones empezaban desde españoles, italianos o de cualquier otro país, hasta los nacionales –cuando no lograba llegar a un extranjero-. Contaba cómo entraba a las discotecas sobornando policías, así como luego –también sobornando- subía al cuarto de un hotel donde le era prohibido entrar como cubana. Después de haber sostenido relaciones sexuales con decenas de ellos, empezó a sentir síntomas de fiebre y malestar físico. Aún así, continuó jineteando hasta que fue arrestada. Un análisis de sangre en la prisión dio el resultado final de una muerte segura. Estaba contaminada con el SIDA, pero había ya infectado a infinidades de personas.

Luego de permanecer por un tiempo en este lugar, fui trasladada de forma inesperada a una cárcel de máximo rigor para mujeres: el Centro Femenino Penitenciario de Camagüey, más conocido como Granja 5, o Kilo 5. Esta prisión, mucho más pequeña que Manto Negro, albergaba a unas doscientas reclusas en todo el penal. Había dos galeras con capacidad para 16 presas, exclusivamente para jineteras. Las narraciones de estas muchachas eran muy similares a las de La Habana, con la diferencia que ninguna de ellas había logrado llegar a la capital. Sus lugares escogidos eran la Playa de Santa Lucía, en Camagüey, así como Varadero, en Matanzas.

Eran jóvenes campesinas, muchas de ellas provenían de lugares rurales remotos, que un día decidieron “salir del surco” y experimentar una vida diferente. Sus metas primordiales eran llegar a La Habana, pero esta zona ya estaba bajo control por las capitalinas.

Una reclusa de apenas 20 años de edad contaba la manera en que “cazaba” a los turistas. Prefería a los viejos porque era más fácil “acabarlos”. Los jóvenes –decía- tenían más capacidad de sexo y, por ende, tenía que esforzarse más con ellos. Una vez “ligó” a un turista español, y como era joven, trató de embriagarlo haciéndolo tomar bastante alcohol. También aspiraban cocaína o fumaban marihuana. Cuando creyó que el turista estaba dormido, le robó una maleta con sus pertenencias y la tiró desde el balcón de un segundo piso. El español se despertó y no le quedó más remedio –según nos dijo- que tirarse ella también para escapar. Además de las actividades sexuales con los extranjeros, estaba el robo directo de dinero, ropas y todo lo que sirviera para luego vender.

Muchas de ellas contaban las historias a su manera. Creo que ninguna alcanzaba a pensar realmente hasta dónde llegaban habiendo perdido su dignidad como mujer. Eran apenas unas muchachas desprovistas de decoro y decencia, gracias a la falta total de valores. No creían en la llamada revolución cubana. Tampoco creían en Dios. Naturalmente, no creían en nada, ni en nadie. Su único credo era “resolver”, palabra mágica que lo envuelve todo en una Cuba saturada de corrupción.

Recuerdo una noche en que se formó tremenda algarabía. El método de espejos para mirar por los barrotes era lo que nos ayudaba a saber que pasaba más allá de nuestro espacio en la galera. Las guardias sacaban por la fuerza a algunas presas de la galera de las jineteras. Había una riña fuerte. Estaban drogadas. Todas fueron a parar al área de la enfermería y luego a las celdas de castigo. Se habían drogado con gotas de colirio. Cualquier cosa les venía bien para enajenarse. Cualquier producto servía como ingrediente para perder casi la razón.

Podría decirse que existen muchas historias sobre estas muchachas perdidas. Muchas de ellas provenientes de familias sumidas en el alcohol y la falta de expectativas. Carentes de afecto y abusadas por familiares despreciables. Otras que habían estudiado y no veían un progreso más allá del adoctrinamiento recibido, muchachas de familias decentes que no soportaron la pobreza total y cayeron de rodillas porque no vislumbraban mejoría en sus vidas. Es bien triste ver como se pierden muchas de ellas en un mundo tan bajo. Tocan fondo, y a veces, ni siquiera lo saben.

Los defensores del régimen dicen que el gobierno no es culpable de que exista prostitución. Sin embargo, al gobierno anterior se le atribuye que muchas mujeres realizaran esta práctica en barrios creados para ello. La diferencia ahora es que no hay límites, ni de lugar, ni de personas. Sumando, además, los jóvenes del sexo masculino que también se dedican a esta práctica y que tienen un nombre que no se puede repetir. ¿Quién tiene la culpa? Podemos mencionar al gobierno, quien crea todos los mecanismos para eliminar la autoridad de padres a hijos cuando los separa de forma obligada y que incentiva esta práctica para la atracción de turistas extranjeros que ingresan dólares al país. Los padres, que pierden el control absoluto de la formación moral de sus hijos. La escuela, quien eliminó clases de Cívica y Moral a los alumnos. La sociedad, quien ve con buenos ojos cuando una joven jinetera logra subir peldaños materiales y está por encima de la media. No importa que sea con un viejo español, o con un humilde mexicano. La ven como una triunfadora en un sistema, donde tener un “jean”, es todo un éxito. Una sociedad pervertida y carente de principios donde jugar con la decencia es práctica diaria. Donde la indigencia mental acaba con las personas. Donde sobrevivir –a cualquier precio- es la palabra de orden.
¿Podrá recobrarse la sociedad cubana en un futuro? Soy optimista. Cuando las personas tienen un por qué en su vida, las cosas tienen que cambiar. No hay nada mejor que hacer planes, que tener expectativas, que pensar en el mañana, porque eso le da vida a los que no la tienen, porque la desesperanza es mayor que el aliento que los mantiene. Estoy consciente de que la sociedad cubana se recuperará. Solo les falta salir de la desesperación en que viven, de la decepción y el pesimismo en que la han llevado por tanto años, casi medio siglo. Cuando la nación se emancipe y comprenda su rol en la historia, estoy segura que las niñas –y los niños- no tendrán que venderse o regalarse para creer en el futuro. Dios, y la libertad, dirán la última palabra.