VOTAR
VOTAR
21 de enero de 2008
Por Raúl Rivero
En unas elecciones amañadas convocadas por el dictador Fulgencio Batista, en 1958, un viejo politiquero de Camaguey, famoso por sus trampas en el ayuntamiento, le dio veinte pesos y una botella de ron a un hombre que alquilaba su carro con bocinas para hacer propaganda por las calles. El locutor salió temprano y azotó a la ciudadanía durante una hora con una impoluta biografía del pícaro por las principales plazas de la ciudad. De repente dijo vencido y con voz ronca: «¡Caballeros, hasta borracho me da pena!».
Pero a estos personajes de ahora no les da pena. Sobrios, atildados y sin ninguna vergüenza, convocaron a unas elecciones, como si esa palabra no viniera de elegir que, según el diccionario de la RAE, es «escoger o preferir a alguien o algo para un fin».
Ellos y sus locutores con los altavoces, algunos instalados en el extranjero o trasmitiendo desde La Habana vía satélite, le quieren dar emoción y color de competencia a un ejercicio que ha sido uno de los signos más falsos de la historia de fracasos del comunismo real.
Se trata de una tarea de entrenamiento que realiza cada cierto tiempo el régimen, porque considera que con ese simulacro embelesa a la opinión pública internacional. Cree que le da argumentos a sus defensores con el resplandor de esos resultados en los que un candidato nominado por el pueblo obtiene el 99, 8% de los votos secretos y directos.
Ellos saben que nadie les cree. Son los primeros en comprender que la gente va a esos colegios, escoltados por niños soñolientos y aburridos, por las campañas de miedo que preceden a cada proceso y para que los militantes de los Comités de Defensa de la Revolución dejen de aporrear la puerta de la casa en las mañanas de esos domingos desapacibles.
No son elecciones. Son votaciones obligatorias y vigiladas casa por casa, vecino por vecino, con Radio Bemba a plenitud, en todas las bandas, con la sugerencia de que si se pone No o Cambio, si se deja en blanco la boleta, ciertos mecanismos de tecnología de punta podrán descubrir la identidad del violador de la concordia y la unidad.
No. A los promotores y a sus propagandistas no les da pena nada. Ni siquiera entrar al mes de las votaciones con 234 presos políticos en las casi 300 cárceles de un país que, en 1959, tenía 15 establecimientos penitenciarios en todo el territorio nacional.
Los recursos invertidos en ese guiñol despiadado en un país que atraviesa una profunda crisis económica, el tiempo perdido por los grandes sectores de la población, las horas de radio y televisión, las resmas de papel dedicadas a las solemnes y castas vidas de los parlamentarios, son cifras que comenzarán a disolverse con el vapor del lunes.
Lo que no se olvida nunca es la humillación.
Fonte: El Mundo
http://elmundo.es
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home