EL BARCO DE LA INDEPENDENCIA
Tres de los 5 acorazados similares al Maine, incluyendo al Maine, sufrieron accidentes por ese error de diseño; esto lo investigó el destacado historiador cubano, ya fallecido, Manuel Moreno Fraginals poco antes de morir. El Comandante de El Maine estaba en el Maine cuando ocurrió la explosión aunque la mayor parte de la oficialidad estaba en tierra. El Presidente Mc Kinley en su discurso ante el Congreso norteamericano no utilizó la explosión del acorazado Maine como causa o motivo para ir a la Guerra.
El barco de la independencia
Por Vjcene Echerri
Alas 9:40 de la noche del 15 de febrero de 1898, Rafael Montoro, secretario de Hacienda del recién creado gobierno autonómico de Cuba (con el que España había querido remediar tardíamente su desastrosa política colonial) se encontraba todavía en su despacho ministerial en La Habana cuando una fragorosa explosión estremeció toda la ciudad: el acorazado USS Maine, que se encontraba en el puerto como ostensible gesto de protección hacia personas e intereses norteamericanos en la isla, había estallado como una gigantesca granada. Enterado de lo ocurrido, Montoro llamó de inmediato a su mujer (en La Habana había teléfono desde l884) para decirle escuetamente: ''Vieja, esto se jodió'' (sic). La anécdota, que me la contaría 90 años después uno de los nietos de Montoro, había corrido en la familia por generaciones como una muestra de la visión, inteligencia y humor del ilustre intelectual y político conservador.
El accidente que provocó el estallido del Maine (las últimas investigaciones descartan cualquier tipo de atentado o acción deliberada; en verdad la santabárbara del acorazado estaba demasiado cerca de las calderas) sirvió para acentuar la animosidad de la opinión pública norteamericana hacia España a causa de su inhumana política en Cuba. Montoro tenía razón, la ''voladura'' del Maine vino a dinamizar el conflicto entre Estados Unidos y España dando lugar a una guerra que liquidaría los restos del imperio español en América y de paso el precario régimen autonómico que el poder colonial otorgara como un tardío favor. Los cubanos tendrían independencia, pero vendría de mano de los americanos.
( El acorazado Maine )
En torno a muchos de los hechos que median entre el estallido del Maine en la bahía habanera y el estreno de Cuba como nación independiente se han divulgado muchas fábulas tendenciosas, alimentadas a lo largo del siglo XX por el resentimiento de los intelectuales de izquierda y repetidas inescrupulosamente por políticos revolucionarios que se empeñaron en malquistarnos con nuestros mejores amigos y vecinos. La ruina económica y moral de Cuba en este último medio siglo de infamia y estulticia es el directo resultado de una política ''antiimperialista'' que descuella por su ignorancia y por su ingratitud.
Una de las primeras consejas que mis compatriotas gustan de repetir es que ''los rebeldes cubanos estaban ganado la guerra'' cuando esto no pasa de ser un énfasis sin fundamento. Cuando el gobierno de Sagasta releva a Weyler en 1897, la campaña de pacificación había alcanzado la zona de Sancti Spíritus, en el linde de Las Villas y Camagüey. Hasta ahí habían llegado las tropas españolas en una batida gigantesca para la que, en algún momento, habían movilizado cerca de 200,000 efectivos. No tengo duda de que, de no haber sido relevado, Weyler hubiera terminado por aniquilar al Ejército Libertador y Máximo Gómez hubiera acabado nuevamente en Santo Domingo. Luego del relevo de Weyler, la presión sobre los cubanos se atenuó, y recobraron algo del terreno perdido, sobre todo en Las Villas, pero la devastación impuesta por el conflicto y la ruina económica del campo cubano era tal, que es precisamente durante el último año de la guerra que se acrecientan más las deserciones, no tanto por la hostilidad de las tropas españolas cuanto por el hambre y las privaciones que padecían los rebeldes. No dudo que, por fatiga económica y moral, España hubiera terminado por renunciar a Cuba, pero eso no estaba por ocurrir en 1898 cuando Estados Unidos, como un caballero andante, vino a sacarnos del atolladero, noticia que los rebeldes cubanos recibieron con desbordantes muestras de júbilo.
Por otra parte, la intervención de Estados Unidos en Cuba no se produce por una calculada acción de rapiña, sino como resultado del infatigable cabildeo de un exilio inteligente y bien situado que llegó a convencer a varios magnates de la prensa (Hearst, Pulitzer, Rubens, Dana) de la bondad de su causa y, a través de ellos, inclinar la opinión pública del país a su favor. Sin negar las aspiraciones anexionistas de algunos políticos y empresarios norteamericanos de la época, es el peso de esta opinión lo que vence la renuencia del presidente McKinley a intervenir y el que frustra cualquier proyecto de anexión. Visto así, acaso la Enmienda Platt bien podría juzgarse como un premio de consuelo --casi simbólico-- para los políticos anexionistas y, en consecuencia, un factor a favor de la independencia de Cuba, aunque de derecho mermara en algo su soberanía.
El estallido del Maine le costó la vida a 266 marinos norteamericanos, pero sirvió para provocar una guerra que le traería a Cuba cuantiosos beneficios. Sólo la innoble ingratitud y la ceguera pueden reparar en las ridículas concesiones que hubo que hacer a cambio.
©Echerri 2008
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