viernes, febrero 15, 2008

FIDEL RIMABA CON AYER

Fidel rimaba con ayer


Por Andrés Reynaldo

El pasado domingo, el programa La mirada indiscreta, del canal 41, conducido por Alejandro Ríos, presentó el documental Cuba la bella, de Ricardo Vega, cineasta cubano radicado en París.

Después de una introducción a la trayectoria republicana de la isla, Vega reúne material fílmico de Fidel Castro a lo largo de diferentes épocas. En cierto modo, el tema del documental es Fidel contra Fidel. Pues apenas surgen las primeras imágenes cualquier observador medianamente inteligente comprende que se halla ante uno de los grandes energúmenos que han hecho historia.

A medida que pasan los años, me resulta más difícil hablar de Fidel sin manifestar un visceral desprecio. A la vez, no cesa de asombrarme que aquel país con unos índices económicos del primer mundo y una potente clase media se dejara arrastrar por semejante personaje pasadas las primeras 72 horas de euforia tras la fuga de Fulgencio Batista. Por supuesto, no es un enigma. En nuestra formación nacional latía la semilla del fenómeno dictatorial desde mediados del siglo XIX.

Una de las características de este desarrollo caudillista fue la absorción de estructuras intelectuales con un innegable atractivo para hombres educados en una tradición autoritaria. Desde la concepción de Thomas Carlyle del héroe como profeta, capaz de crear una cultura moral por sí mismo, a las tesis de Friedrich Nietzsche sobre la tragedia como principio afirmativo de la vida y las prerrogativas de un superhombre que se alzara sobre los escombros de una corrupta civilización. En la literatura y la prensa cubanas de esos tiempos se nota la presencia de muchos de estos elementos en el discurso nacionalista.

Ya a fines de la década de 1920 vemos la admiración de significativas inteligencias de la isla hacia el fascismo de Benito Mussolini. (Hace poco, el ensayista Jesús Rosado reparaba en algunos sedimentos protofascistas del grupo Orígenes). Si bien en Cuba no hubo importantes núcleos intelectuales identificados con el nazismo, no puede negarse que el franquismo caló hondo, principalmente en los círculos católicos. A veces, repasando polémicas de entonces, descubrimos que en áreas como la organización sindical, los modos de representatividad ciudadana y la cultura institucional, la izquierda era en realidad la portadora de las nociones más libertarias y, aunque suene contradictorio, capitalistas.

La Guerra Fría supone una reconversión de las actitudes caudillistas. El ideario nacionalista queda anclado en el pensamiento de José Martí, sin elaboraciones posteriores. Lo mismo servía de emblema a los comunistas que a los masones, a batistianos y antibatistianos. En la década de 1950 el avance de la sociedad cubana sobrepasa sus tradicionales discursos políticos. Ante el desarrollo económico, la acelerada urbanización, la creciente liberación de la mujer, la extensión de la educación, los avanzados niveles de sindicalización y organización gremial, así como una integradora apertura al mundo y una estrecha interrelación con Estados Unidos, las mejores mentes cubanas se abocan a un momento de refundación de las señas de identidad.

Batista parece destinado a ser el último de los dictadores cubanos. Y la revolución encarna el anhelado y posible tránsito a un fortalecimiento institucional que le permita al país continuar su ascendente marcha. Es un momento único en que el futuro zozobra en el fiel de la balanza. Imaginemos lo que hubiera sido de nosotros si toda la energía del triunfo revolucionario desemboca en un proceso de legitimación democrática y liquidación de injusticias sociales que, sin ser escandalosas, no dejaban de ser patentes.

Sin embargo, nos despeñamos en el caos. Fidel no se afinca sobre las urgencias típicas de las naciones empobrecidas, los reclamos de una soberanía coartada por un poder externo ni la popularidad de las doctrinas comunistas (de hecho, el cubano era tozudamente anticomunista) sino en una cadena de construcciones históricas que nunca fueron sometidas a una crítica seria y sistemática. Suspendidas ya casi de manera ornamental sobre el dinámico y moderno quehacer de la isla, facilitaron con su exaltación al héroe como profeta la leninista entronización del héroe como carcelero.

En los dos primeros años del castrismo, algunos intelectuales dieron batalla, sobre todo desde las páginas de la revista Bohemia. Pero la censura fue puntual en imponerse. En los textos de Jorge Mañach, por citar al más brillante de ellos, se registra la odisea de unos demócratas ilustrados que tratan de discutir ideas con una empresa delincuente y no logran identificar que la amenaza viene por igual de adentro, afuera y ayer.

En Cuba la bella pasman las escenas de un Fidel desaseado, inescrupuloso, de razonamiento adolescente, con la retórica de un hombre sicológicamente desestabilizado que hace de la vulgaridad un estilo político y del choteo un instrumento de opresión. Acertaron quienes pensaron que el castrismo acabaría por agotarse en un sangriento sainete. Acertaron quienes abandonaron la función cuando asomó su cabeza la revanchista morralla del caudillaje. Sólo que el telón ya tarda medio siglo en caer.