jueves, marzo 06, 2008

LOS KIOSCOS EN DIVISAS

Los kioscos en divisas

Por Oscar Mario González

LEAD: El dependiente del kiosco a diferencia del bodeguero actual es uno de los personajes más relevantes y aristocráticos de la vecindad. Y no porque devengue un gran salario ni mucho menos, sino porque cual ágil tiburón nada en un mar de moneda fuerte.



LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Los actuales kioscos en divisas son una caricatura de las tradicionales bodegas. Como su nombre expresa están destinados a vender en pesos convertibles o “chavitos”, que es la moneda fuerte de curso legal sustituta del dólar estadounidense.

Es decir, en estos comercios no aceptan la moneda cubana, en la cual el hombre trabajador devenga sus haberes. No obstante, la familia común se ve obligada a comprar en estos lugares por la sencilla razón de que algunos productos de primera necesidad no se pueden adquirir por otra vía. Estamos refiriéndonos a renglones imprescindibles en la cocina cubana como el aceite vegetal comestible, el puré de tomate, las pastas alimenticias y otros cuya ración consignada en la libreta dura apenas una semana o simplemente no se contempla en la citada cédula de racionamiento. Entre estos últimos –ausentes de la libreta de racionamiento – se encuentra el papel sanitario, el jabón, el detergente y el desodorante por sólo citar algunos ejemplos.

Pero los kioscos, para mayor semejanza con la tradicional bodega, ofertan además bebidas alcohólicas. A ellos acude el “buscavida”; ese hombre con especial habilidad para el “invento”, que hoy y ayer ha sabido escudriñar en los sinuosos vericuetos del socialismo criollo. Acude para disfrutar de una cerveza de latica con su consorte y ocasionalmente invitar a sus amigos y compañeros de “lucha”. El hombre común, ese menos hábil en materia de “inventos”, tendrá que conformarse con un vaso de cerveza “dispensada” que es el nombre de la cerveza a granel cuya calidad es muy inferior a la de latica. Estos comercios están diseminados por todos los barrios de la capital. Por lo general ocupan las esquinas más concurridas y aunque parezca contradictorio, dada la miseria en que viven lo cubanos, casi siempre tienen cola de marchantes en procura de los más disímiles artículos; desde una pastilla de caldo de pollo hasta una maquinita de afeitar desechable. Simplemente allí es donde se encuentran los renglones imprescindibles para una existencia mínima y a ellos hay que acudir aunque para eso tengan que correrse los múltiples riesgos que suponen el comercio ilegal, el juego prohibido o la “sustracción” de recursos del centro de trabajo.

El dependiente del kiosco a diferencia del bodeguero actual es uno de los personajes más relevantes y aristocráticos de la vecindad. Y no porque devengue un gran salario ni mucho menos, sino porque cual ágil tiburón nada en un mar de moneda fuerte y a la luz de la razón y de la lógica natural, parece imposible que no se salpique con un poco de agua bendita dado el grado de corrupción tan generalizado que reina en el país.

El bodeguero habitual, con un nivel de “invento” enormemente disminuido por un periodo especial que no parece tener término, con los estantes vacíos y el mostrador octogenario invadido de comején, sueña con ponerse a la altura de su homólogo “kiosquero”. A éste un golpe de suerte capitalista representado por las tímidas medidas de libre mercado adoptadas al inicio de los anos noventa del siglo pasado lo convirtió, de la noche a la mañana, en uno de los tipos más “duros” del barrio.

Hoy, aquellos días de gloria del bodeguero han quedado atrás. No puede negarse que conserva influencia en el barrio y que sigue siendo el suministro más utilizado por los vecinos para resolver, a menor precio, las insuficiencias de la libreta de racionamiento. Pero qué va. El andar entre chavitos y entre productos de “afuera” rodea al kiosquero de una aureola de triunfo y bienestar que no lo brinca un chivo ni lo iguala el bodeguero, relegado a lidiar con el arroz con gusanos y los chícharos con gorgojos.