domingo, mayo 04, 2008

SER SUIZO

Ser suizo


Por Ariel Hidalgo

Cuando en 1993 estuve en Suiza, me asombró ver que en la parada del ómnibus se anunciaba la hora en que éste llegaría. 8 y 13 minutos. Y a las 8 y 12 ya veía al ómnibus doblar la esquina. Previamente pagaba en la acera a una máquina a cambio de un recibo que luego nadie me pedía al subir. No veía por las calles colillas, ni siquiera una cerilla. Teté olvidó una mañana su cartera en un restaurante y en la noche al percatarnos de su falta, corrimos y lo encontramos en la misma mesa donde comimos. Nadie la había tocado en todo el día. Las ancianas no temían caminar por las calles desiertas a altas horas de la noche. Supongo que en Suiza habría policías, pero yo nunca los vi. Cuando años después en Miami conté esta impresión a un periodista suizo, me dijo: ''Sí, muy aburrido''. Y yo pensé en cuántos cubanos encarcelados, desterrados o condenados al ostracismo a lo largo de la historia habrían envidiado ese aburrimiento.

''Vamos a hacer de Cuba la Suiza de América'', expresión atribuida a un presidente cubano, no tenía intención de europeizarnos o suprimir los elementos culturales de la cubanía, sino de hacer de nuestro archipiélago un oasis de paz y prosperidad. Fue entonces cuando su canciller intentó regresarlo a la realidad con aquella pregunta memorable: ``Pero, general, ¿de dónde sacamos a los suizos?''

Hoy cuando algunos nos negamos a seguir alimentando el odio y el resentimiento que han engendrado en nuestra historia violencia y fratricidio, se duda de la capacidad del cubano y preguntan irónicamente si vamos a importar suizos. Mas Suiza no fue siempre lo que es hoy. Fue allí donde Miguel Servet fue quemado en la hoguera por negar el dogma de la Trinidad, y los anabaptistas arrojados a los ríos con enormes piedras atadas a sus cuellos sólo por considerar inválido el bautismo de niños. Luego, por mucho tiempo, los cantones guerrearon entre sí por motivos religiosos. No obstante, el tiempo les otorgó madurez.

El cubano también renacerá de sus propias cenizas como ave fénix, o más bien cual mariposa de la larva del gusano. No se trata de cambiar un gobierno por otro. La distorsionada percepción del ser humano le hace ver fuentes de poder en el mundo exterior: dinero, armas, cargos públicos. El poder real no está en gobiernos, ni en ejércitos, ni en elevadas cuentas bancarias. No está en el reino de este mundo, ilusorio y efímero. Y las verdaderas rejas no están en las prisiones; los decretos que coartan nuestras acciones no están en los papeles; ni las fronteras que impiden el regreso de los ausentes, en la geografía. La supuesta libertad no será más que ilusión pasajera si creemos que se alcanza sólo derribando muros y barrotes, sustituyendo unos papeles por otros, o haciendo regresar, por los surcos del mar o del cielo, a los desterrados. La verdadera libertad no se encontrará en los parlamentos, ni en las calles, ni en los cuarteles, porque los derechos no los otorga ningún gobierno, ninguna ley, sino la decisión de ser libre, de hablar y actuar de acuerdo con la conciencia, pese a amenazas, cautiverios y hostigamientos. De esa libertad interna se genera la externa. Carl Jung expresaba: ``Tu visión llegará a ser clara sólo cuando puedas mirar en tu propio corazón. Quien mira afuera, sueña; quien mira adentro, despierta''.

Suprimir el efecto del mal no elimina su causa. La única corrección realmente fructífera se realiza al nivel de la conciencia. La verdadera redención será en el reino del espíritu. Por eso debe arrancarse para siempre del alma el rencor y hacer que reine lo único que nos hará libres, el perdón, la reconciliación y la fraternidad. Lo que siembres dentro de ti germinará mañana a plena luz del día. Y es preciso un alumbramiento glorioso para que de esa alborada interior salga para siempre el sol de la libertad iluminando las calles y los campos.

Jesús, antes de operar un milagro de sanación hacía saber a la persona que sus pecados estaban perdonados. Luego, en reconciliación y paz consigo misma, era sanada. Si el actuar no viene del ser, no habrá resultados legítimos, ni duraderos. La paz no tendrá consistencia ni permanencia si no va precedida por una conciencia de concordia y fraternidad. La lucha pacífica no es una estrategia, sino un modo de vivir, expresaba Gandhi: ``La no violencia no es una vestimenta que uno se pone y saca a voluntad. Su sede se encuentra en el corazón y debe ser una parte inseparable de nuestro ser.''

Podrán revueltas, golpes de estado o intervenciones militares derrocar a un gobierno tiránico, pero no la mentalidad colectiva que lo generó. Si se logra una liberación política, pero no se erradica del alma nacional el rencor, la intolerancia, y el culto a la personalidad, nuevas tiranías serán fecundadas. Sólo la ausencia del sentimiento de dignidad que otorga la conciencia de los derechos nos hará libres. Sólo falta una ''revolución'' a los seres humanos: la revolución moral.

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