LA JUSTICIA “SOCIAL”
LA JUSTICIA “SOCIAL”
Por Hugo J. Byrne
Frederick Bastiat (“The Law”, 1850)
¿En cuántas ocasiones hemos leído o escuchado la frase “justicia social” y en cuántas de esas oportunidades nos hemos molestado en analizar la semántica en dicha frase? A mi manera de ver, todo adjetivo agregado a la palabra justicia es redundante. Realmente la “justicia social” es una frase código, un lema no diferente a la “moral socialista” y otras frases carentes de significado específico. Esas frases-lemas se enarbolan para justificar la imposición de agendas altruístas, con frecuencia sangrientas, pero que siempre son empobrecedoras e injustas. Quienes apelan a ese reclamo son casi siempre los alabarderos de un sistema para beneficio exclusivo de mandones y burócratas. Se trata solamente de un viejo lema “políticamente correcto”, pues cuando la justicia es aplicada al orden social, no necesita adjetivos.
Robin Hood era un personaje legendario del folklore británico, quien supuestamente “robaba a los ricos y compartía el botín con los pobres”. No crea semejante embuste el amable lector. De acuerdo a la leyenda, a quien Robin Hood siempre acosaba era al Sheriff de Notthinham, la máxima autoridad política de su condado. En suma, el noble transmutado en supuesto foragido no robaba “ricos” como interesadamente nos tratan de convencer, sino que recuperaba el botín usurpado por el gobierno, devolviendo ese peculio a sus legítimos dueños, quienes habían sido despojados de él a través de tributos arbitrarios. Esa leyenda, cuando se narra fielmente, identifica al verdadero explotador: no el rico, sino el estado parásito, que nos roba a todos por igual.
Hubo una época muy remota en la historia cuando la riqueza era una entidad casi totalmente estática. La “repartición” de la misma sucedía siempre mediante un proceso violento. Esa época sin ley ni orden humano, quizás habría justificado la existencia de un Robin Hood apócrifo y altruísta, pero eventualmente la voluntad empresarial de quienes anticiparon un modo de vida más diligente y honesto que la profesión de pirata, generó el comercio y la artesanía. El capital así creado se plasmó en una divisa con valor de cambio universal: el dinero. Adquirir algo compensando adecuadamente al vendedor que acepta la transacción es menos doloroso que disputar la propiedad de bienes usando piedras, garrotes o armas de destrucción masiva.
Sin embargo, el anhelo de saquear al prójimo perduró entre los ambiciosos de lucro fácil y los temerosos a ganarse un lugar al sol a través de esfuerzo diligente y honrado. No existe diferencia moral entre el burócrata socialista que esquilma al ciudadano con un impuesto arbitrario establecido por una ley injusta y el salteador de caminos que hace lo mismo a punta de pistola. Existe sí una diferencia práctica. El bandido del medioevo arriesgaba su integridad física ante la posible reacción de su víctima. El burócrata socialista comete el mismo crimen, pero con impunidad, pues tiene la ley arbitraria y la fuerza de su lado.
La revolución industrial a finales del siglo XIX generó una frase auténticamente americana: “hacer dinero” (“to make money”), que por supuesto no quiere decir falsificarlo. Por el contrario significa crear capital a través del ingenio, el trabajo honesto y la libre competencia. Negociando ese derrotero, Adam Smith entendió la historia, mientras que Marx extraviaba su camino.
Los próceres norteamericanos, convencidos de que el gobierno es una necesidad incómoda, crearon con toda intención una república que limitaba constitucionalmente las prerrogativas del estado, sostenida en la idea de que el poder reside en el pueblo y que este último está formado de individuos con derechos inalienables. Si el amigo lector lo duda, lo invito a leer con detenimiento las dos partes más substanciosas entre los documentos en que se fundó este sistema: la Declaración de Independencia y el llamado “Bill of Rights”, las primeras diez enmiendas a la constitución norteamerica. La gran mayoría de los forjadores de esta república rehusaron firmar la ley fundamental mientras no le fueran agregadas las susodichas enmiendas, las que establecen quién es el verdadero árbitro del poder político en un país civilizado.
La mayoría de los cubanos que decidieron abandonar el territorio de la patria desde enero de 1959 lo hicieron para no vivir bajo un sistema medularmente corrupto e injusto, el que se nos impuso por la fuerza. Sin embargo, debemos enfatizar que nos hubiéramos opuesto al mismo sistema si por ignorancia del electorado o por deficiencias en nuestra ley fundamental, hubiera sido legalmente escogido a través del voto. En ese caso nuestra oposición, por supuesto, habría sido civil, pacífica y mediante los mecanismos constitucionales. Pero el socialismo castrista se impuso y se mantiene por la violencia. Razón más que sobrada para que todo cubano bien nacido nunca renuncie a la violencia mientras esa crápula opresora y explotadora permanezca en el poder.
Los castristas, después de haber engañado a una nación embriagada en la falsa mística encerrada en la frase “justicia social” (incluyendo a este servidor en aquella época), impusieron un régimen totalitario por el terror, utilizando ventajosamente las pugnas de la llamada guerra fría para prevalecer. No sólo han tenido éxito hasta ahora, sino que las perspectivas inmediatas no lucen buenas para los cubanos libres. El Departamento de Justicia de la presente administración hace ya mucho tiempo declaró “temporada abierta” contra los exiliados cubanos que actúan como tales. Varios de nuestros más valiosos combatientes han servido injusta prisión en Estados Unidos por negarse a delatar a sus compañeros de armas. Nunca me cansaré de denunciar y combatir esa infamia.
El total control del poder en Estados Unidos es amenazado ahora por una facción que a nombre de la justicia social avanza una agenda idéntica a la de la canalla que manda en Cuba. Aparentemente esa amenaza cuenta con el respaldo de algunas desacreditadas organizaciones encabezadas por lidercillos ridículos al mejor postor, quienes dicen representar al exilio cubano. Anuncian apoyo al candidato que los ayude. ¿Ayudarlos a qué? ¿A engordar más su ya voluminoso bolsillo? Les prometo a los amables lectores que estos tránsfugas de café con leche encontrarán esta columna en su camino.
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