sábado, septiembre 06, 2008

4 DE SEPTIEMBRE. UNA FECHA PARA NO CELEBRAR

Nota del Blogguista

Mi respetado Vicente Echerri escribe ¨...consagraba en el discurso y la acción políticas, el principio de la ''Revolución'', un expediente de violencia que debía arreglar todas las cosas, mito que se inculcó en la psique de dos generaciones de cubanos antes de la llegada de Castro al poder. ¨.

Realmente ni el 4 de septiembre, ni la pentarquía, ni Grau fueron los que consagraron el principio de la revolución o el ¨revolucionarimo¨. Para demostrar que no fueron ellos, basta ir a nuestras guerras de independencia del siglo XIX y constatar el afán de protagonismo, el exceso de voluntarismo, las intolerancias, las indisciplinas, las sediciones, las revueltas, el caudillismo, etc. de algunas de las grandes figuras patrióticas cubanas.
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Tomado de El Nuevo Herald.com

Una fecha para no celebrar


Por Vicente Echerri

Les agradezco sinceramente, desde esta página, a los organizadores del banquete conmemorativo del 4 de septiembre la gentileza de invitarme al evento que tendrá lugar este domingo a mediodía en el Big Five Club de Miami y en el que este año falta su principal animador, Rubén Batista Godínez, hombre fino como pocos que yo haya conocido y quien, con encomiable y excusable amor filial, dedicó gran parte de su vida a reivindicar el nombre de su padre, Fulgencio Batista, presidente y hombre fuerte de Cuba.

Sin embargo, no creo que el 4 de septiembre sea una fecha que los cubanos, víctimas de la revolución castrista, debamos celebrar; pues el 1 de enero de 1959, que significó la quiebra absoluta de nuestra democracia, la esclavitud masiva del pueblo de Cuba y el exilio de tantos de nosotros, es hijo natural, si no legítimo, del 4 de septiembre de 1933 cuando, por primera vez en nuestra joven república, una ''revolución'' derrumbaba las instituciones e instauraba la improvisación.

El presidente Gerardo Machado (1925-1933) había violentado la Constitución al prorrogar su mandato sin una consulta electoral y había recurrido a la represión sangrienta para enfrentar las acciones terroristas de sus opositores; pero cuando se fue de Cuba, el 12 de agosto de 1933, y pese a los desmanes que se cometieron a raíz de su fuga, las instituciones estaban intactas. Gracias a la mediación norteamericana, personificada en el embajador Benjamin Summer Welles, se había establecido un gobierno provisional compuesto por personas honestas y capaces y presidido por Carlos Manuel de Céspedes, hombre gris pero probo, hijo de aquel patricio de igual nombre que iniciara nuestra primera guerra de independencia.

Antes de que transcurriera un mes, un grupo de revoltosos universitarios --descontentos con que la ''revolución'' (es decir la ruptura del orden) se hubiera visto frustrada por el nuevo gobierno provisional-- indujo a los sargentos y soldados que, en ese momento, se habían insubordinado en busca de mejoras gremiales, para que, lejos de conformarse con los reclamos que hacían, destituyeran a sus oficiales y se apoderaran del gobierno. Fulgencio Batista, uno de los sargentos que para entonces ya mostraba mayor elocuencia y madera de líder, empezó su carrera pública atendiendo a esa propuesta.

( LaPentarquía )

Esto dio lugar a la súbita decapitación de la incipiente casta militar cubana y al improvisado ascenso de un grupo de sargentos a coroneles, al tiempo que la turba revolucionaria instalaba en palacio --luego del ridículo experimento de la llamada Pentarquía, en que Cuba tuvo cinco presidentes a un tiempo-- a uno de los más pavorosos demagogos en la historia de nuestro país: el Dr. Ramón Grau San Martín que, en un breve mandato de poco más de cuatro meses, licitaba el asalto de principios y jerarquías, instauraba el latrocinio y, lo peor de todo, consagraba en el discurso y la acción políticas, el principio de la ''Revolución'', un expediente de violencia que debía arreglar todas las cosas, mito que se inculcó en la psique de dos generaciones de cubanos antes de la llegada de Castro al poder.

A partir de ese arranque ilegítimo, en que se degradaron súbitamente las instituciones, se improvisaron los mandos y se instauró la violencia en nombre de la ''revolución'', todo lo que vino después fue secuela. Aunque habría que reconocer que Batista hizo notables contribuciones en su gestión de gobierno --tanto desde la jefatura del Ejército en los años 30, como en sus dos períodos presidenciales (1940-1944; 1952-1959)-- en campos tan importantes como la salud, la educación y las obras públicas, y que, de los movimientos o partidos surgidos de la revolución del 33, el suyo sería el que más tendió al orden; el vicio era de origen: se había reinaugurado el país bajo el signo ominoso de la ilegalidad y se le había insuflado un credo de izquierda que serviría para justificar la corrupción de los gobiernos ''auténticos'' (1944-1952) así como el golpe de Estado que trajo de nuevo a Batista al poder.

La Constitución de 1940, que se propuso contener los excesos y legitimar muchos impracticables truismos, terminó casi en letra muerta frente a la praxis ''revolucionaria'' de gobiernos y oposiciones. Al fin vino alguien que llevó esos argumentos y esos métodos hasta las últimas consecuencias y nos destruyó la sociedad y la república; pero la causa primera de esa catástrofe no ocurre en enero de 1959 ni en marzo de 1952, como tanto se aduce, se remonta a septiembre de 1933 cuando unos ''revolucionarios'' irresponsables y los ambiciosos militares que los acompañaron deshicieron nuestra frágil institucionalidad. Un acontecimiento que no merece celebrarse.

©Echerri 2008