domingo, septiembre 14, 2008

HURACANES ATÓMICOS

Tomado de El Nuevo Herald.com

Huracanes atómicos


Mercedes Soler

Durante dos fines de semana consecutivos, el pueblo cubano que vive fuera de la isla y mantiene a su patria engavetada en uno de los muchos compartimientos de su ajetreado quehacer, ha regresado a ella en pleno. Ha hecho desbordar su mar de sentimientos reprimidos sobre la hermandad y solidaridad que siente por su pueblo, sometido y azotado. Pero como en tantas otras circunstancias adversas que han aquejado a su país en los últimos 50 años, los deseos de socorrer y ayudar desde afuera casi siempre acaban frustrados.

Sólo para el cubano significa Cuba una joya. Para el resto del mundo no es más que un país desesperadamente pobre, aplastantemente esclavizado e inconsecuentemente déspota. El que no pueda explotarla nada le debe. Es por eso que la ayuda a su pueblo le llega lenta, frenada por trabas y condiciones. O filtrada por embudos ideológicos que del otro lado del mar calculan cómo sacarle partida a sus persistentes desdichas.

En Miami todos conocemos en carne propia la devastación que provoca un huracán. No necesitábamos la declaración, escrita por sabe Dios quién y adjudicada por el periódico del partido a un viejo senil, que el huracán Gustav de categoría 4 había embestido a Cuba con la fuerza de una bomba atómica. Entendemos que, irrevocablemente, las bombas nucleares aplanan ciudades y cobran vidas excesivamente, no sólo en el momento de su detonación, sino durante meses y hasta años después.

Si ellos buscan comparaciones, hagámoslas. Hiroshima fue la primera ciudad en sentir el demoledor poder de una bomba nuclear. Nagasaki, atacada la misma semana, confirmó que contra tan letal arsenal la rendición incondicional era la única manera de salvar lo que quedaba. En el caso del Japón, como en el de Cuba, los estallidos se dieron en una isla, condición que limita las opciones de huida para las víctimas y les permite consolidar mejor el poder, y el fracaso, a sus gobernantes.

Después de que el huracán de categoría 3, con nombre del general americano de cinco estrellas que fuera comandante supremo de las fuerzas aliadas durante la segunda guerra mundial y presidente de este país, decidiera seguirle el paso a Gustav, las comparaciones ya sobraban. La soberbia del gobierno cubano, como la de los japoneses en aquel entonces, no podrá seguir resistiendo las reclamaciones para que se rinda y acepte la asistencia global que se le ofrece a su pueblo bombardeado. Sus opciones son ínfimas.

Decenas de miles de hogares y edificios institucionales se encuentran destruidos. Más de un millón de personas están desplazadas. Los daños severos a la infraestructura básica aumentan el caos. Prácticamente el territorio entero se encuentra sin electricidad. Los cubanos están a oscuras, naufragando en un porvenir sofocantemente negro. Cuba, a todo lo largo y ancho de su territorio, es una nación en condiciones de emergencia. De esta situación no podrá salir sola. Demencialmente, el país llevaba medio siglo preparándose para una incursión bélica hipotética, en vez de un desastre natural real.

Sin una agencia de coordinación para catástrofes, sin pólizas de seguro para los cientos de miles que lo han perdido todo, sin los abastecimientos básicos para mantener viva a una población que produce muy poco de su propio sustento y acaba de perder vastas cosechas y plantíos, el caos, si no la anarquía, no tardará en asomar. A la escasez se unirá ahora la hambruna. A la necesidad, el libertinaje. A la desesperación, la decepción final.

Por mucho control que los comités de defensa puedan ejercer en la población general, les será más difícil fiscalizar a sus vecinos cuando todos padecen por igual. De por sí, el cubano promedio ya se ve forzado a ''resolver'', de maneras indignas, las limitaciones que le impone el gobierno. En los próximos días y semanas su resentimiento por la falta de alternativas para recuperarse de este otro asalto a su supervivencia pudiese desatar la rebeldía. La desmoralización y la desolación provocan furia.

Lo vivimos en el país más rico del mundo. En Miami, tras el paso de Andrew, una funcionaria pública tuvo que convocar a gritos frente a las cámaras la ''entrada de la caballería'' porque el gobierno se demoró en asistir a los damnificados. Luego, en Nueva Orleans, y aún con la experiencia de Andrew, la preparación y subsecuente ayuda a las víctimas fueron inadecuadas ante el coloso Katrina.

Cuba, arruinada ya por el ciclón revolucionario que ha durado medio siglo, intentará levantarse de los efectos atómicos de los últimos días. Le será imposible dentro de la estructura inflexible de un gobierno totalitario que no está capacitado para este tipo de batallas. Le resultará inalcanzable sin la ayuda extensa del extranjero, e ilusorio sin el aporte del exilio cubano. Visto desde fuera de la tormenta, sólo los exiliados insistirán en socorrerla cuando el resto del mundo vuelva a hastiarse de sus desgracias.

mercedesenelnuevo@gmail.com