MUERE PAUL NEWMAN
Los ojos más seductores del celuloide se cierran por última vez
Por LUIS MURILLO ARIAS (SOITU.ES)
Actualizado 27-09-2008 20:04 CET
Azules. Indecentemente azules. Tanto que eclipsaban cualquier elemento a su alrededor. Igual de embaucadores que seductores, sus ojos, los de Paul Newman, han interpretado su última secuencia. La más dura, la del final trágico de una película gloriosa, la de la biografía de la vida del más guapo y listo de todos los tiempos.
Los detalles no han trascendido, pero imaginamos una cosa así:
Habitación Interior Noche: Paul, tras una agónica enfermedad, en su cama, en la que dormía cada noche con su mujer, rodeado de los suyos, de su amada y eterna esposa y de sus hijos. Sus ojos, tan azules pese a la vejez, que aún en un último atisbo de vida cuando los abría iluminaban la habitación, pierden su vitalidad. Mirada perdida. Vacía. Su esposa, Joanne, se acerca con una lágrima cayendo por su mejilla, aceptando definitivamente un desenlace que, aún previsible en los últimos minutos de metraje, no deja de ser sobrecogedor. Le cierra los párpados. Cierra a negro. Sobreimpresionada vemos escrita la palabra ‘FIN’. Después, los títulos de crédito. Actor protagonista: Paul Newman.
Newman y Taylor 'La gata sobre el tejado de zinc'
Paul fue, ante todo y sin pretenderlo, seductor. Con las mujeres. Con la cámara. Con los hombres. Con los hombres heterosexuales. A todos era capaz de seducir haciendo incluso que éstos últimos, pese a sentir una innegable atracción por él y sus personajes, no se plantearan su condición sexual. En la pantalla grande conquistó a innumerables actrices de las que, si las ves, se te caen los pantalones. En las salas de todo el mundo, se hizo con el corazón de miles de mujeres que veían sus películas de las manos de sus maridos, pero que por dos horas y en su imaginación cinematográfica les eran infieles con él. En la vida real, Paul, que se casó dos veces, sólo quiso a una mujer Joanne Woodward, a la que conoció durante el rodaje de ‘El largo y cálido verano’. Juntos, aun cuando en Hollywood no es lo habitual, más siendo un guapo reconocido y perseguido como lo era Paul, constituyeron una de las parejas más sólidas del cine. En 2008 habían hecho 50 años de casados y para la posteridad quedará la frase del actor sobre su longeva fidelidad a una misma mujer: "¿Para que voy a comerme una hamburguesa si en casa tengo solomillo?".
Eso es amor. Y fuerza de voluntad. Pero parece fácil teniendo en cuenta que el actor que mejor ha transmitido las pasiones y las tensiones irresueltas llevó muy mal el hecho de ser un sex-symbol y llegó a decir que le dolía ser el tipo de hombre que vuelve locas a las mujeres. Era guapo, sí, tenía unos ojos azules que quitaban el hipo, también, pero además era listo, gran actor, demostrador de una gran empatía con el espectador. Vamos, que derrumbaba el mito de que los bellos son tontos. Muchas actrices sufrieron su torturante empatía. Liz Taylor no llegó a ejecutar con él en ‘La gata sobre el tejado de Zinc’, basada en la obra teatral homónima de Tenesse Williams. También compartieron pantalla con él Joan Collins, Julie Andrews o Lauren Bacall.
En su currículo de conquistas cinematográficas, no sólo tuvieron cabida las actrices, sino que también experimentó una química especial con otro guapo de los guapos y actorazo: Robert Redford. George Roy Hill los unió en ‘Dos hombres y un destino’ y ‘El golpe’. La fórmula guapo al cuadrado dio sus frutos. De las películas y, de muchos actores, nos quedamos con sus frases, grandes algunas, gracias, aparte de la interpretación de la propia estrella, al talento del guionista. Algunas, hoy, que Paul Newman ha cerrado a negro, son de un sobrecogimiento brutal.
Recordamos a Butch Cassidy en ‘Dos hombres y un destino’: "Oye, no me importa perder, pero si el resultado es que yo muero, mátale". O al Frank Galvin de ‘Veredicto final’: "Actúa como si tuvieras fe y la fe nacerá en ti". Sydney Lumet, el director, ha manifestado que en el rodaje, cuando Paul pronunció esta frase, se produjo un momento tan intenso que todos los que estaban presentes se quedaron petrificados. Y, para terminar, John Rooney en ‘Camino a la perdición’, de Sam Mendes: "Esta es la vida que elegimos. Y una cosa está clara, todos veremos el cielo". Paul, si existe algún cielo, seguro que ya está en él. Pero si en algún idioma podemos hablar de inmortalidad es en términos cinematográficos. Y en esos términos, pese a que los ojos azules se cerraron y la pantalla cerró a negro, si antes de morir, como se dice, por tu cerebro pasa la película de tu vida, en el caso del gran Newman, han pasado las películas de su vida, muchas, todas las que le hacen inmortal. Disfrutemos de ellas.
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