POLITICA HURACANADA
Política huracanada
Por Pablo Alfonso
El drama humano que el huracán Gustav provocó en la región occidental de Cuba, no ha dejado mucho espacio para reparar en otro ángulo que arroja más sombras que luces en el futuro de la isla: su aspecto político.
Vale la pena mirar también en esa dirección, mientras se contabilizan los daños materiales, se recuperan los destrozos, se curan los daños emocionales, y se ejercita la solidaridad humana y la ayuda humanitaria a los necesitados; sin alardes, sin pregonarlo en plazas y calles, “sin que tu mano izquierda sepa lo que hace tu mano derecha”, como aconseja el Evangelio.
Dicho esto, tratemos de pasar a ese ángulo político.
El paso de Gustav ha puesto de relieve la dualidad del poder que existe en el seno del gobierno cubano. El dictador en reposo parece que al fin se ha levantado de su lecho de enfermo, ansioso de intervenir con su protagonismo habitual, en las decisiones que corresponden al nuevo equipo gobernante.
“Las reservas se reducen o agotan. Hoy más que nunca el golpe a los suministros de alimentos es costoso y sensible….La tarea que tenemos por delante exige tiempo y experiencia”, alertó Castro en su primer comentario sobre el tema. Dos días después, definía los términos en que el gobierno debía abordar el problema:
“Tenemos que luchar contra nuestras superficialidades y egoísmos. Cien millones de dólares significan sólo nueve dólares por habitante, y necesitamos mucho más. Necesitamos 30 veces, 40 veces esa cifra sólo para paliar nuestras necesidades más elementales. Tal esfuerzo debe salir del trabajo del pueblo. Nadie lo puede hacer por nosotros(…) Sólo de nuestro trabajo, reitero, podrán salir los recursos”.
Una vez más Castro trazaba la línea. Por eso el silencio oficial ante los ofrecimientos de ayuda que le han llegado de Europa y otros países democráticos, con los cuales Cuba mantiene relaciones diplomáticas. Ante la soberbia arrogante del viejo dictador que insiste terca y senilmente, el gobierno cubano no ha solicitado ninguna ayuda a los organismos internacionales de Naciones Unidas, como es habitual ante desastres naturales semejantes.
Ese es el dilema que enfrenta el general presidente, Raúl Castro. La incertidumbre que rodea a “su gestión de gobierno”.
Resulta por lo menos curioso que el presidente del Consejo de Estado de Cuba haya estado ausente del devastado “teatro de operaciones”, para decirlo en la jerga militar que tanto gusta al castrismo. Ante semejante desastre, cualquier jefe de gobierno, de cualquier país, no hubiera dudado en presentar la cara ante los que sufren la pérdida de sus viviendas, bienes personales, y del entorno en que viven.
El general presidente se ha hecho a un lado. ¿Por qué? Si queremos ofrecerle el beneficio de la duda, quizás podríamos decir como respuesta, que el hermano menor está consciente de su limitado poder de decisión real.
No es la primera vez que el hermano mayor le enmienda la plana al general presidente en sus planteamientos como gobernante. En más de una ocasión, Castro le ha dictado, desde su lecho de enfermo, lo que hay que hacer y cómo hacerlo. Lo desacredita, lo cuestiona y por lo tanto le resta credibilidad y autoridad ante sus subordinados. Y eso, es muy peligroso para cualquier gobernante en proceso de estabilización.
Los ejemplos de lo anterior sobran. Basta recordar las criticas “periodísticas” del viejo dictador a la intención de “dialogar’ con Estados Unidos; al enfriamiento de las tensiones diplomáticas con la Unión Europea, a la suspensión de cierta prohibiciones como el uso de teléfonos celulares, el hospedaje de los cubanos en los hoteles reservados para turistas extranjeros, o la venta de equipos de video, entre otras cosas.
Hace apenas un par de semanas, Castro desautorizó al Comité Olímpico Cubano que había criticado al taekwondista cubano, Angel Volodia Matos por la patada que le propinó a un árbitro en las Olimpiadas de Beijing. Para el dictador fue una patada de honor y asunto concluido.
En fin que el general-presidente gobierna sobre un país en el que no manda. La última palabra la tiene Fidel Castro, quien todavía ejerce como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba.
Como me resulta imposible desvincularme del drama humano que viven hoy decenas de miles de cubanos, me permito ofrecerle a los lectores este resumen que he recopilado de informaciones publicadas en los medios oficiales de prensa. Es un inventario que, conociendo su procedencia oficial, hay que tener en cuenta.
Isla de la Juventud (Isla de Pinos): Sus 86,000 habitantes están sin electricidad y el 80 por ciento sin viviendas. Gustav arrasó con más de 1 400 postes y 200 transformadores.700 están partidos, lo que conlleva un cambio total. Las redes de telecomunicaciones están en el suelo.
Pinar del Río: Gustav dejó casi tantas viviendas afectadas en Pinar del Río como los 14 eventos meteorológicos que azotaron a la provincia en los últimos ocho años. El estimado preliminar arroja unas 100, 000.
La provincia perdió el enlace con el Sistema Electroenergético Nacional. La fecha en que se establecerá la conexión es todavía un enigma. Desde el sábado último, a Pinar del Río no ha vuelto a llegar un kilowatt de las termoeléctricas del país. Hay 137 torres de alta tensión arrasadas, la mayoría de ellas ubicadas entre los municipios de San Cristóbal y Consolación del Sur, confirma Ricardo González, dirigente de la Unión Eléctrica (UNE).
No solo recibieron importantes daños las redes exteriores de la telefonía, también las estaciones de transmisión de radio y televisión pertenecientes a RadioCuba.
Describir los daños en la agricultura y otros importantes sectores de la economía sería tema de otra columna.
Al final, hay un sentimiento en el ambiente que pudiera resumirse con una anécdota que describió el viernes el diario Granma. En el poblado de Candelaria, Santos Ortiz, el padre de la atleta cubana que ganó la medalla de bronce en el torneo olímpico de judo, miraba su casa destruida por el huracán y resumía la situación con esta frase: “Y yo, tranquilo pronto vendrán los militares”.
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