jueves, octubre 16, 2008

12 DE OCTUBRE DE 1960: LA MASACRE

12 DE OCTUBRE DE 1960: LA MASACRE



Por Roberto Jiménez

14 de octubre de 2008

Miami, Florida – www.PayoLibre.com – Todavía por aquel tiempo era política del gobierno permitir la asistencia de sacerdotes a los que iban a ser ejecutados. Era una forma de proyectar una imagen engañosa para encubrir ante la opinión mundial y nacional la verdadera naturaleza de un proceso en el que, poco después, se desató una campaña nacional rabiosamente anticlerical y antireligiosa en general. También así se ganaba tiempo para preparar las condiciones que permitieran manipular las reacciones adversas que se derivaran de los futuros pasos ya programados en el secreto esquema totalitario.

El grupo que en este caso se proponían ejecutar tenía la característica, sin precedente hasta aquel momento, de que no se trataba de personas vinculadas real o falsamente a crímenes cometidos por el régimen derrotado. En cuanto a Porfirio “El Negro” Ramírez -el más conocido y popular- se trataba de un dirigente estudiantil de origen campesino, que se había alzado en armas contra Batista, por lo que al triunfo revolucionario ostentó grados de capitán, y habiendo retornado a la vida civil, se convirtió en figura nacional como dirigente de la FEU de la Universidad de Las Villas. Plinio Prieto y Sinesio Walsh fueron también oficiales del Ejercito Rebelde, José Palomino fue un intachable integrante del Ejército Constitucional. El quinto héroe fue Ángel Rodríguez del Sol.

Fue por todo ello que los verdugos accedieron a la petición de Plinio, recién nombrado jefe de El Escambray, de formación católica, para que se le permitiera ver a un sacerdote.

El juicio, montado como un vulgar circo en el campamento militar “Leoncio Vidal”, de Santa Clara, tuvo lugar durante el día 12 de octubre. En las calles de la ciudad se reprimían manifestaciones por la vida de “El Negro” Ramírez, muy querido por la población local. Al caer la noche se anunció un receso en el juicio hasta el día siguiente para dictar sentencia. Así fue anunciado también por los medios de comunicación nacional, lo cual dio lugar posteriormente a que se generalizara la idea errónea de que la ejecución había tenido lugar el 13 de octubre.

Aquella noche, sin embargo, unos militares tocaron apresuradamente a la puerta trasera de la iglesia “La Pastora”, de Santa Clara, atendida por sacerdotes Capuchinos, para que “un cura” los acompañara al momento y sin excusas. El tal cura resultó ser el fraile español Olegario de Cifuentes, aldeano recio, ya maduro, quien había sufrido en su patria los horrores de la guerra civil.

A la mañana siguiente el padre Olegario expuso con detalles, a un compañero universitario de Porfirio, todo lo sucedido aquella noche. Poco tiempo después, ya expulsado de Cuba, reiteró el mismo relato en varias comparecencias públicas desde Caracas. Este, en síntesis, fue su testimonio.

El sacerdote fue conducido discreta y apresuradamente al campo de tiro militar “La Campana”, ubicado en una zona rural no lejos de la ciudad de Santa Clara, donde se encontraban los prisioneros fuertemente custodiados. El ambiente era de preparativos acelerados en medio de una evidente improvisación. A campo abierto el padre Olegario dedicó unos minutos a cada uno de los cinco hombres que iban a morir. Confesaría a la mañana siguiente, todavía conmocionado, que a pesar de ser un hombre curtido por su experiencia personal en España, nunca podría olvidar la serenidad y la convicción conque aquellos hombres le hablaron de las razones por las que iban a morir. Repitió -como quien cumple una misión, de la que hacía partícipe a su interlocutor, quien esto escribe- detalles como las palabras conque Plinio le transmitiera su mensaje final: “Muero confiando en Dios y en los hombres”, y como los cinco bromeaban entre sí y desafiaban con su valor natural a los militares presentes. Por ejemplo, expresó que Porfirio tenía en su boca un tabaco sin encender y uno de los militares se acercó y le ofreció la llama de un fósforo, a lo cual “El Negro” le contestó con una carcajada, que no era hora de preocuparse por ese detalle si en unos minutos se lo iban a llenar de huecos.

Poco después de las 9:00 P.M. se improvisó apresuradamente el escenario. Las luces de los jeeps y camiones militares se concentraron en los prisioneros, todos de pie y atados. Ninguno aceptó que le vendaran los ojos. Frente a ellos se organizaron los integrantes del pelotón, distribuidos en dos filas: unos delante, rodilla en tierra, y los otros parados detrás. Todos con armas automáticas, cuyas ráfagas se repitieron sin cesar mientras los cuerpos caían.

Al cabo del crimen se impuso un pesado silencio que duró largos minutos. Los verdugos y sus cómplices presentes quedaron paralizados, nadie se atrevía a acercarse a los cuerpos sin vida.

Contó el padre Olegario que se vio precisado a asistir al médico forense, pudiendo constatar que algunos, como Porfirio, tenían impactos de la frente, en la parte superior del cráneo y en la espalda, por haber caído hacia delante, y otros los presentaban debajo de la mandíbula con desgarramientos en el pecho, por haberse proyectado su cuerpo hacia atrás con las primeras ráfagas.

Una verdadera masacre.

Con ese crimen pretendían ahogar en sangre y terror al incipiente brote guerrillero de El Escambray. Sin embargo, no sólo en El Escambray, sino en toda Cuba -inclusive donde no existían montañas- se multiplicaron durante años los grupos de alzados, con derroche de heroísmo sin límites.

Este testimonio lo escribí por el compromiso que el padre Olegario me transmitió aquella mañana en la Iglesia "La Pastora" de Santa Clara.
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TESTIMONIO PERSONAL: "LA CAÍDA DE PLINIO PRIETO Y SUS COMPATRIOTAS"

Por José Prieto
Miami, 10/12/2004

«En los últimos momentos... me dijo estas palabras que son todo un testamento: «Si tiene oportunidad de ver a mi señora, a los niños y a mi vieja, dígales que les quiero mucho, que les guardo el último recuerdo y que muero con una fe a plenitud en Dios y en los hombres»... Estas son las últimas palabras de Plinio Prieto Ruiz, según el escrito del RP Olegario Cifuentes: «Últimos momentos de la vida del comandante Plinio Prieto Ruiz» después de oír su confesión, poco antes de morir por Cuba con sus cuatro compañeros: Sinesio Walsh Ríos, José Palomino Colon, Ángel Rodríguez del Sol, y Porfirio Ramírez Ruiz, alzados en El Escambray contra Fidel Castro.

... Esto sucede la noche del 12 de Octubre de 1960 en el campo de tiro de la finca «La Campana», a unos pocos kilómetros de Santa Clara, donde, en Enero de 1998, el Papa Juan Pablo II dirá su primera misa en Cuba...

... Al mediodía, un espectáculo -teatral y macabro- tiene lugar en el teatro de oficiales del Regimiento de Santa Clara, al que llaman «juicio militar revolucionario». Liana Prieto-Arcia y yo, hermanos de Plinio, empujados por una estampida humana al abrirse las puertas, terminamos sentados en las butacas del publico. En el amplio escenario apenas caben los militares miembros del tribunal, las mesas, los testigos, fiscales, abogados... Luego, con cierta confusión, hacen entrar por el fondo a más de 150 patriotas acusados.

( La Campana, al este de la ciudad de Santa Clara )

Después de largas horas de aquel espectáculo hasta el agotamiento de todos los presentes, el Primer Teniente Claudio M. López Cardet, Presidente del Tribunal, con gran ceremonia anuncia «un receso de 24 horas para dictar sentencia»... citando a los presentes «en este lugar.» Soy testigo...

... Al salir del teatro de oficiales, cae la tarde... Nos vamos a la casa de mi tío «Lalo», Dr. Eduardo Ruiz, conocido cirujano de Santa Clara, donde están reunidos mi madre y unos cuarenta de familia, más amistades. Pasa el tiempo lentamente. Mi familia -bien conocida allí- no recibe noticias. ¿Donde estaría Plinio? ¿Podríamos, tal vez, visitarlo?... Ya tarde en la noche, mi madre me dice agitada: «Pepe, tengo un mal presentimiento»... y me pide que obtenga noticias, lo que todos ansiábamos. Liana y yo, con otros familiares, salimos a indagar por la ciudad. Sin rumbo preciso, visitamos varias dependencias militares... Nadie sabe nada
.
Por último, en alguna posta militar, nos acercamos a un guardia armado. Me identifico como hermano de Plinio Prieto al preguntarle por el. El guardia cruza su fusil... «Tienen que retirarse de aquí» dice amenazante... y, al ver que no nos movíamos, turbado y vacilante, ahora sí me responde: «Ah, si... si son los que iban a fusilar... ya los fusilaron.»

Liana se echa en mis brazos llorando. «Mi hermanito» murmura entre sollozos... ... ... Mas tarde, en el cementerio, mi madre -la encorva el dolor- se arrodilla penosamente sobre un montículo de tierra coronado por una sencilla cruz de madera blanca. Se abraza a la tierra que magulla su fina piel, gritando: ... »Plinio», «Plinio», «Plinio»... Callamos... largo rato... hasta que alguien dice unas breves palabras de consuelo que no recuerdo... ... ... ..

... Luego... queda... en aquel cementerio de Santa Clara, un montículo de tierra coronado con una sencilla cruz de madera blanca... flores... y, un manto de innumerables gotitas de sangre invisibles que la tierra ha arrancado al ultimo abrazo de mi madre desesperada. «Bello gesto» de otra madre mambisa lista a dar la ultima gota de su sangre por la vida de cualquiera de sus hijos. No hay tal... «receso de 24 horas para dictar sentencia»...

Según el relato del Padre Olegario: «... fueron colocados frente al pelotón de milicianos, los cuales hicieron la descarga con armas automáticas de las llamadas metralletas... ante la mirada de mas de dos mil milicianos y soldados... en la noche del doce de Octubre... las once y veinte, en que tuvo lugar la ejecución»...

Según otra fuente: »Antes, un gesto de Plinio detiene la ejecución. Sereno realiza un último acto de burla a la tiranía. Con otro gesto les indica que continúen»... ... Asesinados... pero hay más, según esta otra fuente que ratifica el uso alevoso de armas automáticas: «...apuntándoles a las rodillas, les dispararon con fusiles automáticos... luego, ya en el suelo y retorciéndose de dolor, les dieron el tiro de gracia».

En Cuba comunista -de hoy y de entonces- solamente existe una persona, capaz de ordenar a otros este acto inhumano, perverso, infame, cruel y cobarde, el tirano comunista... : vil-bestia-inmunda, arrogante-mentiroso-compulsivo, siniestro-psicópata-genocida.

... A través del tiempo... y el espacio, el RP Olegario nos recuerda el sencillo y breve mensaje póstumo de fe en la República de Cuba de uno de tantos miles de patriotas cubanos caídos:
...«Muero con una fe a plenitud en Dios y en los hombres»...