domingo, octubre 05, 2008

MITO E HISTORIA

Nota del Blogguista:

No nos olvidemos del movimiento cívico SAR que pudo ser la mejor solución para el país.

http://www.pdc-cuba.org/uva_38.htm

¨... La Sociedad de Amigos de la República (SAR), encabezada por Don Cosme de la Torriente, que, con sus 83 años, tenía un largo historial en la vida política del país, y con el abogado Dr. José Miró Cardona como su mano derecha, intenta persuadir a Batista para que convoque a nuevas elecciones generales en el plazo más breve posible. El régimen se niega y responde con el Plan de Vento y la oferta de unas elecciones parciales. (En medio de estas negociaciones, el 11 de agosto, con garantías del gobierno, Carlos Prío, el presidente depuesto, regresa a Cuba.) Batista se niega a recibir a Don Cosme, aduciendo que no ostenta ninguna representación para hacer tales demandas. El viejo político convoca a un mitin en el Muelle de Luz el 19 de noviembre. Prácticamente toda la oposición, menos los comunistas y los castristas, dice presente. La multitud llenaba las calles desde la Alameda de Paula hasta el edificio de la Aduana. Los oradores se sucedían en la tribuna ante un pueblo entusiasta. Pero el acto es interrumpido por pedradas, silletazos y gritos de ¡Revolución! ¡Revolución! ¡Mueran los americanos! ¡Abajo el imperialismo yanqui! Don Cosme, según Carlos Márquez Sterling, “tembloroso, se aproxima a la tribuna, y con voz que apenas se oye en la plazoleta, pero que se escucha en toda la isla a través del micrófono, exclama: ¡Insensatos, nos morimos de hambre!” (Sus palabras sin duda, resultaron proféticas.) Fue uno de los momentos culminantes de la oposición pacífica.

Pero nada sucedió. Batista, cómodamente instalado en Palacio, comentó a los periodistas que esas reuniones eran buenas para el país. Pero de elecciones generales nada hasta el 58. El mitin, sin embargo, saca de sus casillas a Fidel Castro que pronuncia un discurso en Miami ridiculizando a Don Cosme y con los peores insultos para los que recomiendan una solución pacífica. De ahora en adelante, la vía electoral va a tropezar con la férrea y hasta violenta oposición de Castro y sus seguidores.

En diciembre, deseosos de ampliar su esfera de influencia más allá del ámbito estudiantil, un grupo de jóvenes, mucho de ellos dirigentes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), funda el Directorio Revolucionario, presidido por José Antonio Echevarria.

Los problemas del país no eran sólo políticos, como veremos más adelante. Por estas fechas, los obreros azucareros amenazaban irse a la huelga y paralizar la zafra, a causa de que se hablaba de retirarles el bono que esperaban para las Navidades. Batista finalmente falló a favor de los obreros y usó la oportunidad para intentar que el control de los sindicatos cayera en manos más amigas. Se produjeron huelgas de hambre. Finalmente, intervino el Cardenal Arteaga y la crisis quedó sofocada.

La huelga había sido una buena excusa para que Batista le diera largas a Cosme de la Torriente que había solicitado verlo. Por fin se reunieron el 29 de diciembre. Batista acepta que comiencen en 1956 una seria de conversaciones entre representantes del gobierno y de la oposición.

Con la llegada del nuevo año se intensifica la violencia. Choques de los estudiantes con la policía. Bombas. Cadáveres. Casi todas las semanas las páginas de Bohemia alternan fotos de heridos y muertos con llamados a la paz por respetados intelectuales, periodistas y políticos. Como resultado de las conversaciones de Batista y Don Cosme, tras muchas dificultades, el 5 de marzo comienza el Diálogo Cívico con el objetivo de alcanzar un acuerdo mínimo entre la oposición y el gobierno para regresar al país a la normalidad política. La primera insistía en una convocatoria a elecciones inmediatas, mientras que el segundo plantea una Asamblea Constituyente que busque una fórmula para resolver la crisis. No se pusieron de acuerdo. Es necesario una salvedad. Carlos Márquez Sterling, ex Presidente de la Asamblea Constituyente de 1940, había planteado un recurso de inconstitucionalidad ante el Tribunal Supremo. Si el recurso hubiera prosperado, el Tribunal podría haber ordenado elecciones generales o parciales. Pero los abstencionistas dominaban la SAR y no lo apoyan, al punto que lo excluyen del organismo y del Diálogo Cívico.

En una comparecencia televisada el 11 de marzo, Batista, al igual que meses anteriores había hecho Castro en su discurso en Miami, ridiculiza las demandas del SAR, y al día siguiente Don Cosme da por terminado el Diálogo Cívico. Antes de que terminara el año, el 8 de diciembre, moría Don Cosme. ¨

Me gusta citar mucho este fragmento de la Dra. Dulce María Loynaz en la Carta de Cuba a San Martín, su santo pariente:

¨La isla tiene sed: también el cielo le ha negado el agua. Pero no es la falta de agua, ni la falta de pan si el pan faltase; te aseguro que el animo no flaquearía por eso. Es la falta de amor, de caridad, es la ambición de unos y la torpeza de otros y la soberbia, la soberbia de todos.
OJALÁ NO TROPECEMOS NUEVAMENTE CON LA MISMA PIEDRA !!
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Mito e historia


Por Rafael Rojas

La historia oficial de la revolución cubana, esa que en las últimas cinco décadas se ha enseñado en las escuelas de la isla y se ha publicado en Granma y Juventud Rebelde, es un relato simple, maniqueo y mesiánico. Su argumento central es que el socialismo --partido único, economía de estado y poder indefinido de una misma persona-- era la voluntad no de una reducida élite comunista, sino de la ''nación cubana'' desde sus orígenes en el siglo XIX. Esa voluntad fue interpretada ''correctamente'' por un grupo de jóvenes, encabezados por Fidel Castro, quienes la condujeron a su destino manifiesto en abril de 1961.

Para trasmitir ese mensaje, la historia oficial tiene que nacionalizar el comunismo: convertir la dictadura de una minoría en voluntad general de un pueblo o un régimen basado en la exclusión de unos cubanos por otros en una plataforma universal e incluyente. Pero no sólo eso, para armar el relato simplista y unilateral de la revolución es necesario presentar toda la cultura cubana anterior a 1961 como antecedente espiritual del socialismo. Es por ello que la pluralidad ideológica y política del pasado insular, y su permanente tensión entre ideas liberales, conservadoras, republicanas, católicas y marxistas, son obstáculos formidables contra esa fábula homogeneizadora y providencialista.

La historia oficial, que no siempre coincide con la historiografía académica producida en la isla, no puede reconocer la diversidad de organizaciones, líderes y estrategias que actuaron contra la dictadura de Batista, entre 1952 y 1958. Ese relato opera por medio de falsas jerarquías --guerra sobre política, balas sobre votos, Sierra sobre llano, 26 de Julio sobre Directorio, socialismo sobre liberalismo-- o de sutiles y toscos ocultamientos: las guerrillas del Escambray, la oposición pacífica o armada de auténticos y ortodoxos, el papel de la Iglesia, el poder judicial, el Congreso y la sociedad civil, las críticas de la opinión pública, la flexibilización del régimen entre 1954 y 1955 o el amplio consenso a favor de un restablecimiento de la Constitución del 40.

El eje de la narración lo ocupa, por lo general, Fidel Castro, a pesar de que éste no fuera el único ni el más importante líder revolucionario hasta 1958. En sus antípodas aparece una caricatura teratológica de Fulgencio Batista, que impide una comprensión de los orígenes del 10 de marzo del 52 y de la resistencia que le hicieron algunas instituciones republicanas. El asalto al Moncada es un evento sometido a una obsesiva idealización, que contrasta, por ejemplo, con el escaso interés que suscita el malogrado asalto a Columbia del filósofo Rafael García Bárcena y los miembros del MNR en abril del 53 o el silenciamiento de los auténticos y miembros de la Triple A que, al mando de Reynold García, asaltaron el cuartel matancero Domingo Goicuría en abril del 56.

(Fulgencio Batista y el Coronel del Ejército Libertador, diplomático y político Don Cosme de la Torriente quien encabezaba la SAR ; foto y nota del blogguista)

El relato oficial es un reflejo bastante nítido del culto a la personalidad de Fidel, el Che y Raúl y una construcción del pasado desde el punto de vista de quienes vencieron en la guerra civil y acapararon el poder por medio siglo. Desde entonces la historia de la revolución ha sido, en Cuba, un asunto de estado o, más específicamente, un asunto del Consejo de Estado. La idea de que el relato debía ser contado de acuerdo con la perspectiva de los sectores más radicales del 26 de Julio y, fundamentalmente, de aquellos tres caudillos de la Sierra, quedó establecida, desde el principio, en el encargo que recibiera Celia Sánchez de organizar el archivo de la revolución.

El filósofo francés Alain Badiou, neomarxista por más señas, recomienda que en la historia política se distingan siempre las razones del estado y las motivaciones de los sujetos. No es un mito que cientos de cubanos murieron luchando contra Batista: lo que es un mito es que la razón por la que se levantaron en armas haya sido el socialismo. Tampoco es un mito que otros miles murieran enfrentándose al comunismo, por lealtad a las ideas democráticas y nacionalistas de la primera revolución, y no por anexionismo o apostasía, como sostiene el relato habanero. Ese drama, el de la guerra civil y el exilio, generados por la deriva comunista, sigue siendo inadmisible en La Habana de hoy.

La historia oficial es, en palabras de Badiou, una ''verdad de estado'' incuestionable y, a la vez, ficticia. Lo curioso es que ese discurso estatal sea incapaz de contar su propia historia porque no puede colocar al poder en el centro de la narración. Los regímenes totalitarios trasmiten, simbólicamente, la idea de que el poder de las élites no existe, que quienes lo ejercen son ''las masas''. Por eso ninguna historiografía marxista ha producido, hasta hoy, una verdadera historia del poder soviético o del poder chino: son historiadores liberales quienes lo han hecho. Lo mismo sucede con la historia oficial cubana: no puede narrar la construcción del poder socialista, entre 1959 y 1961, porque para hacerlo tendría que describir el maquiavelismo de sus líderes.

Cuando es ''el pueblo'' quien gobierna, la historia política desaparece y en su lugar queda una epopeya consoladora. En ese mundo perfectamente armónico no hay disidencias o fricciones y quienes se oponen son desprovistos de toda subjetividad o autonomía y asumidos como agentes de alguna fuerza diabólica. La historia de la revolución o, más bien, de las dos revoluciones cubanas debe ser reescrita para contar lo que sólo desde la crítica puede ser contado: el nacimiento del totalitarismo y sus oposiciones. El discurso oficial, tan lleno de certezas místicas, presenta esa reescritura como ''distorsión'', ''mentira'' o falseamiento de una historia sagrada. Pero la crítica sabe que el conocimiento histórico sólo avanza por medio de la desmitificación y la duda.