sábado, noviembre 29, 2008

IMPACIENCIA DE CAMBIO

Tomado de El Nuevo Herald.com


Impaciencia de cambio

Por Vicente Echerri

Mientras el presidente electo Barack Obama se dedica a organizar su gabinete, en el que hasta ahora prima la moderación, incluso con un sesgo conservador, algunos impacientes se apresuran a aconsejarlo respecto a varios temas, la política hacia Cuba es uno de ellos.

Esta semana, el actor Sean Penn revela en un largo artículo publicado en The Nation su encuentro con Raúl Castro en octubre pasado, y cómo la conversación giró en torno a un posible acercamiento entre Estados Unidos y Cuba si Obama llegaba a la presidencia.

El actor, que se cuenta entre las celebridades del mundo, no esconde su emoción de encontrarse con esa otra celebridad (malvada y oscura podría agregarse) que otorga el poder absoluto cuando se ha ejercido por medio siglo (Castro II presume, y Penn lo cita, que ha sido el ministro de las fuerzas armadas que más tiempo ha estado en su cargo en toda la historia). El tirano en funciones, además de convertir a su interlocutor en mensajero de unas cuantas boutades (que si EEUU invade a Cuba, Irak sería un juego de niños en comparación; que el 80 por ciento de los cubanos votaría por el Partido Comunista en unas elecciones competitivas) llega hasta sugerir el escenario --la base naval de Guantánamo-- de su posible encuentro con Obama.

(Sean Penn )

Por su parte, la Brookings Institution, con la participación de un grupo de ex mandatarios latinoamericanos y ex funcionarios de este país, ha hecho público un documento en el cual se le recomienda al gobierno entrante --en el marco de un reordenamiento de la política hemisférica de Estados Unidos-- que este país tome medidas unilaterales para descongelar sus relaciones con el régimen cubano; medidas que, entre otras cosas, conlleven ''el reintegro de Cuba a organizaciones políticas y económicas'' tales como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Otra recomendación incluye ``la financiación de intercambios culturales, académicos y deportivos con fondos federales''.

A esto se agregan las opiniones de algunos cubanos de esta orilla, como la que hiciera el empresario Carlos Saladrigas desde esta misma página en el día de ayer, y en la que aboga por el cese del aislamiento en que Estados Unidos ha mantenido al régimen cubano, y por extensión a Cuba, desde 1961. Estas y otras opiniones, expresadas casi siempre con un tono de moderación, están siendo servidas ahora mismo en la mesa del presidente electo y funcionan como instrumentos de presión en una agenda sobre la cual el propio Obama ha sido bastante parco y evasivo hasta el presente.

Aunque no pretendo meter en la misma bolsa el ingenuo izquierdismo de Sean Penn, la sesuda malicia de la Brookings Institution y la búsqueda de protagonismo que parece animar al millonario cubano, todas estas opiniones coinciden bastante en el diagnóstico y del todo en el remedio propuesto: el aislamiento no ha funcionado para promover cambios en Cuba y es hora de que Estados Unidos ensaye otra política; es decir, que se avenga al reconocimiento, e incluso al financiamiento, de esa entidad criminal que se llama revolución cubana.

( Carlos Saladrigas )

Como nunca he creído que el embargo económico impuesto por Estados Unidos ha de producir per se el final del castrismo, no puedo sumarme a las voces que denuncian su ineficacia. En mi opinión, el embargo ha tenido varios objetivos: (1) el castigo por la confiscación de bienes norteamericanos (que siempre creí hubiera merecido una declaración de guerra en 1960) y por haber transformado a Cuba, de ser una nación aliada y beneficiaria de Estados Unidos, en un territorio hostil al servicio de una potencia extracontinental en expansión; (2) una permanente sanción de ilegitimidad que ha obrado, al mismo tiempo, como una carta de reconocimiento para los cubanos que sostenemos que la tiranía de los Castro es un régimen espurio que merece la desobediencia y la violenta remoción; y (3) ha servido también, tal como quedara definido en la Ley Helms-Burton, como garantía del reingreso de Cuba en el orden democrático.

¿Por qué tendría el gobierno norteamericano que cambiar una política que ha sido útil en el cumplimiento de esos fines? ¿Por qué tendría que respaldar con sus instituciones financieras, o con aquellas en las que tiene una decisiva influencia, la existencia de una gestión políticamente ilícita y económicamente ineficaz y deficitaria? ¿Para complacer a soñadores y a politiqueros?

De no enviar varias brigadas de asalto para desmentir en 24 horas las bravuconadas que Raúl Castro le lanzara a Sean Penn, creo que el próximo presidente debería, en lo que a Cuba respecta, mantener el status quo, la podrida inmovilidad que alguna vez provocará el cambio radical (no la amañada transición), aunque hayan de pasar otros cincuenta años.

© Echerri 2008
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Cuba y las ballenas

Por Carlos A. Saladrigas

Pronto se cumplirán 50 años del triunfo de la revolución cubana y nos aproximaremos al 50mo aniversario del fracaso de una política dedicada a derrocarla. No hay duda de que llegará el día que Cuba cambie, y quizás entonces los que aún quedemos cantaremos victoria. Pero la inevitabilidad del cambio con el paso de los años difícilmente se podrá considerar como la vindicación de una política estática por casi medio siglo.

Las consideraciones éticas del inmovilismo son aterradoras. Para nosotros en este lado del charco la espera, aunque dura, es pasable, pues vivimos en libertad y en abundancia. Para los cubanos del otro lado un año más de espera es muy duro, y para los cientos de encarcelados injustamente es inaceptable. No podemos eludir que tenemos una gran parte de la responsabilidad por el inmovilismo.

Cambiar no es fácil, y mientras más viejos nos ponemos más difícil se hace. Esto se aplica aquí y allá. Para algunos el cambio es inconveniente. Algunos ilusoriamente pretenden controlarlo. Otros le temen. Hay muchos aquí que viven por Cuba, pero hay algunos que viven de Cuba. Allá, como aquí, hay muchos que se aferran al inmovilismo porque es lo único que les garantiza la supervivencia.

Yo era de los intransigentes. Cuando la visita del Papa a Cuba, luché para que se suspendiera el crucero que la arquidiócesis quería contratar para llevar feligreses exiliados a Cuba. Lo logramos, pero fue una victoria pírrica. Hoy me pesa.

Mientras tanto los años pasan y seguimos aislados de nuestro pueblo. Sé que hay algunos iluminados absolutamente convencidos de que poseen la verdad, y que todos los que cuestionamos su inmovilismo somos considerados herejes vendepatrias. Pero para mí no hay estrategia tan clara ni tan cierta. Agonizo ante la posibilidad de estar errado. Sin embargo, mi experiencia como empresario me obliga a buscar resultados, correr riesgos e intentar nuevas estrategias.

Prominentes líderes mundiales que han sido, y son, amigos de la libertad de Cuba, como Walesa, Havel, Aznar, Arias, Zedillo, Castañeda y el Papa Juan Pablo II, nos han dicho que el aislamiento de Cuba y el embargo son contraproducentes. Hasta los países más solidarios con nuestra causa, como la República Checa y Polonia, votan año tras año en la ONU contra el embargo. ¿Será posible que estemos equivocados, o será que nosotros estamos en lo correcto y el resto del mundo equivocado?

Esto me recuerda el chiste de un hombre que estaba constantemente haciendo un chasquido con sus dedos. Al fin lo llevan al psiquiatra, quien le pregunta que por qué lo hace. El hombre, muy sorprendido y hasta molesto por una pregunta que le parecía tonta, le responde: ''Pues para espantar a las ballenas''. El psiquiatra, con una sonrisa algo cínica, le vuelve a preguntar: ''¿Pero usted no se da cuenta de que aquí no hay ballenas?''. A lo que el hombre le responde categóricamente y con absoluta convicción: ``¡Gracias a mí!''.

Gracias al inmovilismo el régimen sigue en pie. Seguimos en la misma estrategia, nos golpeamos el pecho y pasamos un año más. Quizás eso haga que algunos se sientan bien. No hay duda de que a Fidel le agrada. Hace un par de años cené en Madrid con una persona que había sido enviada a Cuba por el presidente Felipe González para desarrollar un plan de transición tras la caída de la Unión Soviética. Me contaba que, hablando con un alto funcionario cubano, le preguntó si estaba consciente de que las reformas planeadas pudieran causar que EEUU levantara el embargo, a lo que el funcionario cubano le respondió: ``¡Si hacen eso nos la pondrían en China!''

Para el régimen cubano la confrontación con Estados Unidos ha sido su fuente principal de legitimidad, tanto interna como externa. Ha hecho de Fidel Castro un héroe, y él ha sido muy diestro en crear crisis cuando se ha enfrentado a presidentes estadounidenses que buscaban un relajamiento de la relaciones con Cuba. Sin la confrontación y sin el embargo, ¿cómo se le explica al pueblo la continuidad de un sistema incapaz siquiera de producir suficientes alimentos? No hay duda de que los dirigentes cubanos han de estar muy nerviosos ante la imprevisibilidad de cómo va a actuar el presidente Obama y ante la inconsistencia que le presenta un presidente americano negro al discurso propagandístico de la ya muy gastada revolución.

Los precedentes históricos contra el aislamiento son abrumadores. En un estudio de 28 transiciones de países comunistas no hay un solo caso donde se usaron políticas de aislamiento como la de Cuba, ni un solo caso en todo el mundo (ni siquiera Sudáfrica) donde políticas como la de Cuba hayan tenido éxito en producir una transición democrática. ¿No tendría sentido intentar aquello que dio resultados en 28 transiciones, o es mejor seguir aferrados a una política que no ha dado resultados en ninguna parte?

El aislamiento es el oxígeno de los regímenes totalitarios. Ofrecérselo es ayudarlos a mantener el poder. En su libro La curva J, Ian Bremmer describe cómo el aislamiento permite a los sistemas totalitarios mantenerse estables. Demuestra que hay una correlación inversa entre la estabilidad y la apertura, y que políticas de apertura hacia regímenes cerrados les causa inestabilidad y los obliga a cambiar, como fue el caso de la Unión Soviética.

En Miami nos preocupamos más de la conclusión del cambio que de su comienzo. La transición no la podemos micromanejar ni desde Miami ni desde Washington. Las transiciones son microprocesos que comienzan una persona a la vez, una familia a la vez. Cada individuo, dentro o fuera de Cuba, es capaz de ser agente de cambio. Para los humanos, el cambio al detalle es más fácil de digerir que el cambio al por mayor. Creo que sería prudente hacerle una revisión a fondo a lo que ha sido una política ineficaz. Es hora de abrirnos hacia Cuba y dejar que entren los vientos del cambio. La apertura reduce la dependencia en el estado y trae contactos, información, recursos y esperanza, elementos que necesita un pueblo para ser los protagonistas de su propio futuro. ¿Buscaremos nuevas estrategias o seguiremos espantando a las ballenas?

Codirector del Cuba Study Group.