viernes, enero 09, 2009

DESPUÉS DE 50 AÑOS

Después de 50 años

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Descreimiento e incertidumbre. Balance de una generación que lo sacrificó todo en nombre de la revolución.
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Por Mercedes García
La Habana | 08/01/2009

Se han cumplido 50 años de aquel 1 de enero de 1959. Según cifras oficiales, el 70% de la población nació después de esa fecha. Los que ahora estamos en los finales de nuestros propios cincuenta, éramos unos niños de seis, siete, ocho años, ese día. Toda una vida viviendo un proceso que comenzó lleno de promesas y esperanzas y que hace ya mucho tiempo se arrastra por una inercia enfermiza.

Muchas veces me pregunto cómo fue posible que aceptáramos vivir en medio de tanta mentira, de tanta grosería, de tanta vulgaridad. Cuando salgo por las mañanas de mi casa, a cualquier gestión, me pongo siempre una coraza invisible, con casco y espada incluida, para poder soportar el maltrato por gusto, la mala cara por todo. No se explica uno por qué el dependiente de una tienda de víveres, por ejemplo, gruñe cuando usted, con su mejor educación, le hace alguna pregunta relacionada con lo que está vendiendo, o por qué una enfermera entierra la jeringuilla a su ser querido con una carga de rabia y malestar imposibles de tolerar.

(Vendedores de periódicos en Santiago de Cuba, el 31 de diciembre de 2008. (AFP) )

¿Por qué se han convertido las buenas maneras y el buen gusto en sinónimo de extranjería y todo aquel que se aparte un poco de la vulgaridad nacional es considerado una especie de alien trasnochado?

El desplome

Creo que la causa de todo este deterioro moral y social se debe buscar en el desplome económico y moral del país. El sistema impuesto hace 50 años es totalmente ineficiente. En las primeras décadas se sobrevivió por la ayuda de la antigua Unión Soviética, que logró crear una especie de espejismo económico, en donde no se notaba tanto el desastre administrativo e, incluso, permitió que se pudiera comenzar la exportación de la Revolución hacia América Latina y, ya en 1975, el disparate nacional que fue la participación en las guerras de Angola y Etiopía, con sus antecedentes en otros países como el Congo.

Después de la desintegración del comunismo en Europa Oriental (1989) y el desmembramiento de la Unión Soviética (1991), cayó la máscara que cubría el verdadero rostro del país, y todo colapsó. Junto con la economía se vino abajo el frágil andamiaje del discurso político y, lo que quedó visible, a nadie le gustó.

La prostitución que había comenzado hacía muchos años —primero a "nivel" nacional, recordar lo que se conoció como la "titimanía", cuando las jovencitas se casaban con altos funcionarios, muchos de ellos del Ministerio del Interior— se expandió como una epidemia incontrolable; la corrupción, que se había hecho sentir en la década de los sesenta, se propagó como el marabú; los robos con violencia y asesinatos se multiplicaron. Porque esa cuenta está clara: el incremento de la miseria es directamente proporcional al aumento de todos esos males sociales, van juntos, como los bueyes en un arado.

Después han venido Venezuela y China a sacarles las castañas del fuego, lo que les ha permitido un respirito —al gobierno, no al pueblo— en medio de la crisis financiera y alimentaria actual.

Pero los altos dirigentes no se han cansado de prometer, y prometen mucho. "Pronto habrá cambios", aseguran, "todos tendrán un vaso de leche garantizado para su desayuno", afirmó el nuevo gobernante el 26 de julio de 2007. Pero, el 26 de julio de este año, no parecía tan confiado ni tan seguro. Las tímidas expectativas de algunos se fueron a bolina. Raúl Castro había prometido cosas que no podía cumplir por la rigidez de un sistema que, sencillamente, no funciona y no se lo permite. Así no, así nada va a cambiar. Tienen que reconocer que lo hicieron mal, que no dieron pie con bola y, si tuvieran un poco de vergüenza, tendrían que entregarle el gobierno a otros, porque, si en 50 años no lograron mejorar la vida de los cubanos, ¿por qué hay que pensar que ahora sí lo conseguirán? ¿Con los mismos métodos, con los mismos dirigentes, con las mismas promesas?

Soluciones

Siempre buscan un chivo expiatorio a quien culpar por todos sus fracasos económicos. Está el "bloqueo", comodín eficaz durante todo este tiempo. Pero se aferran a cualquier cosa y cultivan la poca memoria de un pueblo —que no tiene acceso a una prensa libre, y la nacional es repetitiva, monótona y aburrida— para justificar tanto desastre. Ahora le echan la culpa a los tres huracanes que, si bien causaron mucho daño, no son los responsables de la pobreza imperante hace ya demasiado tiempo.

Lo sorprendente es que el país sigue su camino, la gente se ha desentendido del gobierno, han aprendido a simular muy bien, han tenido que "inventar", "resolver", "escapar" y se han encontrado fórmulas, todas ilegales, para subsistir, porque el salario no le alcanza a nadie, ni a los profesionales ni a los obreros y mucho menos a los jubilados.

La otra "solución" es irse del país como sea, en lanchas, en balsas caseras, quedándose en terceros países, casándose con extranjeros, es una especie de "sálvese quien pueda" que no tiene fin. Las familias se siguen separando: el éxodo de los sesenta, Camarioca (1965), el Mariel (1980), el Maleconazo (1994). Y entre fecha y fecha, continúa la estampida. La emigración ha tocado a todas las familias cubanas, todos los días de estos ya larguísimos cincuenta años.

En lo que sí han sido muy eficientes es en el arte de reprimir y censurar. La gente teme manifestarse públicamente porque corren peligro sus trabajos, pueden expulsarlos o incluso meterlos presos por emitir un simple criterio que no se ajuste a la "verdad oficial". Por eso el nivel de simulación y doble moral es ya tan escandaloso, las tristemente famosas elecciones del Poder Popular son un ejemplo de eso: la mayoría va y vota, pero si usted les pregunta afuera de las oficinas por quién votaron, posiblemente no sabrán decirle ni el nombre.

En las reuniones de la Asamblea Nacional, donde nada se decide porque todo ya está decidido, todas las votaciones se hacen por una unanimidad que resulta ser muy sospechosa. Antes tenían el cuidado de preguntar: "¿Alguien en contra?", pero ya ni eso. Esto es lo que han recibido las nuevas generaciones, que se han acostumbrado a decir una cosa y pensar otra; es lo que les han enseñado y así se comportan. Pero el peligro mayor, sin dudas, para los gobernantes, son estos mismos jóvenes que ya no creen en ellos y desean vivir en libertad.

La generación treintiañera

Es cierto que han aprendido el juego de la simulación, pero también es verdad que están hartos de tanto embuste y de tanta cantaleta. Como le dijo un amigo a un alto funcionario: "¡prepárense, porque lo que les viene arriba es un Tsunami!". Se ven casos, aislados aún, de jóvenes iracundos que no temen cuestionar públicamente al sistema, como fue el caso de los estudiantes de la UCI, las cartas de protestas de cineastas que están en sus tempranos treinta durante la llamada "guerrita de los emails" (como fue el caso de Ismael de Diego), todo el movimiento que se aglutinó en torno a Gorki, el blog de Yoani Sánchez, Claudia y otros.

Pienso que esta generación treintiañera —que se suma a los grupos opositores que vienen desarrollando su labor desde hace años, los presos de conciencia, etc.— y la que le sigue, serán los protagonistas de un enfrentamiento más directo y frontal con el gobierno.

La censura también ha sido eficaz, aunque, poco a poco, comienzan a quebrarse sus diques. Con un control absoluto sobre los medios de información, donde sólo se oye una voz, todo es maravilloso en Cuba y en el resto del mundo sólo hay miserias, guerras y desolación. Es cierto que los blogs de personas como Yoani Sánchez no llegan a un por ciento grande de la población, que las denuncias que se hacen por internet y que la prensa independiente son desconocidas para la inmensa mayoría. Muchas personas no se atreven a lanzarse en actitudes más contestatarias, porque tienen la impresión de que están absolutamente solas y que su esfuerzo será inútil.

Pero, a pesar de la férrea censura, los nuevos medios de comunicación, como el correo electrónico, internet, las memorias flash, los DVD, todas estas nuevas formas de trasmisión de la información que el gobierno teme tanto, se han extendido por el país. Y así, en una memoria flash, muchos vieron el vídeo de los estudiantes de la UCI enfrentados a Alarcón. O los cortos, tan perturbadores, de Eduardo del Llano, o copias de noticieros captados por las antenas clandestinas. Y la gente va sabiendo que no está sola, que son muchos lo que piensan distinto y están dispuestos a enfrentar cualquier peligro.

Mientras el país sobrevive por inercia, continúa el deterioro y el disparate. La situación de la vivienda es uno de los problemas más graves que enfrenta el gobierno. Al déficit constructivo acumulado en estas cinco décadas se suman los nuevos desamparados debido a los huracanes o, simplemente, al paso implacable del tiempo que provoca derrumbes totales o parciales.

Los albergues dedicados a estas personas sin hogar, a estos "homeless" cubanos (se calculan en cientos de miles los que se encuentran sin casa o con casas en pésimas condiciones) son un verdadero infierno, por la promiscuidad y el hacinamiento. Se sabe que muchos prefieren morir bajo los escombros a vivir en uno de estos albergues con cuartos separados por sábanas y baños colectivos, generalmente sin agua, con el agravante que esto conlleva: enfermedades de todo tipo, dengue (pues tienen que acopiar agua en los recipientes que encuentren, que no siempre tienen tapas), conjuntivitis hemorrágica, etc.

Las manipulaciones del gobierno

El disparate consiste en continuar una política de solidaridad con el resto del mundo, a costa de la salud y el bienestar del pueblo. Me parece muy bonito ayudar a los necesitados de otros países, pero sólo se entendería si Cuba tuviese sus necesidades cubiertas. La exportación de médicos, enfermeras y hospitales, en un país donde los médicos no dan abasto, donde las consultas demoran seis y siete horas, y le pueden dar un turno para atenderse sus dolencias dentro de dos o tres meses es, sencillamente, inmoral.

Lo mismo sucede con los maestros. Pero esa vitrina de opulencia es la que siempre le ha gustado al gobierno. Así compra sus votos en la ONU, así chantajea, sutilmente, a sus beneficiados. Los pacientes en Cuba son tratados como ganado, ni más ni menos. Y no porque el personal médico quiera maltratar a la gente, sino porque, simplemente, se les exige más de lo que pueden dar, con el agravante de que se les paga muy poco y el salario no le alcanza a nadie.

Una de las manipulaciones del gobierno es decir que la salud pública y la educación son gratuitas, y que no se paga renta o, si se paga, es muy baja. A tanto repetirlo muchos lo aceptan como cierto. Y no es verdad. La salud pública y la educación no se pagan "oficialmente", pero sí se pagan a partir de los salarios de miseria que se devengan, lo que le impide a la población subsistir legalmente con el fruto de su trabajo: se subvencionan con lo que se le deja de pagar a los trabajadores, que son los creadores de la riqueza.

Esto es algo que fuera de Cuba es difícil de entender, pero los que vivimos aquí sabemos que es totalmente cierto. El salario de un mes, por ejemplo, de un cirujano pediatra, no le alcanza para comprarle a su hijo un par de tenis. Ni hablar de los trabajos menos calificados.

Simplificando la situación, para aquellos defensores izquierdistas que contemplan, complacidos, los "éxitos" de la Revolución y nos hablan de sus elevadas rentas y pagos por la salud pública, etc., se les podría decir: "Bien, pero dígame si usted, después de pagar su alquiler, el derecho a atención médica y educación para sus hijos; si después de pagar todo esto con su salario, ganado honradamente, le quedaran, para comer el resto del mes, pagar los gastos fijos de su casa y comprarse alguna ropa, 20 euros, ¿lo consideraría justo?".

Después de cincuenta años, el desencanto y el descreimiento son totales —me atrevería a decir que, incluso, dentro de las filas de los que apoyan el gobierno—, pues lo que ha quedado claro es que ni a Raúl Castro ni a ninguno de los dirigentes, ministros y generales les interesa que cambie nada porque, "¿para qué?", se preguntarán, "si nos ha ido bien durante medio siglo, para qué hacerlo ahora".

A nuestra generación la vida se nos ha ido en toda esta baba ideológica, en toda esta manipulación política, en todo este engaño institucional. Pero la situación actual es, sencillamente, una bomba de tiempo. Los cimientos de la sociedad están reblandecidos y el edificio gubernamental se derrumbará, más tarde o más temprano. De lo que pueden estar seguros es que no habrá que esperar otro medio siglo, porque ya se ha agotado la paciencia y el país está tocando fondo.

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