LA MADRE PATRIA
Por José Antonio Fornaris
Claro, también existieron cosas positivas. Pero al parecer la cadena era demasiado pesada. Carlos Manuel de Céspedes, considerado luego el Padre de la Patria, afirmó en agosto de 1868: “La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aun nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”.
Dos meses después comenzó la primera de las dos guerras emancipadoras. Desafiar los poderes omnímodos trae problemas sin ningún tipo de cuentos.
Hubo grandes excesos. Entre ellos uno que ha quedado para siempre en la historia, el fusilamiento de ocho inocentes estudiantes de medicina.
El sacrificio fue de todos los quilates, familias enteras perdieron todas sus propiedades, familias completas pasaron a subsistir en lo que luego fue conocido como la Manigua Redentora.
Modesto Fornaris, un general que acompañó a Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá, narró en sus memorias sobre el momento en que encontró el cuerpo de su pequeño hermano de doce años, asesinado por las tropas españolas, medio comido por las aves de rapiña.
Los criollos tampoco fueron muy comedidos. Partir cabezas a machetazos no era un espectáculo de fuegos artificiales.
Tras una tregua de diecisiete años, se inició en 1895 la segunda guerra de emancipación. Esta vez organizada por José Martí. Y aunque el Apóstol dijo que era una guerra necesaria, las guerras en cuanto se inician pierden su halo romántico.
Los independentistas aplicaron la política de la tea incendiaria para destruir las plantaciones de caña, principal sustento económico de la isla, y los gobernantes españoles la de la reconcentración de una parte de la población campesina para evitar cualquier tipo de ayuda a los combatientes enemigos.
Se asegura hoy en día de forma oficial que la reconcentración dejó un saldo de más de trescientas mil muertes, la cifra es en extremo dudosa por que eso hubiera significado casi la cuarta parte de la población total que tenía Cuba en esa época. De todas formas los excesos de las pasiones políticas tuvieron otra vez tierra fértil para su desarrollo.
Toda esa etapa terminó, como es bien conocido, con la intervención militar estadounidense y con la independencia de Cuba.
Pero en cuatrocientos años de colonialismo en Cuba hubo algo que fue imbatible o espiritualmente indiscutible, el sentido de pertenencia a su país de los nacidos en Cuba, el amor a Cuba.
Esto queda de forma nítida reflejado en el código penal colonial, donde el segundo gran castigo, después de la pena de muerte, era la deportación.
Con la llegada de los Castro al poder en 1959, y la pronta implantación del comunismo, eso cambió de manera radical. A partir de esa fecha, los cubanos han partido hacia cualquier punto geográfico del mundo en un éxodo incontenible.
Ahora mismo, hay miles o cientos de miles hurgando en el árbol genealógico para tratar de encontrar algún abuelo español que brinde la posibilidad de obtener la ciudadanía española para poder regresar al regazo de la Madre Patria.
¿Qué responderían los próceres de esa situación si fuera posible preguntarles? Da un poco de temor pensar en la respuesta.
Entre los representantes de las distintas tendencias políticas de aquella época ¿quienes eran los abanderados de la razón: autonomistas, integristas, independentistas o anexionistas?
Las dudas existen. Quizás en algún momento sea preciso y oportuno, tratando de ser lo más honesto posible, acercarnos a esa verdad de nuestra historia.
En lo que si parece que las dudas son poca o no existen, es en que la imposición del comunismo en la isla ha dañado de manera inconmensurable el espíritu de la nación cubana.
fornarisjo@yahoo.com
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