UNA VERDAD QUE NO ES DE ESTE MUNDO, PERO SIGUE SIENDO VERDAD
Una Verdad Que No Es De Este Mundo, Pero Sigue Siendo Verdad.
Por José Vilasuso
Faltan líderes de pluma ardiente.
Leyendo los materiales rubricados por Yoani Sánchez, como a tantísimos adamantinos columnistas libertarios me vienen al presente recuerdos de épocas lejanas cuando no comprendía aún toda la trascendencia de la palabra bien usada, mejor escrita, y su aplicación a la calidad de vida que disfrutábamos. Por entonces mi padre compraba todos los periódicos dominicales, y tras revisar las columnas preferidas de El Diario de la Marina, Información, El Mundo u Hoy, y seleccionadas aquéllas de particular actualidad o interés, solía releerlas en voz alta compartida con mi madre alrededor de la mesa ya despejada y limpio el mantel luego de bien servida, degustada y saboreada.
Así conocí a Gastón Baquero, Jorge Mañach, Paco Ichaso, Mario Parajón, Humberto Medrano, Andres Valdespino, Agustín Tamargo, y familia muy querida y recordada con envidiable nostalgia.
De aquella época se me quedaron grabados entre tantas cosas, los segmentos antagónicos de un periodismo dinámico, con fibra. La controversia resultaba a veces enconada, repleta de emociones, y contrapuntos; pero respetuosa por antonomasia de la persona y criterio ajeno. El reconocimiento y elogio del oponente constituían sellos caballerosos de indispensable manejo. Lo cortés no quita lo valiente, leía en medio de sonados derroches dialécticos sostenidos entre reconocidas plumas todavía mojadas en el tintero, bien mojadas.
Algunos serían alardes, pero valía la pena, nos deleitaban. Eramos muchachos.
Por ende, cuando a los veintiséis años presencié la intervención, coletillas, censura, cierre y monopolización de la prensa escrita en la República, (entre otras razones) no me quedaron ganas de continuar apoyando aquel gobierno, para mi fue bastante. Puesto y convidado.
Ergo al cabo de medio siglo no puedo menos que ironizar con toda gentileza, a veces, la indiferencia y hasta aceptación del sistema que de manera tal mostró al mundo su garra totalitaria. Tal parece que los conceptos dimanados de aquellas vivencias informativas, se han esfumado o como diría Borges, sólo fueron un sueño.
Pero igualmente como decía Mario Parajón, “Hay más.” ¿Quién no recuerda aquella seguidilla de Fidel en sus interminables peroratas desde cualquier tribuna, refiriéndose a las agencias internacionales que ¡Oh memoria de elefante! por entonces publicaban lo que no era de su gusto siempre discutible. Y en riposta el Máximo Líder las identificaba como: la ap, la up,……etc, etc, con la seguidilla quería añadir hp. Proeza verbal causante del vocinglerío, sobresalto de las turbas enardecidas y preámbulo del consabido: Paredón para los periodistas.
Los tiempos han cambiado. La prensa internacional acreditada en La Habana difícilmente puede hoy hacerse eco de estas situaciones. En todo caso no las asocian a los términos e intereses que los hacen permanecer en sus oficinas. Otras circunstancias, cambio de siglas, crecimiento de las corporaciones, especializaciones, y una semiideología vagamente izquierdizante, por calificarla de alguna manera, se resumen en el cumplimiento de los compromisos consigo mismo que los trajeron a La Habana. No hay más. El día menos pensado se aburren de la monotonía imperante y se largan con la música a otra parte. Los ejemplos abundan.
He tenido la oportunidad de conversar con no pocos reporteros regresados de aquellas agencias. Mi impresión no es negativa. No puedo citar uno que tolerara una situación tal, ni por radicales que se califiquen. Luego entonces ¿dónde reside la complicidad con la censura? ¿A qué obedece la complacencia? ¿Por qué no denunciar lo denunciable? ¿Cuántas veces los periodistas independientes los invitan a cubrir sucesos importantes y sólo obtienen la callada por respuesta? ¿A qué viene ese lenguaje formal, insincero: “gobernante, líder cubano, presidente….” atribuido a un tirano?
La respuesta no es sencilla ni creo que exista en la mayor parte de los casos. El estorbo capitular pertenece a un consenso que a los cubanos nos quema con vapor inmisericorde. En circunstancias lo he señalado sin extenderme demasiado en convenientes dilucidaciones o dilucidaciones convenientes. Faltan líderes de pluma ardiente. Añoramos un elemento permanente en la dinámica cerebral de nuestra especie, y son escasísimas las oportunidades de su reconocimento verbal. Claro está, se sabe que existen los columnistas notables, permanecen en sus puestos, activos. Hay actas sobradas probando sus virtudes, vista de águila y jurados selectos les rinden merecido homenaje. Incluso a veces surgen recursos disponibles, y a ratos se les confía el poder. Ah, pero cuidado con seguir de largo la carrera. ¿Saben dónde se ubica uno de los mayores obstáculos para que se apresten a divulgar nuestra verdad? Verdad que es patrimonio de todo hombre libre. Pues a mi modesto entender en que el periodismo de moda carece de verdadero sentido innovador, no es capaz de hermanarse con la sensibilidad cubana y desconoce el carácter profundamente humano, popular de dicha causa. No han tenido oportunidad sobrada para sentarse a considerar seriamente esa realidad que pica. Es el descuadre que tuerce la partida. El inesperado que rompe todos los esquemas. Pocos se atreven a encarar un panorama distinto. Prefieren seguir la línea del menor esfuerzo. Parece mentira, pero debemos reconocerla para algo ha transcurrido medio siglo.
Por qué razón? Por muchas, muchísimas. Vamos al caso pues con un ejemplo, la democracia nació como expresión pública de los espíritus más selectos de Atenas en el siglo V.A.C. Aquel lenguaje exquisito dejó imborrable un discurso transparentado en lenguas y estilos literarios creando un crisol a través de los tiempos. El debate entre los ciudadanos se definía merced a la elocuencia y brillantez empleadas por sus tribunos en el esgrimir de las argumentaciones. La competencia se ceñía a aguzar el ingenio para conquistar la atención de una audiencia exigente, rigurosa, sobria. Imparcial se llamó al paradigma a alcanzar ya desde los tiempos de Benjamín Franklin. A su amparo desde entonces ya todos cuidaban de conceder al oponente sus méritos y virtudes. El alma generosa descollaba en plaza pública. Así se debatía en el arco iris de los idearios. Por consiguiente cuando leo o simplemente huelo esas diatribas, el denuesto esperado, la acusación genital contra el compatriota que, no se entiende por limitación de natura o de escuela elemental. Cuando al eregirse en fiscal del pueblo se remeda a Fidel con signo contrario. Esos epítetos, y glosarios de catalogaciones espúreas, el huracán de incomprensibles que retuerce los tímpanos. No se puede menos que lamentar por la tinta y papel gastados, mal gastados. No; definitivamente la democracia no necesita apabullar. Jamás se vio dignificada con el bochorno de sus detractores. De su transparencia no emana el estiércol, ni la fuerza.
Cuando en contraposición a la libertad de formular ideas, alguien prefiere lanzar pelotas de fango, y peor escribir en términos que no incluyo en mi léxico. Le informo que mancilla un derecho que nos podría poner la toga viril. Amigo, no es por aplastar y desautorizar que se convence; sino por el tono mesurado y veraz con que se afirma. La lengua del gran Quevedo, don Francisco, contiene todos los términos necesarios que nuestra cultura e inteligencia exigen para comunicar lo que se desee. Creo que si faltara una letra en el alfabeto, se inventaría. Por tanto cuando se nos endilgan los denuestos acostumbrados desde La Habana, sus correveidiles se ponen en evidencia, la mejor evidencia. Pobre defensa aquélla de un ideario cualquiera, el tuyo o el mío.
¿Quién puede simpatizar con quienes así se expresan? Por comprometerse a tales riesgos ¿qué peligros no se corren?¿dónde hallar la acogida generosa pues?
Hace pocos días sintonicé en un medio de tremendo impacto radial, sarta tal de insultos catapulteados contra un periodista al servicio de Fidel que, tentado estuve por salir a la defensa del mismo. A tiempo preferí escuchar, pacientemente, al revolucionario en el ejercicio de su pleno derecho democrático. Una vez enterado de la dialéctica expuesta podría dar pasos más adecuados a la contrapartida. Así fue. Confirmado. El buen izquierdista se limitaba a repetir los consabidos lemas trazados desde La Habana para uso de sus cartularios locales. No recuerdo si leía o tan de memoria repetía que no dio ocasión para diferenciarlo; aquel monocorde era el disco rayado, palabra. Bastaban sus propias alocuciones. ¡Qué oportunidad tan propicia para desenmascararlo! No por la importancia de sus diatribas; sino debido a la audiencia pendiente. Ese participante silencioso que continuamente se nos escapa entre las sombras.
Claro, con frecuencia todo corifeo del castrismo, aunque se trate de un premio Nobel, tiene acumulados ciertos archivos mentales que no se pueden renovar regularmente, entre otras causas, porque los cambios, cuando los hay, sólo demuestran que las cosas están aun peores. Pongo de relieve el aviso del 2009 que reduce o suprime la palabra “gratuito” tan del agrado de cualquier lumen continental en referencia a los servicios gubernamentales cubanos. Mañana por la noche cuando con la mejor buena voluntad escuche la referida estación radial, progresista, de vanguardia, liberadora de los pueblos, etc. Apostaré cualquier cosa a que el versátil apologista va a enfatizar en seudoventajas gratuitas correspondiente a un pasado que nunca volverá. Es que seguramente en los manuales y despachos disponibles todavía no se han recibido las últimas restricciones de año nuevo.
Pero hay más. Por el otro lado no es raro que nuestros no menos prominentes defensores del capitalismo, se quejen, amargamente, de la presencia en el aire de consabidas contrapartes, como el referido espacio. También por este lado lamento no poder acompañar a tan verbosos anticomunistas. Creo que sin las ironías al uso debo apoyar la permanencia de programas adversos en todos los medios disponibles del mundo libre, ¿qué duda puede caber? En efecto, la inconsistencia de una programación censurada en una sociedad libre es por sí sola la evidencia al natural del partido que se pretende defender. ¿Eso queremos para América Latina? Démosle pues las gracias a ese locutor por demostrarnos a los cuatro vientos su imposibilidad de emitir un juicio propio.
A mayor abundamiento cabría cuestionarle al abogado contrario, si en Cuba permitirían la programación equivalente. Digamos, ¿un teléfono abierto emitir criterios alternos a la Mesa Redonda?
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