martes, marzo 10, 2009

EL CURIOSO CASO DE FIDEL CASTRO

El curioso caso de Fidel Castro


Por Gina Montaner


''¡Pero si es que le está ocurriendo lo mismo que a Benjamin Button!'', exclamé al ver las últimas fotografías del anciano dictador cubano. Todavía estaba conmocionada por los magníficos efectos especiales de una película en la que Brad Pitt nace siendo un viejo y muere con la apariencia de un bebé rosado y tierno. Inspirada en un relato de Scott Fitzgerald, el filme, favorito en los Oscar de este año, cuenta la asombrosa historia de Benjamín Button, cuya vida se desarrolla en sentido contrario al reloj biológico.

Por supuesto, la inevitable analogía con el vetusto comandante de inmediato circuló por internet y fue objeto de chistes. A pesar de haber estado al borde de la muerte con un intestino estragado que lo ha condenado a camuflar la bolsa de las heces bajo un chándal, hay que reconocer que Castro cada vez luce más rozagante, incluso un poco gordo. Es tanta su lozanía y los mofletes colorados, que los jefes de estado que posan con él comienzan a verse ajados y macilentos. Aunque Cristina Kirchner tiene una colchoneta de silicona en la cara, al lado de su admirado Fidel parece más desmejorada que su ídolo ideológico.

La última imagen que ha publicado el gobierno cubano resulta soprendente: la cabeza del presidente dominicano Leonel Fernández, el último dignatario que ha desfilado por La Habana en menos de un mes, pareciera que la encogieron los indios jíbaros comparada al cabezón de Castro, cuyo aspecto es el de los gigantes y cabezudos de la fallas de Valencia, sólo que fugado antes de la quema de los burlescos ninots. El sentido común indica que ningún presidente serio se prestaría a ser parte de un montaje, pero el affaire de estos extraños posados comienza a parecerse a los hilarantes sketches de Saturday Night Live.

Bien, Fidel Castro, como Brad Pitt, está rejuveneciendo alarmantemente y Alicia Alonso ya parece su bisabuela. Pero lo de la cabeza que no deja de expandirse es lo que me tiene en vilo. Está bien hacerse retoques y pasar por el photoshop. Todo el mundo lo hace en el escaparate de Facebook. Y si Fidel se está inyectando un poco de botox o restylane es comprensible. Como las viejas divas de Hollywood, es muy difícil mantenerse allá arriba, trepado en el candelero tanto tiempo, sin la ayuda de un estirón de piel, un buen exfoliante, un filler a tiempo en esos cachetes que ahora parecen manzanas recién cortadas. El siempre fue un poco vanidoso.

Pero la cabeza empieza a cobrar dimensiones de carnaval y me temo que el próximo invitado ya no va a caber en la foto, desplazado por el globo que corona el cuerpo apuntalado de Castro, como si su silueta estuviese presente pero guillotinada. Luego viene un artista o el mismísimo David Copperfield y abracadadra: aparece el careto de Fidel, sólo que con la inquietante apariencia del gato de Chesire en Alicia en el país de las maravillas, cuya gordura y tamaño son propios de un minino castrado.

Mientras Castro rejuvenece milagrosamente a Carlos Lage y a Pérez Roque les han caído los años en pandilla, como si hubiesen viajado en la máquina del tiempo hasta dar con su vejez de sopetón. Ayer eran golden boys, delfines en el agua, escuela de sirenas, juventud divino tesoro. Hoy son detritus indigno, la fruta sobada del mercado, descartes de un viejo episodio de Los Soprano, sin carné de Partido que les dé de comer bien. Ni una lágrima derramada en su funeral prematuro. Triturados en la flor de sus vidas.

Unos mueren en el camino y otros, como Fidel Castro, viajan hacia la semilla carpenteriana desde la decrepitud manifiesta hasta el sonajero y el gu gu ga. Por lo menos pañal ya tiene. Eso sí, lo de la cabeza me preocupa. Habrá que llevarlo al pediatra.

2 Comments:

At 5:51 p. m., Anonymous Anónimo said...

Leonel Fernández puede ser dignatario, pero de digno nada. Simplemente otro que bien baila al ritmo de la comparsa castrista. Con tantos países "hermanos," cualquier enemigo de Cuba es una redundancia.

 
At 7:42 p. m., Anonymous Anónimo said...

Estos supuestos abanderados de la democracia, que juran y perjuran defender los derechos humanos, pero no dejan de tratar de congraciarse con la dictadura castrista, no merecen ni siquiera que un cubano gaste su saliva para escupirles en la cara. Partida de miserables.

 

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