ALMACENES DE NÁUFRAGOS
Por Luís Cino
Cacha se llama Caridad, no quiere decir su apellido. Es negra y tiene 44 años, pero aparenta muchos más. Vive con su hija y dos nietas en un albergue desde 1996. Antes vivía en la Habana Vieja. En su edificio hubo un derrumbe parcial. El resto se desplomó días después que la enviaron al albergue. Ya se resignó a esperar que le den casa. Se conforma con que mejoren un poco las condiciones de vida de los albergados.
El albergue, otro almacén de náufragos del socialismo cubano, está a un lado de la Carretera del Lucero, en Mantilla, un barrio del municipio habanero de Arroyo Naranjo. En el municipio existen más de una decena de estas “comunidades de tránsito”. Sólo en la barriada de Párraga hay tres. Se calcula que acogen a más de mil personas, en su mayoría damnificados y casos sociales.
También hay albergues en Guanabacoa, San Miguel del Padrón, Cotorro y 10 de Octubre. Con cada ciclón aumenta el número de albergados. También en la temporada lluviosa aumentan los derrumbes. La situación se agravó con los ciclones del verano del 2008.
Los pobladores de la comunidad de tránsito de Mantilla conviven hacinados en cinco rústicas naves divididas en 70 cubículos con baño y cocina. A algunos cuartos le han instalado el agua. Los demás se abastecen de dos llaves en el patio. Siempre hay largas filas de personas con latas, cubos y todo tipo de recipientes. En casi todos los cuartos hay uno o dos barriles plásticos o de metal para almacenar agua. Algunos vecinos cobran 10 pesos por llenar un barril. Son frecuentes las broncas en las colas. Lo mismo riñen los hombres que las mujeres. Gritan insultos y palabrotas y pelean con los puños o con lo que tengan a mano.
Para los albergados, ninguna temporada es buena. En verano, los cuartos parecen hornos. En la tarde, no se puede estar en ellos sin ventilador. Por la noche, los vecinos se sientan en el patio a tomar el fresco y a conversar hasta que el sueño los vence.
En invierno, los techos de fibrocemento y la humedad de las paredes convierten los cuartos en neveras. En la época lluviosa, las losas que sirven de techo filtran y gotean. Hay que proteger los muebles y las demás pertenencias con forros de nylon o cambiarlos de lugar para esquivar las goteras.
Si las autoridades detectan que alguien pasa varios días fuera del albergue, pierde el derecho a optar por una vivienda. Se supone que encontró donde vivir. Por ello, los que consiguen marido o mujer fuera del albergue lo ocultan.
Olga, 28 años, refiere que cuando va a pasar la noche en casa del marido, si la madre trabaja en el turno nocturno, cierra la ventana y deja encendidas la luz y el radio, para que piensen que está en el cuarto. Así espanta a los ladrones. Amén de vivir en un albergue, que le roben lo poco que tiene es lo peor que pudiera pasarle.
luicino2004@yahoo.com
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