REQUIEM POR BENEDETTI
Réquiem por Benedetti
Por Alejandro Rios
Alamar fue uno de los grandes despropósitos urbanísticos cubanos de los años setenta. Vitrina de la solución para la apremiante escasez de viviendas. Fue erigida mediante las llamadas microbrigadas: grupos de 33 trabajadores, de las más diversas procedencias, construyendo edificios de 20 o 30 apartamentos que luego serían distribuidos en asambleas de méritos en los propios centros laborales que habían contribuido con empleados desprovistos de hogar propio.
Ser miembro de la brigada donde se trabajaba entre 12 o 13 horas diarias bajo un régimen militar de expulsión a la tercera llegada tarde o a la primera ausencia injustificada, no garantizaba la obtención del inmueble que podía ir a parar a manos de la familia de un combatiente internacionalista. Quien no obtuviera un apartamento en la primera repartición podía quedarse otros tres años hasta que se construyera un nuevo edificio.
Además, cada obra terminada debía entregar al plan de Alamar dos apartamentos que serían distribuidos entre los exiliados latinoamericanos, principalmente procedentes de Chile, Uruguay y Argentina. Muchos de estos desdichados optaron por la calidez del trópico ante el temor de congelar sus huesos en Estocolmo o la República Democrática Alemana.
El día que al poeta le entregaron las llaves de su apartamento en Alamar parecía sobrecogido por la humildad del aposento amueblado de modo austero y muy rústico en su terminación. Miró perplejo a su esposa con quien había comenzado otras tantas vidas de exilios, aquella velada memorable en el corazón del paraíso proletario que tantas veces había defendido por el mundo.
Era una suerte de intelectual tardío en algunas de las más aciagas jornadas de la revolución cubana que había despachado el caso Padilla sin pudor, encarcelado a Arenas, sin piedad, ya estaba parametrando a sus congéneres y luego los declararía ''escorias'' cuando partieron por el Mariel.
El poeta nunca alzó la voz contra estos desmanes. No era cuestión de involucrarse en los asuntos internos del país, además de estar muy agradecido por el apartamento que no le costaba un centavo y por el trabajo que le habían agenciado en la legendaria Casa de las Américas.
En la dependencia publicitaria y cultural del socialismo cubano para Latinoamérica, dirigida por una mítica guerrillera que luego, desilusionada, se quitaría la vida de un pistoletazo, esperó más pleitesía por su prestigio internacional y nunca pensó que lo harían marcar un reloj de entrada y salida. El imprevisible escenario llegó a simular uno de sus propios poemas de oficina.
Se dio cuenta, sin embargo, al igual que otros escritores y artistas acogidos en la Casa, que el no haber estado en el frente guerrillero de la Sierra Maestra, los hacía entes menores en el proceso político, les concedía un cargo de conciencia que no habían previsto.
Aprendió, como sus colegas cubanos, a no confiar en el prójimo porque supo que cualquier comentario desatinado sobre la revolución y sus protagonistas cimeros, era rápidamente recogido y reportado por delatores que fungían como hombres de letras. Se hizo revolucionario y participó activamente de su miedo.
Cada día abordaba, lo más puntual posible, el ómnibus atestado que lo conducía temprano a su colocación en un viaje casi interplanetario desde Alamar al Vedado. Sudaba copiosamente, no se adaptaba al bochorno del Caribe. Esquivaba con donaire los codazos y empujones mientras sonreía ante el vocabulario barriotero y altisonante que hería su sensibilidad lírica.
Pero en el fondo sufría, no se explicaba por qué no le habían facilitado un auto y todavía sus escasos derechos de autor en dólares ilegales en Cuba no le permitían comprarlo por su cuenta luego de infinidad de permisos y trámites burocráticos.
En la Casa de las Américas sus ingentes esfuerzos investigativos eran constantemente abortados por mítines relámpagos, asambleas de servicio, celebración de efemérides patrióticas y otros sinsabores pero el poeta aguantó con estoicismo el calvario de un sistema que desde un café de Montevideo o Barcelona parecía ser atractivo y esperanzador.
Al final no pudo más. Recogió sus bártulos y se fabricó otro exilio más amable y apropiado entre Europa y su Uruguay natal. De lejos fue testigo del descalabro paulatino de la dictadura que le dio cobijo cuando más lo necesitaba. Nunca dejó de ser cómplice involuntario de sus desafueros porque ninguna entrevista pública logró arrancarle la más mínima crítica a un proceso represivo que contradecía sus ansías de libertad y democracia para todos menos para sus vecinos de la isla.
Mario Benedetti murió hace algunos días en Montevideo y en su desvencijado apartamento de Alamar una familia cubana lo olvida tratando de lidiar con la supervivencia.
1 Comments:
Bello artículo que me muestra detalles que desconocía. Lamento la muerte de Benedetti como uno de los grandes de las letras de nuestro continente y lengua, eso no se le puede quitar; lamento asimismo su silencio cobarde y cómplice, idéntico al de otras personas que conozco que vivieron en las mismas circunstancias y en el mismo reparto; COMPRARON SU SILENCIO, a un precio que ni siquiera son capaces de calcular.
chicho el cojo
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