jueves, junio 25, 2009

DESILUSIÓN

Desilusión



Por Alejandro Rios


La muerte reciente de Hortensia Bussi, viuda del presidente Salvador Allende, convoca las enrarecidas relaciones que se establecieron entre Cuba y un país distante y ajeno a su cultura como lo es Chile con la asunción al poder del mandatario democráticamente elegido en 1970.

Incluso después de que su esposo fuera derrocado por un golpe de estado militar encabezado por Augusto Pinochet en 1973, la Bussi continuó con el hábito de pasar sus vacaciones de verano en Varadero, cortesía de otra dictadura hasta que un buen día parece haber comprendido su contubernio con lo inapropiado y le aconsejó a Fidel Castro que hiciera cambios. Desde entonces su estancia en la bella playa quedó abruptamente cancelada.

Castro ya había dado la nota en noviembre de 1971 cuando extendió una visita oficial a Chile que debía haber durado unas pocas jornadas, como indica el protocolo en estos casos, durante más de veinte días, recorriendo, soliviantando y profundizando la división que existía en la convulsa sociedad donde Allende trataba de imponer una modalidad democrática del socialismo.

Las más altas esferas del país fueron minadas por agentes de la policía política cubana y los intercambios culturales se hicieron intensos. Pablo Milanés y Silvio Rodríguez cantaron ante multitudes y los soneros en Cuba fueron relegados para dar cabida a la música andina de Violeta Parra, los Inti llimani y Víctor Jara.

El cine chileno también llegó como una novedad a la isla en los filmes de Miguel Littín y los documentales de Patricio Guzmán, ambos con frondoso historial revolucionario.

Cuando la bota militar de Pinochet aplastó el desvarío de Allende, no pocos chilenos terminaron exiliándose en Cuba, como Patricio Guzmán, quien al poco tiempo de haber llegado se divorció, dejó a su ex mujer y dos hijas al amparo de Castro y siguió rumbo a Madrid.

En el año 2005 Camila, una de esas hijas, se estrenó como cineasta e integró, quizás de modo inconsciente, las huestes de la desilusión con su documental El telón de azúcar.

El desencanto de la izquierda cultural con respecto a la dictadura de los Castro suele ser largo y sufrido. La parte chilena, sin embargo, ostenta capítulos sugestivos. En sus memorias, el poeta Neruda arremete contra los comisarios intelectuales cubanos que, en su momento, se tomaron la libertad de denostarlo. Jorge Edwards escribe un clásico de la decepción, Persona non grata, cuando lo expulsan de su puesto diplomático en La Habana durante el gobierno de Allende, a lo cual se suma, en términos literarios, Nuestros años verde olivo, del narrador Roberto Ampuero, donde se hace una profunda disección del fracaso del comunismo cubano.

Todavía hay algunos que se resisten al reconocimiento de la verdad: tan dictadores son los Castro como los Pinochet y asumen sus papeles de paladines de la izquierda internacional con particular arrogancia.

El año pasado, durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Miguel Littín fue homenajeado por su obra y al enterarse que un crítico de cine cubano lo había criticado justamente en un libro, lo tumbó de un puñetazo en los jardines del Hotel Nacional. Por supuesto que Littín no pasó ni un minuto frente a la policía. El irracional exabrupto sólo recibió un regaño de su compañero de viaje Alfredo Guevara.

El telón de azúcar es, tal vez, el único capítulo cinematográfico de la desilusión chilena con respecto a la revolución cubana y se estructura a partir de la memoria que Camila Guzmán guarda de un mundo idílico que se extiende durante quince años, desde la década del setenta, cuando estudió en las escuelas de la isla, donde afirma haber sido muy feliz.

Al hacer un balance de su vida, la directora incluye el testimonio de los amigos que dejó atrás inmersos en la frustración de no haber alcanzado ningún progreso personal, resignados al descalabro que ella logró esquivar con su oportuna partida.

Camila Guzmán vivió en un humilde reparto de edificios construidos por el llamado plan de microbrigadas en Altahabana. Su único privilegio fue, tal vez, el de poder vacacionar con su padre en Madrid de vez en cuando.

En el documental llama la época de su infancia ''los años dorados de la revolución''. Tuvo que crecer y estudiar en el preuniversitario para empezar a chocar con el sistema y su falta de tolerancia, como afirma en el documental. Al poco tiempo partió y luego regresó para dejar fe de una utopía que se derrumbó sin remedio.

Algunos espectadores, quizás, prefieran una versión más radical del proceso. La descripción que Camila Guzmán perpetra del fracaso, sin embargo, ha sido entendida en todos los sitios donde el documental ha sido mostrado. Tiene un componente humano e íntimo que la política se ve incapacitada de revelar.

El telón de azúcar se estrena comercialmente en el Teatro Tower del MDC el 26 de junio a las 7:00 p.m.