domingo, junio 07, 2009

SOY DE LOS NIÑOS QUE NO AMANECERÍAN

Soy de los niños que no amanecerían



Por Manuel Vázquez Portal


Tenía diez años cuando el 31 de enero de 1962, en la octava reunión de consulta de Ministros de Relaciones de Exteriores de la Organización de Estados Americanos, se adoptó la resolución VI que excluía al gobierno cubano de su participación en la organización regional.

Recuerdo que los adultos --sin sospechar siquiera que para octubre cuando yo cumpliera los once la isla estaría rodeada de buques de guerras estadounidenses por cuenta de unos misiles atómicos soviéticos que anidaban en Pinar del Río, y John F. Kennedy, pensando en los niños que no amanecerían al otro día, decidiera que la mejor solución era la propuesta del general McNamara de bloquear el país, dicho sea de paso, el único momento en que ha estado bloqueado, lo otro ha sido embargo comercial-- gritaban enfebrecidos: Con OEA o sin OEA / ganaremos la pelea.

No sabía entonces a qué pelea se referían. La imagen que tenía de pelear era liarme a pescozones con muchachos de otro barrio que venían a fresquearse con nuestras amigas y todo terminaba con un ojo amoratado, una camisa ripiada, y las sonrisas nerviosas de Laura y Merceditas.

No sabía --los adultos tampoco lo sabían, Fidel Castro siempre ha gobernado desde el misterio, la clandestinidad y la falta de transparencia-- que la bronca sería a misilazos atómicos y que el mundo podía acabarse, al menos para nosotros.

Así que le debo a Kennedy haber llegado hasta este hoy desmemoriado que olvidó los treces pavorosos días de la crisis de los misiles, la exportación de guerrilleros cubanos a Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Guatemala, El Salvador, aquel deseo sangriento de Ernesto Che Guevara de crear uno, dos, tres, muchos Viet Nam, y le ofrece a aquel mismo gobierno que considere una victoria la derogación de aquella resolución.

Es cierto que el mundo ha cambiado. Los proletarios que Carlos Marx quería que se unieran se unieron en Polonia y demostraron que el holgazán empedernido estaba equivocado. El muro de Berlín se vino abajo. Los adoquines destrozados por los tanques rusos volvieron a brillar bajo la luna de Praga. Terminó la guerra fría. Pero Cuba sigue siendo la misma. No ha renunciado a la pelea.

Mientras los países latinoamericanos, bajo el acicate de Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega, se afanaban en conseguir consenso para lograr la readmisión de Cuba al sistema interamericano, el mismo Fidel Castro de hace cuarenta y siete años, viejo y experimentado camaján político que olfateaba condicionamientos, escribía que Cuba --es decir, él y la cúpula de poder-- no pedía de rodillas ingresar a la infamia, refiriéndose al reingreso a la OEA.

Sin embargo, cuando la proliferación de proyectos de resolución, la falta de consenso y la clara posición de Estados Unidos y Canadá parecía que harían imposible un acuerdo, y hasta el propio canciller brasileño Celso Amorim había afirmado que sólo un milagro haría posible una posición común, el miércoles la canciller hondureña Patricia Roda anunció que la resolución de 1962 quedaba sin efecto.

No me tomó de sorpresa. Por la tendencia generalizada en los últimos meses, esperaba algo similar. Del mismo modo esperaba --era obvio-- que la resolución que se acordara en San Pedro Sula condicionaría el ingreso de Cuba a los principios de la organización, como también lo esperaba Fidel Castro y por eso se adelantó en decir que a Cuba no le interesaba, porque, como resulta evidente, la pelea sigue. Ahora van a por el concepto de democracia.

La bronca será en lo adelante por cuál será el concepto de democracia que regirá en la Organización de Estados Americanos. ¿El de la democracia representativa o el de democracia socialista que ha preconizado el castrismo durante cincuenta años? La confrontación y el desacuerdo con todo lo que erosione su poder absoluto es el terreno de los Castro. Buen embrollo se han buscado los países miembros de la OEA. Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa y quizás Fernado Lugo, Alvaro Colom, Mauricio Funes y hasta Manuel Zelaya, quien aspira a realizar sus ajustes a la Constitución de su país para reelegirse, voten por el concepto de democracia del socialismo del siglo XXI, y entonces la OEA habrá perdido su sentido de existencia, la izquierda democrática de América Latina se verá obligada a confrontar el delirio retardatario de la izquierda totalitaria y la organización quedará dividida de tal modo que será más ineficaz que lo que ya es hoy.