Joaquín Ruíz-Giménez, eterno amigo de la libertad y de Cuba
Joaquín Ruíz-Giménez, eterno amigo de la libertad y de Cuba
Jueves 27 de Agosto de 2009
Una de las cosas que más le emocionaban era hablar de la Libertad. En Pinar del Río le escuchamos, le aplaudimos y le quisimos.
Que el compartir el texto de una de sus conferencias sirva de homenaje a este gran demócrata.
Yaxys Cires Dib
Don Joaquín Ruiz-Giménez Cortés habla en Pinar del Río
CONFERENCIA DICTADA EN PINAR DEL RÍO POR EL PROF. JOAQUÍN RUIZ-GIMÉNEZ.
29 de enero del 2000.
INTRODUCCIÓN
Respetado y querido Sr.Obispo y amigo: No digo viejo amigo, pero si entrañable amigo. Gracias, muy de verdad, y también al Sr.Vicario, y a los dirigentes y colaboradores de este lugar de cultura, por la generosa invitación que me han hecho. Aquí nos encontramos personas humanas de corazón abierto, y por eso me alegra mucho ese lema "Puertas abiertas", que nos ilumina. Lo importante no son sólo las puertas, sino los corazones y con ese espíritu hemos venido de España, mi mujer, mi hija y yo mismo. Hemos venido a conocer la experiencia que están ustedes viviendo, y a compartir con ustedes inquietudes, pero, sobre todo, esperanzas. Ayer, en el espléndido Centro Cultural en La Habana que es San Juan de Letrán, invitado por su Prior el admirable Padre Uña, dominico y antiguo amigo, reflexioné en alta voz sobre el tema que ellos me habían solicitado "Cultura y sociedad". Como es lógico no voy a repetir lo que allí dije, pero sí quiero subrayar la importancia fundamental de la cultura, entendida en su sentido más profundo. Paul Valery escribió una vez, con buen sentido irónico, que la cultura es lo que nos queda dentro después de haber olvidado lo que aprendimos en los libros. La cultura es el fondo sustancial de nuestros pensamientos, de nuestras creencias, de nuestros modos de entender la vida, de nuestras ideologías legítimas. La cultura, no es sólo cultura de la inteligencia, es también cultura de la conciencia moral, de los valores que dan sentido a la vida humana; y también cultura operativa, cultura que nos mueve a crear un entorno más justo, más llevadero, más solidario, en suma, más humano. Esas son las esenciales funciones de la cultura que vamos asumiendo a lo largo de nuestras vidas, desde el hogar doméstico y la escuela, hasta las estructuras de la sociedad en que vivimos. Las personas humanas somos seres sociales, no tenemos suficiencia en nuestra vida individual, necesitamos el apoyo de los demás, pero a veces resultamos muy insociables, por una serie de factores que obstaculizan el ejercicio de la solidaridad humana. De esto hablé en La Habana, pero hoy, asumiendo los deseos de mis invitados, intento profundizar en el valor de la libertad como factor básico de la vida humana.
1.- No lo haré en tono académico, pues soy consciente de que aquí hay personas de alto nivel cultural y universitario, y solo acertaré a decirles cosas que ya perfectamente saben. Hablando llanamente, he de subrayar, en primer término, la dimensión fundamentalmente operativa que tiene el concepto de la libertad, máxime a las alturas del tiempo en que estamos, un tiempo difícil en el mundo. Basta leer las páginas de los periódicos, ver los programas de TV u oír las emisiones de radio para apreciar cuanto sufrimiento hay, cuanta violencia en las familias, en las ciudades, entre las diferentes etnias, tribus o razas distintas, entre naciones. Durante estos últimos años, tras el final de la llamada "guerra fría" se han producido en el mundo numerosos conflictos armados. Es cierto que en este siglo XX , que se acerca a su final, ha habido aspectos espléndidos, relevantes conquistas de las ciencias, de las técnicas, de los instrumentos de comunicación humana, y, sobre todo, conquistas enormemente importantes en la formulación de normas protectoras de los derechos humanos básicos. Ahí está la Declaración universal de derechos humanos, de 1948, y la Convención de los derechos de la infancia y de la juventud de 1989, que estamos festejando todavía los que trabajamos en UNICEF. Todo esto es luminoso, pero está el tremendo contraste de los sufrimientos, las violencias, las crueldades de toda índole que se detectan en el mundo y las esclavitudes de muy vario género. Por eso, se me brinda la posibilidad de que hablemos aquí esta noche sosegadamente de la libertad, no de una libertad desmadrada, esto es, de libertinaje, sino de una libertad razonable, en función creativa de un ámbito de convivencia humana verdadera, en cada país y en toda la tierra; una convivencia basada en la libertad y en la justicia.
Desarrollaré mis reflexiones en tres momentos:
a) En primer lugar, recordar sucintamente qué entendemos por libertad, vocablo muy plural, muy complejo que puede afectar a muy diversas situaciones, incluso a algunas que no son estrictamente asimilables a la libertad humana. De un pájaro en una jaula podemos decir que no está en libertad, pero abrimos la puerta, vuela el pájaro y es lícito añadir que le hemos puesto en libertad, que eso no quiere decir que el pájaro sea libre, y, en cambio, sí podemos decirlo del hombre preso, al que se le devuelve la libertad de movimientos. El hombre es un ser libre por naturaleza, aunque esté encarcelado por decisión gubernativa o sea víctima de una vinculante adicción al alcohol o a las drogas estupefacientes.
b) Desde otra perspectiva, he de recordar que el gran maestro Ortega y Gasset, en mi Universidad de Madrid de los años 30, dedicó varias páginas a distinguir el concepto de "libertas" de los romanos, y las libertades en plural de los contemporáneos. Los romanos consideraban que la libertas se lograba con la vigencia de las instituciones, las consolidadas en la Historia de Roma durante siglos, y eso se reflejaba en el respeto a la ley. Cicerón, el eximio maestro y jurista de Roma insistió: "Somos siervos de la ley para poder ser libres". Para el ciudadano romano, cumplir con las normas elaboradas por el conjunto del pueblo romano, era ser libre. En cambio hoy se tiende mucho más a juzgar si un país es libre o no es libre, si hay libertad o no hay libertad, si se dispone o no de las libertades concretas, desde la libertad de pensamiento y de creencias, las libertades de expresión, reunión y manifestación, hasta la libertad de participación activa en la vida social. Hablemos en esta perspectiva de las libertades básicas, no sólo las individuales, sino también las libertades colectivas, libertades compartidas con otros, y en esa perspectiva desvelar cuales son las raíces, la protección eficaz y los límites de esas libertades.
c) Hay un tercer punto, y es qué podemos hacer para que la libertad sea realmente un factor esencial para construir una sociedad donde todos nos sintamos solidarios. Puede haber algunas libertades defendibles como la libertad de comercio y la libertad de comunicación, y, sin embargo, tenemos que reconocer que no gozan de esas libertades la inmensa mayoría de las gentes del mundo, pues se apoderan de ellas ciertas minorías, ciertos grupos de presión económica, que disfrutan prepotentemente de dichas libertades, mientras carecen de ellas otros millones de seres humanos. Analizar estos aspectos de la manera más sencilla, más inmediata, para luego suscitar un diálogo, es lo que me propongo en esta sugestiva ocasión.
I .- Empecemos, con el concepto y alcance de la libertad de la persona humana, la libertad de opción, la elemental libertad de elegir. Soy libre de elegir viajar de Madrid a Cuba, o de no hacerlo; trasladarme o no desde La Habana a Pinar del Río, de renunciar a venir. Soy libre de elegir una profesión u otra, vincularme a una persona o a otra, separarme de ella o serle fiel hasta la muerte. Es el libre albedrío, la fase primaria de la libertad. Evidentemente, hay teorías deterministas, para las que la persona humana nunca es libre, siempre está condicionada, siempre está dominada por factores de distinta índole. Así desde Grecia hasta nuestros días, pasando con matizaciones por el materialismo marxista. El hombre no es libre, porque su conducta, incluso sus concepciones mentales, están dominadas por sus instintos y por las estructuras socioeconómicas. Frente a ello, también desde Grecia, se alza toda la gran corriente del pensamiento clásico, que reconoce que el hombre elige libremente y es lo que le distingue de los animales. Max Sheler enseñó, lúcidamente, que la persona humana es el único ser capaz de decir no. Los animales nunca dicen no, porque son movidos por sus instintos. Poder decir sí o no, esa capacidad, esa indeterminación, es lo hermoso y también lo grave del ser humano. Hay un incitante texto de Rubén Darío que no me resisto a leerles. Nadie duda de que Rubén Darío fue un hombre con hondo espíritu liberal, un hombre que luchó por las libertades, pero en su estremecedor poema Lo Fatal, revela una enorme preocupación humana:
"Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido, y un futuro terror….
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida, y por la sombra, y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos
ni de dónde venimos!"
Parece un tremendo fatalista, y no fue así, nos deja un testimonio existencial de lo problemático que es ser libre, ser libre en la vida frente a tantos misterios, frente a tantas dependencias. Para intentar superar esa aporía tenemos que admitir que nuestra libertad está siempre condicionada; ser conscientes de los factores que presionan, aunque no determinan el ejercicio de nuestra libertad. Algunos de esos factores son factores internos, de cada ser humano. Nos mueve el instinto, nos mueven las pasiones, padecemos incluso esclavitudes y adicciones, al sexo desaforado, al tabaco, a las drogas. La libertad, como la vida, no se nos da de una vez; la libertad es siempre una conquista, y entraña un ejercicio constante de la inteligencia, pero también de la voluntad, para superar esos factores endógenos que condicionan nuestras opciones. Pero, además, y en ello hay que reconocer que la concepción marxista nos ha abierto mucho los ojos, impulsándonos a evaluar objetivamente el peso del contorno, de las estructuras socioeconómicas en que vivimos, factores exógenos que condicionan el ejercicio de nuestra libertad. La libertad de albedrío subsiste, aunque las libertades concretas cuesta lograrlas, y más aún llegar a lo que Jacques Maritain llamó la libertad de autonomía, la libertad de actuar, a la luz de nuestra conciencia, con arreglo a valores y a normas que asumamos desde lo más profundo de nuestro ser.
Esta perspectiva de la libertad condicionada nos lleva a otro aspecto fundamental, el de la responsabilidad. En el ejercicio de nuestra libertad personal más honda, no podemos soslayar la conciencia de la responsabilidad. Tenemos ciertamente que ser siempre fieles al dictado de nuestra conciencia, como tenazmente insiste Santo Tomás de Aquino. Si, en conciencia, creemos que una norma jurídico-positiva aunque esté "legalmente" establecida, va contra nuestra conciencia o una enseñanza de una escuela filosófica, o incluso, una enseñanza religiosa, si creemos que algo va en contra de nuestra conciencia tenemos que ser fieles a ésta y tenemos que ser también muy conscientes de que vivimos con los demás, que nuestra vida no es la de Robinson en la Isla, sino que es vida inmersa en colectividades, desde las más inmediatas, la familia, la escuela, la ciudad en la que residimos, hasta la Nación y la Comunidad Internacional. Somos miembros de esas colectividades y en el ejercicio de nuestra libertad irrenunciable, tenemos que respetar siempre la de los otros. Debemos comunicar la verdad de lo que creemos, pero nunca podemos hacer de nuestra verdad un ariete para imponérsela a nadie. La verdad ha de ser libremente aceptada por todos. En suma, respeto a la conciencia y a la intimidad de los demás, y sentido de responsabilidad ante las normas justas. Evoqué antes a Cicerón: "Somos siervos de la ley para poder ser libres", esto es, para ser verdaderamente libres tiene que haber normas en las que todos hayamos podido participar en su elaboración. Es el profundo sentido democrático de la elaboración del Derecho positivo. Una vez promulgada democráticamente la norma tenemos que aceptarla honradamente, y si la norma es injusta o autocráticamente impuesta por el poder político debemos esforzarnos para lograr su reforma. En suma, toda libertad ha de ser libertad responsable, ante nuestra conciencia y ante los demás seres con quienes vivimos.
II.- Profundicemos ahora algo más sobre el dinamismo y la escala de la libertad.
1.- Reiteremos que la libertad primogenia y fundamental es la libertad de nuestra conciencia. No impongamos ninguna religión, no impongamos ninguna ideología política, expongamos honradamente lo que pensamos, pero no se la impongamos a nadie. Dejemos que cada uno vaya asumiendo de nuestra enseñanza lo que crea que es más concorde con su conciencia y su manera de ver el mundo. La libertad de creencia, la libertad religiosa, y la libertad de enseñanza, son escalones ascendentes. El Estado en que vivimos tiene que facilitar que podamos exponer nuestras creencias, en el seno de nuestras familias, en el seno de las escuelas, y en la plaza pública, sin agresividad ni ostentación alguna. Defendamos la concepción religiosa de la vida, pero respetemos la concepción religiosa, o no religiosa o agnóstica de los demás. Nunca hagamos de la diferencia religiosa un motivo de discrepancia en la vida ciudadana. Hay algo que en este momento nos tiene que preocupar a todos, como es el fundamentalismo religioso de determinado colectivo, por ejemplo en el Islam, en Argelia, en Palestina, pero reconozcamos también que hay sectores en nuestros países, que han caído en antagónicos fundamentalismos nada concordes con el respeto a la libertad de adhesión a la religión, o a ninguna, de los demás. Es un punto clave, pues ahí está la raíz, del respeto a todas las demás libertades. Si somos capaces de respetar la libertad de conciencia de otros, podremos aceptar y dar pasos hacia otras libertades. Para los creyentes de mi generación, ha habido un giro importante en cuanto al respeto de la libertad religiosa. Hasta llegar Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, no podía un católico defender la libertad de conciencia respecto a otras religiones. Había la tolerancia pero el paso decisivo para sostener el derecho a la libertad de conciencia y en concreto a la libertad religiosa lo da Juan XXIII, en su encíclica "Pacem in Terris". Era un paso muy contrastante con los que se había preceptuado por algunos de los Pontífices el siglo XIX. Juan XXIII no dijo que era derecho de cada persona humana enfrentarse con Dios, sino que nadie en la vida terrena puede ser constreñido en materia religiosa. Desde entonces es fundamental que los cristianos de distintas confesiones religiosas podamos marchar juntos. Uno de los grandes y hermosos pasos del Concilio Vaticano II ha sido impulsar al ecumenismo, y no sólo entre los cristianos de cualquiera de las confesiones de ese signo, sino también con los creyentes de otras religiones más alejadas (islámicas, judías, etc.) ¿Cómo podemos convencer a los que no creen en nuestra religión, que es una religión que une y pacifica si seguimos separados los cristianos? Ayer en San Juan de Letrán, recordé una experiencia vivida en los Andes, en Bolivia, hace unos pocos años. Allí, a 4.000 metros de altura, me impresionó ver como un misionero español trabajaba conjuntamente con un pastor de una Iglesia noruega, en la construcción y el mantenimiento de un ambulatorio, abierto a todo el mundo. Reconfortado por ello, le pregunté al misionero español, cómo eso era factible y me dijo: Sr. Presidente, (yo iba como Presidente de UNICEF) " a 4.000 metros de altura el ecumenismo es posible". Me pareció hermosísimo y le dije, "Gracias y pidamos al Señor que el ecumenismo sea también posible a nivel del mar". Es un reto crucial al respeto a la libertad de conciencia de los demás.
Otra experiencia de mi vida, es que el anterior Secretario General de Comisiones Obreras en España, Marcelino Camacho, me pidió que fuera defensor suyo en un proceso judicial en que estuvo inmerso por ser simplemente comunista, y Secretario General de Comisiones Obreras, tras el ya histórico proceso del 1001 a varios dirigentes. Acepté, y mientras estaba en la cárcel un tiempo, yo iba todos los sábados a verle a la cárcel, eran nuestras sabatinas. Durante media hora me explicaba su concepción marxista, yo durante la otra media resumía mis confesiones cristianas y nos entendimos perfectamente, porque en el fondo nos movía el mismo deseo de construir un mundo más justo. Es decir, el ecumenismo no tiene que ser sólo con los cristianos de otras iglesias sino que debemos estar abiertos a otras confesiones. Me parece fundamental la relación con los musulmanes, por ejemplo. El mundo del Islam es un mundo de gran importancia y tenemos que estar en contacto con él, y también del mundo de religiones orientales, del budismo, y otras de singular significación. Defendamos la libertad religiosa, entendida no solamente como la libertad individual del creyente y la libertad del culto, sino también la libertad de educar, la libertad de tener centros de formación, y centros asistenciales. No forcemos a nadie, pero instemos a nuestros gobernantes para que esas libertades se respeten.
Luego ascendentemente, hay otras libertades muy importantes para la vida, especialmente la libertad de expresión, la libertad de prensa, la de asociación, de reunión pacífica.
Desde esas libertades, requerimos otras más públicas, más compartidas: la libertad de sindicación, la libertad de huelga, etc. Todo ello está reconocido y garantizado en la Constitución española de 1978. No lo hubo durante los largos años del régimen precedente. ¿Qué pasó para que de una autocracia tan prolongada, pasáramos los españoles al régimen democrático que ahora tenemos? Se evitó una revolución, una nueva guerra civil. Tras la guerra civil de los años 36 a 39, logramos superar el resentimiento, y conseguir la reconciliación entre vencedores y vencidos. La reconciliación fue posible y ya disponemos de libertades compartidas. Nos quedan todavía algunas situaciones dolorosas, sobre todo en el Pueblo Vasco, al que queremos entrañablemente la gran mayoría de los españoles, y buscamos camino para su pacificación, no simplemente con medidas políticas y judiciales, sino también con medidas de diálogo político. Creo que eso es posible, hemos de intentarlo.
Queda otro tipo de libertades, a veces más problemáticas. Así, en materia de libertades económicas, la libertad de mercado y ahora se propugna la globalización. Pero esas libertades, en manos de grupo de presión, terminan en enormes injusticias. Eso explica que cuando se ha intentado por la OMC (Organización Mundial de Comercio) aprobar en Seattle unas fórmulas de organización, con trasfondo de una libertad ilimitada, suficientes normas que regulen la justa distribución para el futuro de la producción y del consumo, se ha generado una rebelión de las Organizaciones no gubernamentales ( las ONG´S) y de muchos Gobiernos. Emerge así, un gran reto, el de cómo hacer posible seguir adelante una globalización económica si no es simultáneamente una globalización del principio de justicia y de distribución ecuánime de los productos del trabajo y del esfuerzo de los trabajadores. Sinceramente creo, ahí tenemos un campo para luchar juntos cristianos y marxistas, por encima de nuestras diferencias ideológicas.
III.- No quiero prolongar ya más estas reflexiones, pero no puedo dejar de pedir que no caigamos en ningún tipo de radicalismo, de la libertad, porque podrían llegar a ser tan nocivo como el radicalismo de la opresión. No impongamos la libertad, ganemos la libertad con el ejemplo, y en ello juega un papel fundamental el diálogo.
Un diálogo con autenticidad y respeto recíproco, entre las distintas fuerzas políticas de un país, entre los distintos colectivos de ciudadanos; un diálogo en servicio de la paz. No imponer una paz partidista, una paz de la izquierda y una paz de la derecha. Me atrevo a evocar, lo que se ha hecho en España entre 1960 y 1978. Todas las Constituciones españolas, desde la histórica y fundamental de 1812, la de Cádiz, hasta la desaparición de la Constitución de 1876, de la Restauración, fueron Constituciones que alguna vez he llamado yo tuertas; algunas eran tuertas del ojo izquierdo, esto es, no concedían a la izquierda democrática, a la España progresista ninguna posibilidad, sino que eran sólo lúcidas para la derecha, para la tradición conservadora. En dos ocasiones fueron tuertas del ojo derecho. Las Constituciones "liberales" de 1868 y de 1931, que quitaron mucho a la derecha y dieron mucho a la izquierda. Superando esas unilateralidades, la Constitución de 1978 ha hecho posible que sigamos conviviendo ciudadanos de todas las tendencias. En cualquier país, la Constitución ha de ser una norma fundamental de conducta que promueva esa convivencia de todos, garantizando todas las libertades responsables.
Seamos conscientes de que concluye el siglo XX y se acerca el 2001, el nuevo siglo y nuevo milenio. Los publicistas y los comerciantes han logrado crear una imagen de que ya estamos en ese nuevo siglo, pero no le podemos quitar un año al siglo XX, con sus ventajas y sus desventajas, sus luces y sus sombras. Tenemos que concertar nuestros esfuerzos, creyentes y no creyentes para llegar al 2001, con ánimos y con ilusión. Me encanta poderlo decir en Cuba. Vivamos la esperanza de un nuevo siglo, del 2001 en adelante y un nuevo milenio. Hay muchas cosas por hacer aquí, como en todo el mundo. Hagámoslo con el debido respeto a lo que aquí o en otras partes, ocurre. No es mi tarea dar consejos a nadie, pero sí pedir al Señor que ayude a todos para que sean sus ciudadanos quienes con la cabeza y el corazón, y las manos entrelazadas vayan avanzando hacia una convivencia lo más libre y pacífica posible.
Tengo una gran confianza en el pueblo cubano, y en el conjunto de los pueblos de Iberoamérica. América es el último continente de la esperanza. Pero para que la esperanza no sea idílica o utópica tenemos que trabajar sin descanso a fin de conseguir que las libertades personales y el bienestar común avancen simultáneamente. No se trata de que cada uno de nosotros acopie más libertades individuales, sino que todos juntos armonicemos nuestras libertades personales con el bienestar de todos, con el bien común. El bien común se ha ido desdibujando en la historia, incluso en la historia de la filosofía. Una vez más, Juan XXIII lo definió maravillosamente. El bien común, no es un tope a las libertades personales, sino es el fruto de la armonía, que hace posible el pleno desarrollo de la personalidad individual de todos los pobladores de un país y del mundo, no solamente de algunas minorías privilegiadas. En su Encíclica Mater et Magistra el Papa lo dejó muy claro. Si contribuimos al bien común nos enriquecemos personal y colectivamente, pero para ello, tenemos que lograr que las estructuras socio-económicas y políticas nos dejen enriquecer nuestra dotación de libre pensamiento, libre acción, libre comunicación, libre participación en la vida colectiva. Simultáneamente tenemos que impulsar la cultura científica, en todas sus dimensiones y lograr el respeto al horizonte de lo sobrenatural, al inmenso tesoro de la fe, la esperanza y el amor. A ningún verdadero científico se le plantea negar la apertura a últimas preguntas, que la ciencia positiva no puede contestar. ¿Cual es el destino final de la vida humana? La ciencia positiva no tiene la respuesta, pero deja el camino abierto. Max Scheler propugnó el saber de salvación, un saber de sabiduría, un saber de adivinación, que nos ayude a interrogarnos por el misterio último de las cosas. No impongamos a nadie nuestras creencias sobre ese destino último, y pensemos que todos podemos marchar juntos mientras estemos en el mundo para construir, sino un mundo perfecto, sí un mundo mucho más vivible, mundo verdaderamente humano.
Para eso liguemos estrechamente la Economía y la Ética, como luminosamenrte insiste el reciente Premio Nobel de Economía Amartya Sen: "No hay Economía sin Ética", y el valor ético cardinal es el valor de la justicia. Esa armonización de las ciencias y de los valores supremos, los valores éticos, es cada día más apremiante. Con ese espíritu, contribuyamos a mejorar las normas jurídicas nacionales y también las internacionales. Personalmente, soy muy contrario a que Naciones Unidas decrete el embargo de ningún país del mundo, porque sé que los embargos producen un grave daño a las poblaciones civiles y muy poco a los gobernantes de los países embargados. Debemos conseguir también que desaparezca el veto de los "cinco grandes" de Naciones Unidas y que se establezca allí una verdadera estructura democrática de modo que el voto de los países pequeños, tenga el mismo valor que el voto de los grandes. Hagamos que el Tribunal Penal Internacional, cuyo estatuto se aprobó en Roma en 1998, entre en acción y sea verdaderamente un Tribunal que pueda juzgar no sólo a quienes violen los derechos civiles y políticos, sino también los derechos económicos, sociales y culturales en cualquier país del mundo. Se me argüirá que respondo a mis objetores, con aquella pintada de los jóvenes de mayo de 1968, en los muros de París: "Sed realistas, pedid lo imposible". Sabemos que es audaz pedir un mundo donde haya una plena armonización de la libertad y de la justicia, esa armonía de las libertades y de la libertad social. Insistamos en ello porque quedan demasiadas esclavitudes, subsisten restos de esclavitudes ancestrales (compra-venta de esclavos en algunas regiones del mundo), y esclavitudes de la mujer en muchas partes, esclavitudes de la droga, del sexo desatado, de desamparo y malos tratos a la infancia y a la juventud. Me viene a la memoria, porque está en mi corazón, aquel momento, en que encontré (era el año 1934) a Don Miguel de Unamuno, delante de la fachada plateresca de la Universidad de Salamanca, y le oí decir cosas esenciales. Entre ellas romper una lanza contra la pena de muerte (acababa de concluir la llamada revolución de octubre en Asturias, y había sido condenado a muerte el sargento Vázquez). D. Miguel desató su verbo contra ese fusilamiento, y aprovechó para fulminar a quienes dieron muerte a Rigal, el héroe de Filipinas. Felizmente los españoles no fusilamos a José Martí, sino que murió en el campo de batalla frente a los españoles, luchando por la libertad de Cuba. Repitamos nuestro no a la pena de muerte, el no a los ejércitos en armas, al comercio de ellas y el sí al desarme, a la reconciliación y a la paz. Aquel mismo gran maestro en su hermoso salmo, dedicado al Cristo Crucificado de Velázquez, nos dejó escrito para siempre:
"Libértalos Señor,
que mi alma no puede ser libre
mientras quede algo esclavo en el mundo
que hiciste"
No tenemos derecho a pensar que somos verdaderamente libres, por el hecho de que tengamos libertad interior, y algunas o muchas libertades externas si quedan muchos seres esclavos del mundo. No podemos gozar de nuestra libertad interior si no luchamos por la libertad de los demás seres humanos.
Séame permitido, para concluir, leer unos párrafos de un artículo mío en 1960, tiempo todavía difícil en España. Fue un acto académico en el Instituto de Estudios Jurídicos de Madrid, presidido por el Ministro de Justicia de aquel momento, un Ministro tradicionalista, pero era jurista y capaz de escuchar. Sonaba así: "Una y otra vez, a lo largo de muchos siglos ha conmovido a los hombres el sobrecogedor diálogo de Antígona y Creonte, un diálogo en el que se hace carne la permanente pugna entre las leyes dictadas por los gobernantes en la tierra y aquellas otras normas no escritas e inquebrantables, de los dioses, trascendentes a lugar y a tiempo. No en vano Hegel evocaba este pasaje de Sófocles como uno de los textos más acuciantes para el espíritu humano. En la misma ciudad de Tebas, unas horas más tarde, las viejas tierras del palacio de Edipo iban a ser silenciosos testigos de otros diálogos no menos esclarecedores, entre Creonte y Emón, su hijo, profundamente amado. Antígona había invocado las leyes no escritas para pedir que no quedara insepulto el cadáver de su hermano, las palabras de Emón van a sonar ahora como la lejana voz del pueblo, que de mero objeto de la acción de gobierno, aspira a ser protagonista de un diálogo con el rey. Emón llega hasta su padre, Creonte, no tanto en actitud de rebeldía como en testimonio de una libertad heroica hasta la muerte. Creonte conoce esta fidelidad del hijo, pero le inquieta que su fortaleza varonil pueda quebrarse por piedad y ahora compasión a Antígona, su grácil prometida, y para robustecer la fidelidad del hijo a los principios de coacción política, le recuerda que no es posible tolerar el desorden en la casa y la rebeldía en la ciudad, pues sólo importa la disciplina en los hogares y los Estados, y para mantenerla el Gobernante no puede claudicar ante la voz de la sangre y ante la fragilidad y ternura de una mujer. Pero Emón no está allí para invocar esos motivos e insiste ante Creonte, hasta el punto de decirle antes de morir: "Padre, tú has nacido para gobernar en una ciudad vacía".
Pidamos todos, y hagamos lo posible para que nuestros gobernantes actúen en una ciudad llena de personas humanas, en plenitud de libertad, de libertad responsable. Sólo así será posible la verdadera paz.
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