lunes, septiembre 21, 2009

Un Papá Montero metido en camisa de once varas

Nota del Blogguista

Un antiguo administrador en la época de más exclusividad del actual centro de turismo internacional ¨ María La Gorda ¨, contaba a sus amigos más cercanos y confiables de como disfrutaban los altos jerarcas del régimen en dicho centro; una de sus anécdotas era como vió a Almeida encuero en la playa que le da nombre a ese centro, con dos o tres blancas encueras, gozándose en la Playa.

No se si era de día o de noche y él número exacto ya no lo recuerdo, pero sí de que eran blancas, aunque debo aclarar que a Almeida le gustaban las mulatas , pues a un antiguo compañero de trabajo, y estando él de misión en un país caribeño, Almeida le levantó al llegar a la actividad festiva de la embajada, la mulata que tal parecía que mi amigo había ligado. Realmente un acompañante de Almeida se le acercó a la mulata y le dijo que el Comandante deseaba hablar con ella; no la vió más.

Juan Pedro Carbó Servía era famoso por su matonismo y su exhibicionismo en el Instituto número 1 de Segunda Enseñanza de La Habana y la denuncia de ¨Marquitos ¨que llevó al asesinato en Humbolt 7 tal parece que fue motivada por celos en la que estuvo involucrado Carbó Servía, aunque el que hayan salido del mencionado apartamento dos personas ( Una de ellas Raúl Díaz Arguelles, quien años después sería esposo de Aleida March, Viuda del Che ) vinculadas al Partido Socialista Popular, nombre del entonces Partido Comunista cubano, muy poco tiempo antes del arribo del Coronel Ventura Novo con su tropa de la policía, da indicios que para algunos investigadores cuestionan a la directiva de dicho partido.
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Tomado de http://abiculiberal.blogspot.com

Un Papá Montero metido en camisa de once varas


¿En qué se asemejaba el comandante Juan Almeida al revolucionario de a pie?
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Por Jorge A. Pomar, Colonia

El domingo pasado la poetisa exiliada Belkis Kusa Malé, a quien nadie conoce por dorar píldoras castristas, contó las peripecias de su fugaz encuentro con el recién inhumado Comandante de la Revolución. En el post "En este parque, con Juan Almeida: mi primer diseño", la autora nos narra el para ella inusual, inesperado contacto por encargo con el costado humano y musical del difunto.

Sin inventarse afectos ni rencores retrospectivos, nos confiesa sus dos motivos para recelar un rechazo: por un lado, su condición de primeriza en diseño de cubiertas discográficas (de eso se trataba); por el otro, el temor de que Almeida se hubiese enterado del rollo ideológico en que andaba liado el poeta Heberto Padilla, su marido. Nunca llegó a saberlo a ciencia cierta. Añade Belkis el significativo detalle referencial de que en cierta ocasión Almeida se había negado a torturar. Faceta halagüeña, a la vez que verosímil, del discreto personaje...

"Lo cortés ---alega Belkis-- no quita lo valiente". Nunca mejor citado el aforismo, porque, si bien en muy variadas proporciones, el Bien se codea con el Mal en todos los seres humanos. Somos complejos, contradictorios y, por lo general, congénitamente más propensos a la maldad que a la bondad, igual que mi pérfido Otro Yo. Tanto o más que del genoma, el carácter y la conducta del ser humano son hijos del libre juego de las circunstancias. Valga la perogrullada...

El maniqueo epitafio oficial quiere presentar al joven Almeida como un "modesto albañil" habanero. Por contra, desde el exilio fuentes creíbles de la época lo recuerdan varias veces encartado como un torpe aprendiz de carterista de los bajos fondos capitalinos. Criado parcialmente en un solar del turbulento barrio capitalino de Jesús María, este Abicú da fe de que en tales ambientes ganarse la vida con el sudor de su frente no solía reñir con hacerlo a costa de la propiedad ajena.

"Cada ladrón --me sopla al oído mi insidioso Alter Ego-- roba desde su posición. En todo caso, un golpe de azar hizo que aquel buscón inculto y marginal se cruzara en el camino de un blanco culto, de cuna rica y marginador por entonces marginado en la capital: el pichón de terrateniente fraudulento, abogado y "tiratiros" (Eddy Chibás dijo) Fidel Alejandro Castro Ruz. A la sazón, gánster político profesional sin cuadrilla propia, el Magno Paciente ya había sido fichado más de una vez por el mismo porte y uso de armas de fuego que a la vuelta de unos pocos años le permitiría apoderarse a perpetuidad de las arcas públicas tras desvalijar a su clase social primero y a todas las demás después...

Para desacreditar a Fidel, allí donde la hagiografía oficial lo vende como un héroe aquilíneo, un guerrero temerario acostumbrado a desafiar la muerte a diario por el bien del prójimo, sus detractores lo pintan como un Odiseo mañoso, destacando invariablemente el sinuoso, rufianescco modus operandi con que aventajaba a sus víctimas desprevenidas en la ciudad. O bien, la habilidad del jefe guerrillero de la Sierra Maestra para usar a sus hombres como carne cañón y quedarse él a buen recaudo.

Pero cualquiera se quite las gafas hollywoodenses ha de admitir sin falta que tales tácticas de supervivencia forman parte del código mafioso en la vida real, la primera, y de los reputados manuales de guerra de todos los tiempos. Napoleón no se quedó en Waterloo para inmolarse junto a sus bravos soldados. El "Guerrillero Heroico" se rindió vergonzosamente a sus captores en la Quebrada del Yuro. Como en el ajedrez, el deber del rey es sobrevivir a todos los desastres...

Aunque muchos involucrados aún no lo quieran admitir, el grueso de aquellos revolucionarios, en vez de jóvenes altruistas dispuestos al martirio, eran pistoleros profesionales. Los más nobles, destinados a morir jóvenes al estilo del Aquiles homérico, no sobrevivieron para contar sus hazañas, desenlace incluido en los cálculos de su astuto jefe.

El Comandantes de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez traficaba antes con drogas; su homólogo Guillermo García Frías era originalmente un cuatrero famoso en las montañas de Oriente; y la mayoría de los asaltantes del 13 de marzo del 57. ¿Cuán estudiantes podían ser unos jóvenes capaces de asaltar un palacios fortificado con granadas, subametralladoras Thomson y bazookas, a bordo de un camión de lavandería, o sea, al mejor estilo del Chicago hollywoodense de la época de Alcapone?

Los combatientes del llano, que a diferencia de los del monte no tenían escapatoria, mataron al jefe policial Salas Cañizares en la Embajada de Haití, disparándole por debajo del chaleco antibalas desde una alcantarilla. Siguiendo el mismo estilo del hampa, acribillaron a balazos a la salida del elevador del Montmartre al coronel Blanco Rico, jefe del Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC). Al efecto, se valieron de la jugarreta de telefonear al cabaret para anunciarle que el hijo acababa de sufrir un accidente de extrema gravedad.

Comparado, por ejemplo, con el también mulato Juan Pedro Carbó Serviá, quien estuvo matriculado durante la friolera de 11 años en el primer curso de la Facultad de Veterinaria, así como con los otros tres "mártires de Humboldt #7, Almeida era un santo de altar catedralicio. Con la circunstancia atenuante de ser tan pobre como el que más en aquella época, que no era el caso de aquellos...

En todo caso, no cabe duda de que era el criminal más inocuo entre la gloriosa camorra antibatistiana que al final se alzaría hasta la fecha con el poder absoluto. De no haber sido reclutado como soldado de fortuna por aquel pichón de terrrateniente megalómano y brutal, con algo de suerte y tesón este 11 de septiembre el maestro de obras y/o compositor popular Almeida, hijo de Changó, habría muerto feliz. Acaso con una sonrisa zumbona, de "canalla rumbero", en los gruesos labios entreabiertos. Cual genuino Papá Montero, rodeado de su numerosa prole; llorado a moco tendido entre repiqueteos de tambores luctuosos por una viuda seria en la funeraria y varias alegres en diversas cuarterías de Centro Habana.

Amén de por algún que otro hijo descarriado desde una celda colectiva del temible Castillo del Príncipe en el Vedado. En vez de velado en cuarentena como un leproso, expuesto en efigie en esos velorios ficticios y escoltado con armón y fanfarria hasta su última morada, habría sido llevado en andas al cementerio de Colón por un séquito de deudos al son de un rumbón. Como en el entierro del mítico personaje de la famosa rumba de Eliseo Grenet en el videoclip de arriba.

Ahí están, machacados hasta la saciedad, tanto el Programa del Moncada como los dogmas axiales del castrismo en el poder. La línea delgada que separa a uno de otro es la misma que separa hoy el populismo de un Domingo Perón o un Lázaro Cárdenas del de Hugo Chávez y Evo Morales. Resumiendo: El maleficio originario que a la postre condujo a la actual depauperación moral y física a la otrora próspera Isla de Cuba enchumba sus raíces en la demagogia de las élites tribunicias e intelectuales de la Segunda República.

Sin ellos, sus discursos, ponencias, lecciones y panfletos, jamás habrían surgido ni un Fidel Castro ni un Juan Almeida habrían sido jamás lo que fueron. De ahí la utilidad de distinguir, como acaba de hacer nuestra dilecta Belkis, matices en los claroscuros de la biografía de ese hijo de vecina metido en camisa de once varas, como casi todos nosotros...

A la sazón, el rudimentario bagaje teórico de Almeida se reducía a un precario adoctrinamiento juvenil como militante --o simpatizante-- del Partido Ortodoxo, otro vivero de demagogos profesionales. "En el principio fue el verbo", se lee en la Biblia...

En cuanto al joven abogado Fidel, acusado en vano de haber asesinado en el 48 al líder estudiantil Manolo Castro, su rival, y al guarda jurado universitario Oscar Fernández (sobrevivió a los disparos apenas el tiempo necesario para denunciar a su asesino con pelos y señales), a corta o larga habría llegado a ocupar un escaño en el Capitolio.

O incluso, legalmente la poltrona presidencial, pues no cabe duda de que le sobraba talento, cultura política, osadía y voluntad de poder. Visto a la luz de la indescriptible ingenuidad e ineptitud demostrada desde el asalto al Moncada hasta la fecha por la casi totalidad más uno de los políticos auténticos, ortodoxos, pesepistas, etc., es más que obvio que, potencialmente, estaba fuera de grupo entre la clase política de la época.

Quien ponga en duda lo especulado hasta aquí ha de empezar por preguntarse por obra de qué otro prodigio, si no los del ambiente, un falso imaginario nacional de factura intelectual y el contagio extático, millones de cubanos de todos los estratos y colores trocaron tan a la ligera sus destinos a partir de la apoteosis revolucionaria aquella fatídica Noche Vieja del 58.

Dura, por cierto, hasta el sol de hoy. Contra toda evidencia, aún se alzan no pocas voces opositoras que, por ejemplo, no se detienen un momento a reflexionar acerca de su coincidencia con la historiografía oficial respecto a aquella infantil consigna de "Vergüenza contra dinero" con que opulento Eduardo Chibás arremetía contra la corrupción de los gobiernos auténticos de Grau San Martín y Prío Socarrás.

Ello a pesar de que el segundo, depuesto por Batista el 10 de marzo del 52 so pretexto --entre otras menudencias como su de todos conocida afición a las drogas fuertes-- so pretexto del espectacular apogeo del matonismo heredado de su antecesor, desembarcó triunfalmente en La Habana en enero del 59 y Fidel lo despachó de vuelta a Miami sin la recompensa esperada pero igual sin achacarle los desfalcos y desmanes denunciados por el líder suicida de los ortodoxos. El primero, acusado por Chibás y otros furibundos tribunos de cuanta fechoría pueda cometer un mandatario en este mundo, falleció discretamente en su residencia de Miramar ocho años después sin ser rozado ni con el pétalo de una rosa.

Sin duda, a causa de complicidades delictivas ninguno unos y otros tenían sobrados motivos para no destapar cajas de Pandora: aquéllos porque pronto perdieron interés en reclamar méritos en una guerra que empezaba a dejar a los de su clase con una mano alante y la otra atrás; éstos, a fin de evitar controversias contraproducentes capaces de poner en tela de juicio su primacía absoluta en una lucha más bien decidida por la movilización de la sociedad civil, el cambio de actitud de Eisenhower y el putsch del vacilante general Cantillo en La Habana. Lo que no está nada claro para todos es el papel de jugado en aquellos sucesos por la voluble intelectualidad republicana.

Como bien señala en su ensayo "El silencio de los carneros" el ensayista Roberto Luque Escalona, mi apreciada némesis caucasiana en las filas opositoras--, los escritores prerrevolucionarios no se arriesgaron ni mucho ni poco durante la drolática contienda. Empero, precisa mi belicoso Alter Ego, al cargar sistemática- e hiperbólicamente las tintas contra la República, aportaron al castrismo una invaluable ilustración jacobina lista para el consumo masivo. En efecto, obran en nuestro poder los elocuentes fascículos mensuales con las conferencias y simulacros de debates radiofónicos de la Universidad del Aire. Concretamente, las transmitidas cada domingo en el horario estelar desde los estudios de CMQ durante el año del golpe militar.

Jorge Mañach, el renombrado director de la Universidad del Aire, y otros ponentes ilustres legitiman ya desde aquel marzo incruento la opción violenta en contra de la tesis sobre la viabilidad de una salida electoral pactada, dramáticamente defendida en solitario por el viejo diplomático Cosme de Torriente. En esas páginas de la Editorial Lex, no por casualidad la misma que contaría después en un sensiblero folleto de tirada masiva minuto a minuto, hora a hora, día a día..., el tiempo que llevaba --"cruelmente", como se aprecia en esa foto donde viste traje a la medida junto a su primogénito de visita-- aislado el jefe del M-26-07 en un calabozo de Isla de Pinos.

Nada distinto se reportaba en Bohemia y Carteles, los semanarios ilustrados de mayor circulación en la Isla. Pero en aquellas doctas ponencias de la Universidad del Aire ya estaban en nuez, machacados hasta la saciedad, tanto el Programa del Moncada como los dogmas axiales de los futuros guerrilleros en el poder. Sin ellos, sus discursos, conferencias, lecciones y panfletos, que marcaban la pauta a seguir en toda la Isla, difícilmente Fidel Castro y menos todavía Juan Almeida habrían llegado jamás a pensar y ser lo que fueron. En resumen, aquellos polvos cultos trajeron estos lodos grotescos...

Por eso, con ánimo de ofender a todo el que sienta aludido pero en bien de su perturbado equilibrio psíquico, concluyo que el increíble pero cierto historial del albañil carterista Juan Almeida Bosque no es más que un calco agigantado del de millones de cubanos de a pie que hoy se sienten defraudados por el Leviatán dibujado sobre papel de imprenta por demagogos intelectuales de la Generación del Centenario, financiado a sabiendas en su fase homuncular de manera suicida por las frívolas "clases vivas" y amasado hasta su desmesura actual por el populacho. [Cuadro, Funeral de Papá Montero, obra de Carreño.]

He ahí en síntesis el juego sucio ganado con ayuda de casi todos nosotros por el astuto Magno Paciente. He ahí también la utilidad de distinguir, como acaba de hacer nuestra dilecta Belkis en el objetivo relato de marras, matices en los claroscuros de la biografía de ese Papá Montero en ciernes metido con éxito en camisa de once varas. Igual que casi todos nosotros para nuestra desgracia, por causa tanto de nuestra bondad como de nuestra maldad.

Este Muerto Grande septembrino se asemejaba mucho más de lo que se suele creer al revolucionario de a pie de ayer y hoy. De hecho, buena parte del inmenso botín incautado a la "gusanera" fugitiva se empleó en comprar la lealtad de "nuestro pueblo". A lo sumo, cuestión de niveles. De ahí el valor simbólico que atribuía el sagaz Magno Paciente a aquella parca silueta oscura, con remordimientos pero siempre fiel, junto al trono...