CUBA: Gloria Amaya, ejemplo que debería hacer escuela
Gloria Amaya, ejemplo que debería hacer escuela
Una tía cariñosa que nos invitase a beber una taza de café en su humilde cocina matancera
Por Jorge A. Pomar, Colonia
A pesar de las comidas con tres carnes y la bien surtida jaba que me traían Gipsia y mis hermanos cada 45 días durante las visitas reglamentarias. En el caso especial de los reclusos habaneros, debido a la lejanía y para ahorrarse molestias logísticas, el alcaide tenía la gentileza de convoyar las dos horas de visita conyugal o "Pabellón" con la familiar. [Foto: Gloria Amaya.]
Almuerzo y comida se reducían a unas tres o cuatro cucharadas rasas de arroz con gorgojos, un cucharón de sopa o potaje con ídem flotando y un trozo de yuca o plátano verde en cada comida. Picadillo de soya, no siempre. En días de bonanza, una cuota similar de arroz con menudos de pollo, al que los matones del comedor expurgaban sin falta hasta la última posta. Desayuno, "sopa de gallo" tibia, acompañada de una rebanada de pan tan fina que costaba imaginarse cómo se las ingeniaban los pinches de cocina para no rebanarse la yema de los dedos con el filoso cuchillo.
Gracias a que mis parientes me proveían de un generoso sobrante de cigarrillos Populares y Aroma (son todavía la divisa de los presidiarios criollos) y tabacos (los habanos de marca me los reservaba, dejándoles el cabo o, a mucha insistencia, el "sargento" a mis compañeros de celda) de bodega, cuando el hambre apremiaba podía trocarlos por golosinas caseras en las jabas de los reclusos reincidentes, que tenían visitas cada dos meses en vez de cada 45 días.
De gran ayuda durante meses me fue también un lote de piedras de fosforera que Gipsia me pasó dentro de un pan de molde. Atento a la ley de la oferta y la demanda, les cobraba a los rellenadores autorizados de dos a cuatro cigarrillos por piedra que, a su vez, aumentaban mi reserva de capital financiero para menesteres de beneficencia (es aconsejable no se casasola y, en ciertos casos, comprar simpatías difíciles pero a veces útiles tarde o temprano).
La ventaja consistía en poder entrar por todo lo alto en las poninas para pagar la jama robada de la cocina. O bien, cuando la vigilancia no lo permitía o se agotaban las reservas del almacén (corrían los tiempos más severos del Período Especial en Tiempo de Paz), un gato primorosamente descuerado.
Se adobaba con las especias disponibles: sal, orégano, limón, un par de gotas de aceite o manteca de puerco rancios (los presos solventes solían guardarlo celosamente en un frasco a fin de echárselo a la comida y evitar las temibles hemorroides y diverticulosis) o, en defecto de todos esos ingredientes, hierba elefante del corredor externo del penal prefabricado. Si el asado no le salía de rechupete a nuestro maestro de cocina, siempre me quedaba el consuelo de saberme razonablemente proteinizado, a salvo del traslado a la siniestra galera-lazareto del escorbuto, la conjuntivitis hemorrágica y la avitaminosis.
Igual prestaba a reclusos adictos a las cartas o los dados. Con los réditos les compré a mis hijos un bello toallón de playa, un precioso juego de ajedrez, pulsos, manillas y sortijas, elaborados por hábiles artesanos aficionados a base de fundir todo tipo de plásticos duros, industria que nublaba la celda con una densa humareda tóxica. A mi hermana Fela le regalé una hermosa Biblia made in Spain con tapas de piel y papel de cebolla. Conservada aún en perfecto estado, la trajo de La Habana para su estancia trimestral aquí en Colonia.
Con todo, pese a las recargadas jabas y los múltiples cambalaches, los interludios gastronómicos de tiempo muerto entre un encuentro familiar y el siguiente me dejaron así de enjuto en el año y dos meses de encierro a cal y canto en la Prisión Provincial de Alta Seguridad en Cienfuegos. En cuyas celdas de la galera de adultos --créanlo o no lo crean-- me sentía espiritualmente más a gusto lidiando con mis compañeros de cautiverio que desde hace dieciséis inviernos con los inmigrantes criollos. Y peor aún, con nuestro "pedregoso exilio" (Belkis Cuza Malé) europeo.
En la foto ya yo estaba de pase del correccional de Lagunillas, donde se laboraba al aire libre (por eso lucía tan prieto) las comidas eran más abundantes y, durante la faena en el campo, podía "resolver" bastante con los "conectos" que me agencié en el comedor de la granja y los cambalaches con guajiros. Cada vez que salía de pase casi nunca me trepaba al camión de los "Amarillos" sin un par de gallinas, un pedazo de carne de puerco, un par de papayas y sendas bolsas de nylon con arroz y frijoles. Aún así, y pese al majá de Santa María tirado en los surcos, no engordé gran cosa en Lagunillas. Pero logré lo más importante: no enfermarme...
Acerca de la vida y el carácter de Gipsia publiqué el 26 de mayo del 2007 una amplia semblanza titulada "Mi 'Dama de Blanco' / A Gipsia Cáceres in memoriam"
Quiz sobre todo porque el texto de "Mi Dama de Blanco" se aleja ex profeso del enfoque mariano-grajalesco al uso., del que el autor abomina visceralmente. Tanto que, al despedir el duelo en el cementerio de Colón ante un reducido grupo de familiares, amigos y vecinos, fui todo lo breve y sobrio que pude. Apenas tres minutos para subrayar la pérdida, darles el pésame a sus deudos y expresar la eterna gratitud del viudo, la inyección de fe que me había insuflado el grato descubrimiento de su faceta militante y solidaria.
Tanto en el lacónico epitafio en la necrópolis de Colón como en los textos publicados, lo que en verdad me interesaba era que oyentes y lectores pudiesen hacerse una idea cabal de su individualidad, hacer que quedase impresa en la memoria del orador y la concurrencia con toda su peculiar amalgama de virtudes y defectos en vida. En suma, como la legítima hija de Ochún del barrio centrohabanero de Cayo Hueso a cuyo embrujo sucumbí sin remedio durante la jornada más luctuosa de mi existencia hasta entonces: el velorio de mi propia madre, cuyo lugar ella había ocupado sin dejar nada que desear...
De hecho, aquel sacrificio inútil, militarmente injustificable, surtió el efecto colateral de condenar a la manigua a unas damas románticas, aristocráticas, que no estaban en modo alguno preparadas psicológicamente para semejantes trotes silvestres. Es el punto de partida de la leyenda heroica que culmina en el mito macabro de Mariana Grajales, conminando a sus hijos menores a la degollina.
Fresco en mi paladar el sinsabor que me había dejado años atrás la hueca, almidonada declaración de amor del héroe independentista personificado por el actor Armando Tomey a la heroína encarnada por Susana Pérez en la telenovela de Dora Alonso Sol de batey: "Te amo tanto como a la patria"...
Llegado a este punto, el lector sagaz sabe ya a ciencia cierta que al Abicú no me agradó en absoluto la retórica mambisa alrededor de la muerte de la corajuda Gloria, madre de los infortunados hermanos Sigler Amaya, para quienes van toda mi solidaridad en los momentos de rabia, amargura y luto que están viviendo ahora mismo. Piso terreno minado pero, siendo Abicú y estando por experiencia propia en condiciones de experimentar por ella y su familia el mayor grado de empatía de que soy capaz.
Así no puedo menos que subrayar aquí lo siguiente: Gloria Amaya fue también una mujer humilde que tuvo el mérito de criar a sus cinco hijos a fuerza de sacrificios. Más aún, a diferencia de la inmensa mayoría de las madres cubanas, supo inmunizarlos contra el adoctrinamiento escolar y ambiental en la Isla. ¿Cómo no rendirle homenaje aquí?
Una educación materna que, a no dudarlo, les llevaría a todos a engrosar por convicción las filas opositoras y pagar con la vida, la cárcel o el destierro. Conmueve ver a sus dos hijos --Ariel recluido en Ariza, asistió en sillón de ruedas-- prisioneros de conciencia de la redada del 2003 contemplando por última vez el rostro de la autora de sus días. Es tan alentador y edificante ver alrededor del féretro a las Damas de Blanco, a Martha Beatriz, Vladimiro Roca y otros veteranos de la disidencia junto a vecinos de la localidad, como descorazonador y maloliente notar --ojalá me haya equivocado-- la elocuente ausencia total de los jóvenes manifestantes de G y 23.
"Unanimidad" puede ser sinónimo de "unidad", pero ambos sustantivos gregarios distan mucho de serlo de "solidaridad", por mucho que se esfuercen en rizar el rizo. Para los posmodernos miembros de la Academia Blogger y su difuso entorno fundacional socialista democrático, valga la antítesis, el suceso ni siquiera ha existido: no aparece registrado en sus blogs, no fue tuiteado. Ni en bien ni en mal.
el probable desenlace fatal de la enfermedad de Ariel
Demasiada sordera, demasiada ceguera, demasiado mutismo oportunista y/o utilitario que se da algo más que un aire al silencio cómplice, doloso de casi toda nuestra --para ciertas bagatelas gremiales o fumisterías culteranas-- tan puntillosa intelectualidad exiliar ante el escandaloso canto de cisne de la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana.
Ahora bien, a lo que iba: tanto la venerable difunta, cuyo ejemplo debería hacer escuela pero apenas ha llegado a oídos de las masas populares en nuestra hermética Isla, como sus corajudos deudos forman parte de un movimiento de resistencia eminentemente pacífico. O sea, no bélico, vocacionalmente cívico, opuesto a la violencia.
Gloria Amaya jamás mandó a sus hijos a matar y morir en un campo de batalla inexistente. Al contrario, los enseñó desde la infancia a hacerse respetar y a luchar con la palabra y la razón por una vida decente en el país donde nacieron. Su calvario y el de todos ellos es obra de las fuerzas represivas del castrismo. Por entero.
Su temple, duro y duradero, fue exclusivamente civil. No caben, pues, esos decimonónicos símiles grecolatinos con la espartana Mariana Grajales, cincelada en frío bronce por nuestros hagiógrafos hasta la desfiguración, y su fiera, belicosa prole de mestizos. Personaje histórico objeto de culto cuyo perfil humano, como suele suceder con casi todos nuestros héroes y mártires desde La Demajagua hasta la fecha, a decir verdad la madre de los Maceos se nos ha extraviado entre la hojarasca hagiográfica republicana y revolucionaria. Aún así, a juzgar por su dulce, reconcentrada, nostálgica expresión en la foto de abajo, cualquiera diría que en la vida real tampoco debió de ser tan fanática como nos la quieren pintar.
Por otro lado, seamos sinceros: ¿quién puede dialogar, argumentar ante un hijo de la "Madre de la Patria con esperanzas de ser escuchado? A la madre de los hermanos Sigler Amaya, que tampoco merece ese destino de mausoleo, sí la conocemos lo suficiente para no matarla por segunda vez: le sienta mal todo ese extemporáneo discurso mitológico, ese endiosamiento que pretende situarla en un cielo patriótico inaccesible a los comunes mortales.
Las madres cubanas cuyos hijos han sido "ajusticiados" por el castrismo, o los han visto podrirse tras las rejas por defender la libertad, se cuentan por decenas de miles desde el 26 de julio del 53. Guardo un grato recuerdo vivencial de una amable anciana desconocida con quien, tras haber presentado una nueva edición de Arte y Literatura frente a la librería La Moderna Poesía, charlé por azar un mediodía cualquiera de los años 80 en el Parque Albear de La Habana Vieja: era la madre de Humberto Sorí Marín, comandante rebelde y primer ministro de Agricultura del Gobierno Revolucionario, sometido a juicio sumario y fusilado por conspiración anticomunista en el 61.
Tristísimo relato el que me contó aquella madre en su inconsolable, agónico deseo de desahogarse. ¿Cuántos cubanos nos sensibilizamos en su momento con el drama maternal de aquella alma en pena deambulando por las calles capitalinas? ¿Quiénes se acuerdan de ella o le rinden tributo para sacarla del limbo cruel a que la ha condenado nuestra desmemoria?
Preguntas retóricas, desde luego. Gloria Amaya debe seguir siendo Gloria Amaya, única e inconfundible. No un bello monumento inescrutable. Ante todo, ningún artificio, florilegio lingüístico debería desvirtuar su estampa de mujer sencilla, esforzada, honesta, afable, lúcida, coherente e indómita.
Una tía cariñosa con quien el Abicú y su Alter Ego se sentirían a gusto si les invitase a beber una tacita de café, nos contara su historia, nos mostrara el álbum familiar en la intimidad de su humilde cocina del municipio matancero de Pedro Betancourt. Muy cerca, por cierto, de mi Cárdenas natal. Lamento volver a incordiar con mi aversión adquirida a héroes y mártires, a machacar la tecla discordante en asunto tan luctuoso, pero si no hablo me ahogo...
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