domingo, enero 17, 2010

Vengan, pues, los patriotas. Corazón y gónodas Hasta el último round

TRES DE MANUEL VÁZQUEZ PORTAL
( Tomados del blog http://tintainfelizmierdaflorida.blogspot.com )

Vengan, pues, los patriotas


Por Pablo Cedeño
seudónimo de Manuel Vázquez Portal
Grupo de Trabajo decoro



LA HABANA, octubre, 13 de 1997. http://www.cubanet.org/ -La patria no puede ser de ningún modo el lugar donde se es infeliz. No puede ser la patria esa trampa melancólica de la memoria que nos trae el terruño, matizado por la idealización del recuerdo. Mi patria no es Morón ni Babilonia, no es Praga ni Madrid. Mi patria va conmigo. Soy lo único que poseo. Y me amo desaforadamente, por eso puedo amar a los demás.

La primera ley del amor es no engañar. Cientos son los conceptos de patria que he leído, y en todos he sentido ese tufillo de manipulación, proselitismo y mentira embaucadora. La patria no puede ser la propuesta del poder. La patria ha de tener ala. Ninguna fuerza logra convertir su criterio en paradigma único. Si por un lado la patria es posesión, ha de serlo para todos. No para que desde su pedestal se dicten normas patrióticas, rígidas y permanentes. La patria empieza a dejar de serlo cuando alguien la posee individual y totalitariamente.

Mi patria es mi hogar, la sonrisa de mi mujer, el alborozo de mis hijos cuando vuelvo de la faena diaria. No importa en qué sitio del mundo esté ubicado. No importa en qué parte del mundo estuviera ubicado. No importa en qué lugar del mundo habrá de estar ubicado. Mi hogar, mi patria, soy yo repartiendo amor. Mi hogar, mi patria, es el designio de Dios. He de ser feliz donde me halle, donde no me falte mi hogar y mi familia, el pan de sus dientes y de sus almas. De lo contrario, me rebelo y combato.

Mi patria no es el ideal de mi abuelo mambí. El luchó por una patria que quedó atrás. El soñó una patria y luchó por ella. Yo tengo la mía. En él admiro el haberse dado cuenta de que no era feliz, y batallar por serlo. Si mi patria fuera la patria de mi abuelo, y la patria de mi abuelo fuera la del abuelo suyo, y así hasta los nacimientos del mundo, todos tendríamos la patria del Neanderthal. No hubiera hecho falta tanto desarrollo científico ni social. Nuestro hogar fuera la caverna, y nuestra patria no tendría nombre.

Basta entonces. Cada época genera su concepto de patria. Luchar por la patria es luchar por uno mismo, por lo que se tiene o lo que se quiere tener. ¿De qué sirve que mis antepasados hayan sufrido y luchado, si yo tengo que sufrir y luchar ahora? Ellos sufrieron y lucharon por sus motivos. Yo, por los míos.

Mi patria es el derecho de cada hombre a estar conforme consigo mismo. Dondequiera que me hallare, mi patria es el derecho de ejercer libremente mi concepto de patria. Mi patria es el respeto que debo a quienes no piensen como yo. Mi patria es el deber de defender mi criterio de patria. Mi patria no es el tres y la décima guajira. Es también Mozart y Píndaro. No es una rumba en un solar de la Habana Vieja. Es también una ópera en las cortes vienesas. Mi patria no es el descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla. Es también el descubrimiento de la divisibilidad del átomo. No es un round de Teófilo Stevenson. Es también un jonrón de Babe Ruth.

Mi patria no es un recorrido por la Sierra Maestra. Es también la soledad del cosmonauta, que sueña con ampliar la patria. Mi patria es el universo con todos sus prodigios y descalabros, su caos y su orden. No venga nadie a endulzarme el oído con frasecitas melodramáticas sobre el padecimiento del esplendor de ayer. Mi patria es, sobre todo, hoy, y puede ser mañana, si es que arribo a esa hora. El ayer no es más que la patria de la nostalgia, de la memoria cotejada según los intereses de la doctrina de hoy. El hoy es la patria de los esfuerzos, los sacrificios en pos del mañana, y el mañana es la patria de las aspiraciones, de las utopías.

Salvemos por lo menos el hoy. Mi patria son los sueños que alcanzo a realizar, los óbices que venzo, las respuestas que hallo para el hambre de mi espíritu, las estupideces que cometo mientras llega la patria del olvido. Mi patria es poderosa. Es el tiempo. ¿Quién puede contra él? ¿Le hacen falta soldados a mi patria? Es mi patria la luz, y la luz no es de nadie. Es la lluvia. ¿Y de quién es la lluvia? Mi patria es la belleza, divina y temporal, su imago inatrapable. Ningún poeta, músico, pintor, es dueño de mi patria. Apenas algunos si la rozan.

Es mi patria el espacio. ¿Es que existe el espacio? ¿Dónde es arriba? Mejor, ¿dónde es abajo? Ningún sátrapa puede abarcar sus fronteras, pisar de linde a linde. Mi patria es las esencias.

Vengan, pues, los patriotas. No es buena ni próspera la patria que por negligencia, modorra o miedo permite a sus próceres eternizarse en el poder. Los que una vez lucharon por un sueño, un ideal, un cambio de fortuna, y fueron líderes heroicos, altruistas, legendarios, espejo y afán de todos, suelen tornarse abominables tiranos, pútridas sanguijuelas, si usan sus antaños méritos para mantenerse regenteando la vida de todos. La patria, entonces, sufre, adelgaza, se arruina y comienza, plañidera, a clamar por nuevos próceres.

Una patria con dueño no es mi patria. Ergástula deviene un suelo con tiranos, cancerberos acervos sus viejos capitanes.

Vengan, pues, los patriotas.

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Por Manuel Vázquez Portal

Ariel Sigler Amaya es de los que pelean hasta el último round. A los once años aprendió a ser campeón. Sabe que la victoria duele pero sin soñar con ella no vale la pena presentarse. Infancia pobre y campesina hacen de la voluntad una fragua y en ella se forja la reciedumbre del carácter. Eso es Ariel Sigler Amaya: una voluntad vencedora.

Hace siete años lo tienen contra las cuerdas. Le pegan sin piedad. Golpes bajos. El árbitro está en su contra y el público amordazado no puede protestar.

Su esquina se ha convertido en una silla de ruedas, y ya es una osamenta que resiste los embates del impío contrincante. Su entrenadora acaba de morir -el más duro de todos los uppercut- y su equipo, aunque no deja de asistirlo y alentarlo no cuenta con la logística necesaria.

Juan Francisco protesta cada mala decisión de los jueces, Miguel denuncia las arbitrariedades en cuanta tribuna halla, Guido no puede más que indignarse y morder con rabia los barrotes que no le permiten entrar a la pelea junto con su hermano.

Aquel martes 18 de marzo del 2003 cuando, por la fuerza lo subieron al ring, Ariel Sigler Amaya era un hombre sano y fuerte. La semana pasada cuando asistió al obituario de su madre –cuentan los que lo vieron- no parecía ni la sombra del hombre que el 4 de abril de 2003 fuera condenado a 20 años de prisión por aspirar a una lidia limpia, respetuosa y apegada a las leyes.

Pero no han logrado vencerlo. Es de rodillas resistentes y mandíbula recia. Sólo un knock out fulminante no le permitiría incorporarse y seguir en la lucha. Ariel Sigler Amaya es de los que pelea hasta el último round, hasta el ultimo aliento, como le enseñó su entrenadora Gloria Amaya.

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Corazón y gónodas

Por Manuel Vázquez Portal

Guido Sigler Amaya, tuvo –y tiene- tan poco que se ha acostumbrado a vivir sólo de corazón y gónodas. Con ellos transita las noches de soledad y encierro que le han impuesto. El parecido con su madre Gloria Amaya no es tan sólo físico. Hay sangre valiente y mirada tierna. No necesita más. Un cepillo de lustrar zapatos y un jolongo para recolectar naranjas fueron sus maestros en la niñez. El ejemplo de Gloria, la gloria a que aspiraba. Aprendió temprano a subsistir de sus manos, su amor y su coraje.

Tenía sólo cinco años cuando Fidel Castro bajó de sus vacaciones campestre en la Sierra Maestra y hechizó con un manojo de promesas al pueblo cubano. A tesón puro logró Guido graduarse de técnico en economía para trabajar en un Complejo Agro-Industrial del municipio Pedro Betancourt, en Matanzas. Creyó entonces que habían terminado sus penurias pero pronto comprendió que aquellas promesas eran puras demagogias.

Un día, hastiado ya, se negó a pagar la cuota sindical, su aporte a las Milicias de Tropas Territoriales, pidió su baja de los Comité de Defensa de la Revolución y si no renunció a su Carnet de Identidad fue para no perder esos apellidos que hoy lo hacen un héroe de la patria y para que tuviéramos nosotros la única foto por la que lo hemos conocido.

El 16 de noviembre de 1996, Guido Sigler Amaya fundó, junto a sus tres hermanos y un grupo de jóvenes matanceros, el Movimiento Independiente, Opción Alternativa. Durante casi siete años, su vida se convirtió en un infierno, fue detenido más de treinta veces, golpeado en plena vía pública, inducido a trabajar de limpiador de patios, albañil por cuenta propia, vendedor de cuanto aparecía y obligado a pagar cuantiosas multas por tratarse de ganar la vida de algún modo.

En ese torbellino de maltratos en que el gobierno castrista lo tenía sumido, también le tocó quedarse viudo. Parecía que el destino se ensañaba con Guido. Pero las desventuras no cesarían. El 18 de marzo del 2003 fue detenido en su vivienda y despojado de los pocos despojos que poseía. El 4 de abril lo condenaron a 20 años de cárcel, quizás por ser tan pobre, haber sufrido y soñado. La semana pasada, ya el colmo, las autoridades cubanas no le permitieron abrazar a su hermano Ariel, el más pequeño, quizás, el más amado, cuando -por separados- los llevaron al obituario de su madre.

Publicado por Manuel Vázquez Portal