CUBA: Dios los pide y el Diablo los envía
Dios los pide y el Diablo los envía
Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -Cuenta un secreto a voces que en estos días de muy bajas temperaturas ha sido grande el pedido de Dios en materia de ancianos, locos y menesterosos de La Habana.
Como no es posible –nunca lo ha sido- constatar la mala nueva mediante estadísticas oficiales, no queda sino concederle un crédito reservado al comentario. Pero lo que sí resulta manifiesto, así que fácilmente comprobable, es que este asunto está en la calle, en la lengua múltiple de aquellos que nada pasan por alto de cuanto deba ser dicho, aunque tengan que decirlo en susurros.
Por un lado, se habla de las funerarias, cuyos servicios reportan una dinámica inhabitual, particularmente por el alto número de ancianos que están falleciendo. Por otro lado, se escuchan historias sobre el contingente de menesterosos que suelen pernoctar en los portales, los parques, las escaleras… y entre los que al parecer se ha abierto una notable brecha en estos días.
También son mencionados los enfermos mentales, con énfasis sobre los que viven ingresados en el referente hospital psiquiátrico de Mazorra, donde, dicen, se ha hecho sentir especialmente el azote de este nuevo mal que nos viene del norte.
Sean o no exactos los reportes de vox pópuli, y aún cuando reservemos un prudente margen a la propensión a exagerar que siempre asiste a los nuestros, lo cierto es que tanto por la insistencia con que se repite el asunto de boca en boca como por el propio fundamento que lo avala, su buena porción de verdad debe contener.
De vagabundos hambrientos, tarados, alcohólicos y sin el menor amparo, que sobreviven a expensas de lo que caiga del cielo, está llena La Habana. En tanto los ancianos, como sabe aquí todo el que no sea sueco, conforman un sector especialmente vulnerable dentro de nuestra sociedad en crisis. Y es un vasto sector.
Dependientes en absoluto de la buena o mala voluntad de sus familiares, y para su desgracia en número quizá mayor que nunca antes en toda nuestra historia, rara es la calle más o menos céntrica de La Habana donde a cada paso no sea visto algún viejito o viejita tratando de vender la pasta dental, el jabón, el sobre de café, los fósforos u otros de los menguados productos que adquieren con la libreta de racionamiento, a precios dicen que subsidiados por el Estado.
Si son los únicos que todavía hoy hacen cola para comprar el periódico Granma, se debe a los dos o tres pesos de ganancia que les reporta dedicarse a revenderlo en las paradas de ómnibus o en los alrededores de mercados y tiendas.
Si sufren las pillerías y el abuso de quienes les ofrecen dinero para que les cubran largas colas y al final le pagan menos de lo prometido o no les pagan. Si se arriesgan a ser estafados y maltratados alquilando sus cuartos lóbregos a sujetos que no tienen casa ni escrúpulos a la hora de robarles lo poco que les queda, es sencillamente porque viven a la deriva, intentando no perecer en la víspera.
Nadie que conserve aquí un mínimo de recato se lanzaría a sostener que el dinero que cobra mensualmente la mayoría de nuestros jubilados les alcanza al menos para el desayuno, ni siquiera luego del último aumento, mucho más efectista que efectivo. Y en cuanto a la asistencia de seguridad social para ancianos, nadie con sentido común negaría lo que es: un culebrón de final con lágrimas.
De modo que bola o no, el comentario de que en las últimas horas están muriendo en número mayor de lo común, en medio de una cruda racha invernal, no carece de lógica. Lo extraordinario, la noticia, sería que no ocurriese. A fin de cuenta, Dios los solicita para darle descanso y el diablo los envía.
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