Belkis Cuza Malé: Bon voyage, Michaelsen
Por Belkis Cuza Malé
La voz que respondía con susurrantes monosílabos del otro lado del teléfono se apagaba lentamente. Emma, la señora que lo atendía y era el hilo que parecía ahora unirlo al mundo, al menos, al mundo de sus amigos, le acercó el teléfono al lecho de muerte. No era yo la única, por supuesto. Muchos llamaban para despedirse, porque Eduardo Michaelsen fue siempre y lo seguirá siendo donde quiera que esté, en vida o espíritu, un ser humano rodeado de amigos. Así fue en su apartamento habanero del Vedado, así fue en San Francisco, en la calle Baker.
Heberto Padilla, que solía visitarlo a menudo mientras estuvo trabajando en esa ciudad a finales de los 80, me lo describía como un sitio a lo Michaelsen, lleno de libros hasta el tope, de papeles y de su vida como creador, al igual que en La Habana. Pero sobre todo, me hablaba de los fabulosos platos con que el amigo lo recibía siempre. Y yo podía imaginármelo, con aquella figura larga y quijotesca, de larga barba, ojillos traviesos y voz cascada, rítmica, tan suya, con aquella risita, cocinando como un gran chef.
Ya no está en este plano, lo he sentido subiendo una larga escalera, quizás la misma de algún cuento mágico de esos que él pintaba, con mujercitas sensuales y chulitos de barrio, y símbolos fálicos apostados en los lugares más extraños del cuadro. Y el color y la luz que se desprendían de todo lo que hacía. Lo he visto también ahora, sentado frente a su ventana, contemplando ese parquecito que dice veía desde allí y a donde, me aseguró en nuestra última entrevista, quería que dispersaran sus cenizas. ¿La muerte? No, no le temía, según confesión propia. Veamos: ``Es una liberación. Es un descanso eterno. Más nada'', dijo en el número homenaje que le hizo Linden Lane Magazine en el 2007 (www.lacasaazul.org/Linden_Lane_VOLXXVI_2007.html).
Si Michaelsen hubiera sido millonario (que lo era de mil otros modos) se hubiera comprado un palacio en una montaña para albergar a sus amigos todos, esos y otros que durante su vida le acompañaron y compartieron lo mucho o poco que tenía. Su hogar era el hogar de artistas y peregrinos a los que apadrinó como mecenas moderno. Renecito Cifuentes, que vivió en su apartamento del Vedado y que lo quiso mucho, me enseñó a no olvidarlo, y me recordaba con tristeza que a lo mejor no alcanzaría los 90, que no dejara de llamarlo.
( Eduardo Apolonio Michaelsen y Rivery ( 1920-2010) )
En el 2007 hizo una gran exposición en Miami y lo trajeron de visita, siempre con el esfuerzo de los amigos y auspiciado por el doctor Arturo Mosquera, quien fue su admirador y amigo. Sería su última exposición y también su último viaje fuera del mundillo de su apartamento.
Eduardo Michaelsen pertenece ya a la galería de los grandes artistas cubanos,junto a tantos otros: René Portocarrero, Amelia Peláez, José Mijares, Mariano, Wifredo Lam, etc, etc. Sí, este pintor primitivo, que comenzó como restaurador en el Museo Nacional de La Habana, pasará a la historia de la pintura cubana como un ser que se entregó a su vocación natural, la de darle color a sus visiones. Moderno aquelarre de seres vistos a través de su retina y su cubanía. Un pintor que recogió como nadie la sensualidad, el vigor y la picardía del cubano de la calle. Mitología propia que engarza con los duendes de ese Santiago de Cuba, donde una calle lleva el nombre de su abuelo.
Hay una foto clásica ya de Eduardo Michaelsen, con 60 años en las costillas, bajándose de un camaroreno en Cayo Hueso. Son los días del Mariel, y este ``joven'' Michaelsen, sin miedo a nada, se lanza a conquistar una nueva vida en tierras extrañas. Y como se sintió acogido y cómodo en San Francisco, con tantos nuevos amigos llenando de nuevo su apartamento, fijó su residencia allí y allí moriría la madrugada del 27 de enero.
No lloremos por él, no señor, porque detestaba los dramas, quería ser Charles Chaplin, porque eso era precisamente lo que le gustaba, hacer reír a la gente. Acaba de irse al cielo en un globo de colores, con música de Candilejas de fondo. Le digo adiós con la mano en alto, mientras le grito que no me olvidé.
Y fue precisamente una extraña voz la que usurpando mis pensamientos me dijo al oído: Bon voyage, Michaelsen!
BelkisBell@Aol.com
MICHAELSEN: MAESTRO DE LA TEMPORALIDAD VISUAL
Por Ricardo Pau-Llosa*
Director
Sección de Artes y Plástica
La Nueva Cuba
Julio 12, 2002
Las diversas preocupaciones y temas sobre los cuales ha sido construida la identidad modernista cubana en las artes visuales encuentran una coyuntura inusual, quizás única,
en la obra de un artista: Eduardo Michaelsen. Estas tradiciones están arraigadas en tres esquemas tropológicos: el deseo basado en la metáfora de suspender la conciencia cotidiana de la temporalidad, el deseo basado en la metonimia de representar la acción y la tranformación, y la combinación de éstos y otros tropos (la ironía, la hipérbole, la sinécdoque) para imbuir el espacio pictórico y escultórico con un sentido de la teatralidad, por el cual la obra se presenta como un mundo propio y completo en sí. Mientras que estas corrientes tropológicas operan en gran parte del arte latinoamericano, en Cuba pueden ser identificadas por el uso de ciertos símbolos e imágenes recurrentes.
Pintores cuyas obras se basan en la metáfora (e.g., Amelia Peláez, Emilio Sánchez) tienden a vincular imágenes arquitectónicas con la memoria u otras facultades de la conciencia.
Otros artistas dentro de esta tradición (e.g., Wifredo Lam, Carlos Alfonzo) yuxtaponen la figura humana con imágenes derivadas de la flora, la fauna, o ambas. Los metonomistas, o bien transfieren características entre el paisaje o medio-ambiente y elementos anatómicos (e.g., Agustín Fernández, Rafael Soriano) o configuran imágenes individuales que evocan la acción, bien sea en términos físicos (e.g., Carlos Enríquez, Humberto Castro) o conceptuales (e.g., Rolando López Dirube, Arturo Cuenca).
La sensibilidad teatral juega con diversos tropos para evocar la substitución de la obra por el mundo real de experiencias compartidas y por el mundo privado del sueño y la memoria.
El genio más ignorado del arte cubano, quizás del arte latinoamericano, Michaelsen, el artífice de la metáfora, une esquemas mitológicos e históricos en una imagen o en una escena imaginaria.
Michaelsen, el metonomista, aprehende la dinámica de la reflexión, la pasión igualmente irresistible de la mente de hacer que experiencias, sitios, escenas, vidas, y relatos se entretejen de forma coherente.
Michaelsen, el maestro de la teatralidad visual, usa estos y otros tropos para cargar las escenas con la energía de rimas complejas entre formas e imágenes, las cuales parecen sencillas. El ave y su jaula riman con el espejo, la ventana con el diván, la planta con las figuras humanas.
Todo esto lo logra Michaelsen con un lenguaje visual que aparenta ser “naive” y logrado sin escuela, pero en realidad se trata de un sabio natural. Cualquier intento de comprender el arte cubano sin entender la pintura de Eduardo Michaelsen está condenado al fracaso.
*Ricardo Pau-Llosa ha publicado extensamente sobre arte, especialmente el de Latinoamérica. Es autor de importantes estudios sobre Olga de Amaral, Fernando de Szyszlo, Rafael Soriano, entre otros artistas. Ademas, ha servido de curador para dos Bienalas de Lima entre otras exposiciones. Ha publicado poesía y cuentos en inglés. Su quinto poemario, THE MASTERY IMPULSE, lo publicará próximamente la editorial de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh.
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