BARACUTEY CUBANO

Nota del Bloguista

Juan Pablo II quería un Cardenal para Cuba. Los Cardenales llevan el color rojo púrpura que simboliza la sangre de los mártires cristianos y muestran con ello su disposición de morir por la Fe cristiana si fuera necesario. Durante muchos siglos, los Cardenales no tenían que ser sacerdotes, por eso el padre de César y Lucrecia Borgia, que era militar, fue el Papa Alejandro VI; la disposición de defender la Fe cristiana era más importante para ser Cardenal que ser sacerdote. La Iglesia cubana de principios de los años 90s del pasado siglo XX tenía dos proposiciones para el púrpura cardenalicio; se seleccionó a Jaime Lucas Ortega y Alaminos porque era más joven y porque no había mostrado con toda la actual desfachatez quien realmente era; su actitud posterior ha sorprendido a más de un hermano suyo en el Episcopado. Jaime Ortega se había expresado cuando el hundimiento del remolcador 13 de Marzo y cuando la carta de los Obispos cubanos El Amor todo lo espera de una manera moderada pero siguiendo la entonces corriente dentro de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, la cual era muy diferente a la que existe hoy actualmente; después que obtuvo el Cardenalato, Jaime Ortega no fue el mismo. En el artículo El Cardenal y el huelguista, de Dora Amador se puede leer algo sobre ese cambio en el Cardenal.

La Cuba católica


Por Ángel Santiesteban


Nunca olvidaré cuando llegó la noticia por Radio Martí de que los cubanos teníamos un Cardenal. Mi madre, emocionada, me lo hizo saber; y de sus ojos llorosos se desprendían las ilusiones que ponía en la Iglesia Católica al agregar a su cónclave un alto funcionario eclesiástico. Desde su desesperada ingenuidad, mi madre tuvo la intención de transmitirme que, jerárquicamente hablando, “un Cardenal es más que Fidel”, sentenció. Recuerdo que moví la cabeza aceptando; no quería dañarle su ilusión.

Por supuesto que sabemos lo que significa un Cardenal, sólo que quienes tenían que creérselo no lo hicieron, ni el “Presidente” Fidel Castro con sus secuaces, quien, a la postre, nunca dio por concluido el trabajo de segar a la Iglesia del pueblo cubano, y esa tarea inacabada siempre ha sido su frustración.

En mi humilde persona el Sumo Pontífice Juan Pablo II tuvo a uno de sus fieles que más lo admiró. Mi amor hacia él se convirtió en adoración. Además de Santo Padre, fue un líder político nato. Y guardaré siempre la emoción al saludarme sin más importancia que la de un transeúnte que, desde su moto, le expresaba su amor.

Su visita siempre la recordaré con gratitud. Pero si hubiera sido su Consejero, le hubiera sugerido que no acudiera a una Cuba sin libertad, sin progreso y sin respeto al más elemental de los derechos humanos: el de La Libertad de Expresión. Muchos cubanos cifraron sus esperanzas en que tras su visita se alcanzarían importantes logros de carácter social, libertades políticas, y hasta se auguraron elecciones multipartidistas.

(Benedicto XVI)

Es saludable recordar los años de “carrera política” que llevan los hermanos Castro, y demás está decir que ellos no aceptarían ninguna visita, ni del mismo Jesús Cristo en persona, si peligrara su estancia en el Poder. Eso siempre lo supe con claridad objetiva.

Luego que el Papa se fue, quedamos a la espera y aún tenemos las manos vacías, porque desde hace mucho las guardamos en el bolsillo, ni siquiera vale la pena exhibir su desnudez.

Lo que los cubanos tenemos que lograr no está en la visita de nadie, ni en el “concierto por la paz”, aunque fuera con buenas intenciones, ni siquiera radica en el “bloqueo norteamericano”, está en el día que salgamos a exigir lo que nos pertenece por derecho propio. Para ese entonces, después de conquistada una democracia participativa y los cubanos tengan el derecho de elegir libre y consecuente lo que desean para sí, daremos una bienvenida al Papa de turno, y también, de alguna manera espiritual, estaremos recibiendo al Vicario de Dios, ahora en el cielo, el Padre Juan Pablo II, o al hombre sencillo y estudioso que fue Wojtyla.

Pero sabemos que de buenas intenciones no sólo está empedrado el camino al paraíso, también lo está el que conduce hacia la libertad de la Isla de Cuba.

Ángel Santiesteban-Prats