martes, febrero 14, 2012

Esteban Fernández Jr. : EL CÉSPED AMERICANO

EL CÉSPED AMERICANO




Por Esteban Fernández


Posiblemente lo primero que nos impresiona al llegar a este país es ver el césped en cada casa, tan bonito, tan uniforme, tan verde. Al principio pensamos admirados que "¡Dios hizo la naturaleza, pero los norteamericanos la perfeccionaron muchísimo!"…

Al comprar una casa en un barrio americano nos sentimos como que en ese momento estamos REPRESENTANDO A TODOS LOS LATINOAMERICANOS del Universo. Es decir, que tenemos que esmerarnos con nuestro césped para que los americanos no puedan decir que: "¡Todos estos hispanos son iguales, son unos cochinos!"...

Nosotros estamos acostumbrados a que el domingo es el día de descanso y de elegantizarnos, pero con sorpresa vemos que nuestros vecinos Joe y Mr. Johnson se levantan ese día, se visten de mamarrachos, con unos pantalones de mecánicos rotos, un par de tenis sucios y un T-Shirt empercudido y se ponen cada uno a arreglar su césped.

Como existe la teoría absurda de que "en el lugar donde usted esté debe imitar al nativo" nos ponemos a emular a los vecinos. Entonces uno se mete la semana trabajando y el fin de semana intentamos utilizarlo para competir con toda la gente de la cuadra a ver quien tiene el césped más verde...

Pronto nos damos cuenta de que, lo que para ellos es un placer y un entretenimiento, para nosotros los cubanos es un TORMENTO, y cada domingo terminamos con dolor en la espalda, con ampollas en las manos, con el pescuezo quemado por el sol, y encima de eso, nos entra un complejo tremendo porque a pesar del esfuerzo realizado, nuestro césped no luce tan bello como el de ellos...

Pero no nos damos por vencidos y le decimos a la esposa: "No te preocupes, vieja, que la semana que viene voy a estar mejor preparado para esta lucha". Entonces el siguiente domingo salimos para el jardín con un sombrero en la cabeza para no quemarnos, un par de guantes para no hacernos ampollas en las manos, y un par de espejuelos de esos que usan los que trabajan en la soldadura para que no nos caiga hierba en los ojos. Y los vecinos americanos nos miran creyendo que somos unos ASTRONAUTAS acabados de venir de un viaje a la Luna.

De pronto, hacemos un descubrimiento maravilloso: nos damos cuenta que en el mundo existe una cosa extraordinaria que se llama JARDINERO. Y ahí llegan a nuestra casa un montón de muchachos jóvenes, fuertes, saludables, expertos en sus países de origen en las labores agrícolas, cobran barato, y en 20 minutos resuelven alegremente lo que a nosotros nos llevaba por lo menos ocho horas de sufrimiento.

En el instante en que llegan los jardineros nos entra tremenda alegría, ya sentimos que son "íntimos amigos nuestros". Los recibimos mejor que lo que hubiéramos tratado al matrimonio Obama si hubieran llegado de visita, a no ser que los dueños de la casa hubieran sido Emilio y Gloria Estefan. Y les decimos a los trabajadores: "Muchachos, no me llamen más Don Esteban; yo soy Estebita, lo que quiero es que hoy me siembren en el patio una mata de limón, otra de mango y una de guayaba".

Y de pronto, cuando menos lo esperamos, se nos acercan los vecinos americanos y nos preguntan: "¿Cómo sé ‘llamar’ el gardener de usted, por favor ‘hablar’ con ellos para que nos hagan nuestro garden". Y mientras eso sucede ya puedo ir el domingo a la Iglesia, y el día anterior me fui con Rogelio Martínez a comernos unas medias noches en Porto's y devolverle la revista ARS Atelier City de Zoé y Gustavo Valdés y de Ricardo Vega que me había prestado.