jueves, febrero 23, 2012

Eugenio Yáñez: Un decadente Fidel Castro de escenografía y maquillaje

Tomado de http://www.cubaencuentro.com




Un decadente Fidel Castro de escenografía y maquillaje


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No es casual la tardía falsificación del tirano como padre de familia y “buena gente”
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Por Eugenio Yáñez
Miami
22/02/2012


Mientras más se acerca la barca de Caronte a Punto Cero a recoger su macabro cargamento, más desesperados los esfuerzos de la gerontocracia cubana por “humanizar” la imagen del vetusto tirano. Ya no es cuestión de presentarlo “invencible”, “visionario” o “genial”, sino como buen padre, buena persona, alguien como cualquier vecino buena gente.

La primera de las andanadas de la etapa actual de maquillaje histórico ha sido la publicación de los dos primeros tomos de unas aparentemente interminables memorias, pues hasta ahora llegan solamente hasta 1958, bajo el título de Guerrillero del tiempo, donde lo más significativo no es lo que pueda decir, sino ver al “guerrillero” en la televisión presentando el libro, hablando incoherencias, confundiendo información, enredándose, balbuceando, todo ante la mirada embelesada de un coro internacional de focas amaestradas, conocidas también como “intelectuales de izquierda”.

Sin embargo, la ofensiva publicitaria no se ha quedado en eso. Entre lo más reciente en esta campaña de desinformación ha circulado en alguna prensa italiana una supuesta declaración de la hija del dictador, Alina Fernández, de que en los últimos tiempos Fidel Castro se ha ido acercando más a Dios, al extremo de que se ha comentado por supuestas “fuentes” del Vaticano que el Papa Benedicto XVI estaría dispuesto a ofrecerle la comunión durante su visita a La Habana. Noticia que, sin dudas, de inmediato desató el alboroto, y que solamente tiene un punto débil: que la propia Alina Fernández ha desmentido tal declaración suya sobre el supuesto acercamiento de su padre a lo divino, señalando claramente que ella nunca dijo eso.

Y entonces, mucho más recientemente aún, y todo esto no puede ser casualidad, el fotógrafo Alex Castro, hijo del tirano, publica un libro con fotos sobre la tragedia del terremoto de Haití, e inmediatamente el Dr. Antonio Castro, vicepresidente de la Comisión Nacional de Béisbol y de la Federación Internacional de Béisbol Amateur, gracias a ser hijo de quien es, acaba de señalar en un programa de la televisión cubana que su venerable padre “inculcó” a sus hijos el amor al deporte.

“Con el poco tiempo que tenía con tantas responsabilidades, siempre nos dedicó a la familia, a mis hermanos y a mí, un tiempo para inculcarnos la validez del deporte, la importancia del deporte”. “Cuando podíamos jugábamos incluso béisbol o el deporte que pudiéramos con él” (…). “Mi padre fue un practicante del deporte siempre (…) y para mí siempre fue un ejemplo a seguir en la práctica del deporte”.

Según la prensa extranjera en La Habana, estas declaraciones llamaron la atención a los televidentes, “toda vez que es inusual en Cuba ver a un hijo de Fidel Castro en la televisión y menos hablando de su padre”. Evidentemente, todo esto no es casualidad.

Puede entenderse el amor de hijo a padre por parte de “Fidelito”, Alex, Antonio, Alejandro, Alexis y Ángel (los únicos reconocidos), independientemente del currículum del progenitor: al fin y al cabo, cada quien tiene el padre que le trajo al mundo y no el que pueda seleccionar por admiración o simpatías.

Pero parece que los hermanos aprovecharon muy poco de lo que les “inculcó” su padre, que aparentemente no pudo o no tuvo tiempo (¿o sería que no quiso?) inculcarles la “validez” y la “importancia” del trabajo voluntario, las microbrigadas, el corte de caña, el trabajo en la agricultura, la escuela en el campo, las guerras internacionalistas, los contingentes obreros, la guardia obrera, la libreta de racionamiento, la vigilancia cederista, las guaguas repletas de “hombres nuevos”, los círculos sociales obreros, las asambleas sindicales, la emulación socialista, los mítines de repudio, los comedores obreros, las marchas del pueblo combatiente, el servicio militar obligatorio, los domingos rojos, la distribución de efectos electrodomésticos, los trabajadores sociales, la batalla de ideas, las jineteras más cultas del mundo, o el deporte sin instalaciones deportivas, recursos, ni alimentación adecuada, y todas esas exquisiteces del paraíso proletario construido por su padre.

Para no ser absoluto, y antes de que la Brigada de Respuesta Rápida Digital comience a decir en sus comentarios lo que corresponda decir esta semana, señalaré que no puede afirmarse absolutamente que el excelso Comandante no les haya inculcado a sus hijos los valores mencionados en el párrafo anterior. ¡No faltaba más!

Pero puede decirse, absolutamente, utilizando la misma sibilina fraseología de las “verificaciones” que lleva a cabo el régimen, que hasta el momento no se ha podido comprobar que los hijos del dictador en algún momento hayan expresado “amor” o “inclinación”, o hayan demostrado en la práctica la “validez” o “importancia” de esas actividades señaladas anteriormente, participando, aunque no en todas, al menos en algunas de ellas, tal y como han tenido que hacer millones y millones de cubanos durante más de medio siglo de dictadura castrista.

Sin embargo, el Comandante debe haberse encargado, si en algún momento sus hijos se enteraron por casualidad —pues nadie se los debe haber dicho—, de hacerles olvidar el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, el derribo de las avionetas civiles de Hermanos al Rescate, la Primavera Negra, la inclusión de enfermos mentales y delincuentes comunes en la flotilla de refugiados del Mariel, la injerencia en América Latina y África, el apoyo a narcoterroristas, y el fomento del espionaje, entre los eventos más recientes a “olvidar”, junto con otros más antiguos, como los fusilamientos, las decenas de presos políticos, las confiscaciones arbitrarias, la eliminación de las libertades individuales, el aplastamiento de la sociedad civil, o la “ofensiva revolucionaria”.

Pero bueno, no se le puede pedir tanto al Comandante. Bastante hizo que, “con el poco tiempo que tenía con tantas responsabilidades”, supo inculcarles a sus hijos que los bates eran para golpear pelotas, no disidentes. Que para ese trabajo sucio siempre habría “hombres huevos”, pero nunca “hijos de papá”.