martes, febrero 21, 2012

Ernesto Hernández Busto y las declaraciones vergonzosas de algunos músicos cubanos: ¿Músicos o zombies?

Tomado de http://www.penultimosdias.com



¿Músicos o zombies?

Por Ernesto Hernández Busto
Barcelona
feb 18, 2012


¿Qué pasa con estos músicos cubanos, cuyas declaraciones son cada día más vergonzosas? ¿A qué “círculo de estudio” los han llevado para lavarles el cerebro y convertirlos en zombies, que ante el primer micrófono miamense se ponen a la defensiva y sueltan una sarta de tonterías? ¿Y qué pasa con nuestra tolerancia, que ya somos hasta incapaces de polemizar en serio, política y musicalmente, sobre este asunto? ¿Por qué alguien inteligente como Alfredo Triff, por ejemplo, defiende este bodrio musical hábilmente provisto de etiquetas absurdas?

Yo entiendo que Raúl Paz esté inconforme con el capitalismo que no le dio la oportunidad de triunfar en París, pero eso, evidentemente, no es culpa del capitalismo, sino del escaso talento de Paz, cuya “obra” es una suma de tópicos. A ver, Raulito, con baladitas cheas como esta, entonadas con vocecita ronca y lastimera, no se puede triunfar ni en el peor de los mercados abiertos. Es comprensible la necesidad de volver a la isla con pasaporte francés, pero no la de guataconearle a los “inteligentes funcionarios” de la embajada cubana en Francia con tal de seguir manteniendo un status privilegiado que le permite entrar y salir. Y cantar luego en el teatro que lleva nombre de un pistolero anticastrista (todo hay que decirlo).

Hay que ser honestos y decir que algunos de estos músicos vuelven porque quieren hacer ante un público cautivo la carrera que su talento (o falta de) le negó en el mundo “normal”.

“Creo que cada ser humano tiene el derecho de vivir en el lugar que lo vio nacer, más allá de lo que piensa o de lo que cree” —dice Raulito. Bajo esta aparente defensa de un derecho (que remite a un nacionalismo falsificado y banal) está la negación del derecho ciudadano a pensar, y a decidir que no se va a vivir bajo un sistema político como el que prefiere Raúl Paz. No hay que ser “político” para decidir esto, basta tener los ojos bien abiertos. El ninguneo de ese derecho tan elemental a “alejarse”, y la relativización de muchos otros derechos que se pisotean cada día en la isla, convierte a estos músicos en una especie de zombies civiles, que insisten una y otra vez en que no les interesa la política mientras se suben en la Tribuna Antimperialista, asisten al congreso de la UJC para amenizarlo o se montan en la carroza del anticapitalismo ultracapitalista de Calle 13.

(Raúl de la Paz en Cuba)

Paz, Kelvis Ochoa, David Torrens y Descemer Bueno se las dan también de cosmopolitas, de “haber vivido media vida de un lado y media vida del otro”, y reclaman incluso el mérito de una apertura inexistente: “nosotros eliminamos la noción de salida definitiva de Cuba”. Oiga, señor, usted no ha eliminado nada; usted llegó a Cuba envuelto en el glamour de venir “de afuera” con discos que no pudo hacer “adentro” y ganó un público que no puede participar del mercado real. Ni Kelvis Ochoa ni David Torrens, con sus respectivos talentos y su analfabetismo civil, han soportado pasar trabajo fuera de Cuba; pero es más fácil presentar el regreso como una elección —y acabar disfrazándolo de victoria— que contar la realidad.

El caso de Descemer es aún más triste. Porque su innegable virtud como compositor se ha visto desplazada por el afán voluntarioso de hacer carrera como solista, con resultados tan buenos como francamente deplorables. Es más fácil, por supuesto, achacar su ausencia en MTV a la mulatez que a la falta de encaje en un mercado demasiado saturado. Pero ese victimismo no conduce a nada, salvo a la defensa de la isla mestiza por contraste con el Miami “racista”. Descemer defiende el goce de una música que no sea política (“hacemos canciones que no nos comprometen con nada, tocamos temas individuales”), pero en realidad su éxito proviene de la nostalgia del cubano exiliado que sigue aplaudiéndolo a costa de los buenos recuerdos de cuando estos músicos no eran famosos y tocaban en circuitos no oficiales. Nadie le pide que se meta en honduras, pero sí que reconozca el papel que ha jugado la experiencia del exilio en la construcción de su talento y su figura pública —aunque al final prefiera vivir pegado a la isla y repetir, una y otra vez, que “no hay que meterse en política”.

Pero Descemer, hay que reconocerlo, no es precisamente un teórico ni quiere serlo. A Paz, en cambio, El Nuevo Herald le pregunta por el permiso de salida y se baja con esta trova alarconiana: “Imagina que mañana el gobierno cubano diga que todo el que quiera irse que se vaya, eso va a resolver el problema de seis personas porque la gran mayoría no va a tener el dinero para irse y los gobiernos de los países ricos le van a decir ‘pues no te dejo’. A la larga es un problema falso, lo que tenemos que lograr es que la gente tenga en Cuba un nivel económico más alto”. Y si se le menciona el ejemplo de Yoani Sánchez salta como gato escaldado: “Eso es enfocarse en ciertas personas, esos problemas vienen por una razón política”.

Como si el apoliticismo barato que en esa misma entrevista no le impidió soltar un elogio de los funcionarios de la embajada castrista en París (“en determinado momento empecé a tener puntos en común con ciertas personas de la embajada cubana…”) no fuera en realidad el acomodo camaleónico con el que buscan resolver carreras ahora patrocinadas por el Estado cubano para que entretengan a los jóvenes —sin hacerlos pensar en la política.

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