Alfredo M. Cepero: OZZIE GUILLÉN, DIRECTOR DE LOS MIAMI MARLINS, ENFERMO DE AMOR POR FIDEL CASTRO
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
Corrían los primeros meses del año 2,000 y el exilio cubano de Miami se encontraba enfrascado en una lucha titánica para salvar el alma y la mente de un niño huérfano de la maldad y la hipocresía resultantes del contubernio entre la tiranía castrista y el gobierno putrefacto de Bill Clinton. Elián González se había convertido en santo, seña y bandera de una batalla por la dignidad cubana. Fue entonces cuando, enardecido por una prensa parcializada con la izquierda y estimulado por las artimañas de un gobierno federal que temía la reacción de la mano siniestra de Fidel Castro, una proporción mayoritaria del pueblo norteamericano desató un tsunami de odio contra el exilio cubano.
Llegamos a ser testigos de un espectáculo inaudito en que un mar de cabeza humanas blancas y negras lanzaban improperios contra nosotros a ambos lados de la carretera de US #1, al suroeste de Miami. Los bisnietos de los esclavos y los bisnietos de los amos fueron capaces de echar a un lado sus ancestrales rencillas raciales y ponerse de acuerdo para desatar un acto de repudio contra quienes fuimos tratados como enemigos públicos número uno por el solo hecho de tratar de salvar a un niño de la maldad diabólica de Castro. Así de intensa fue la hostilidad contra nuestro exilio.
Por otra parte, aquella experiencia traumática de la saga de Elián González debe ser un recordatorio permanente para todos nosotros de que tenemos muy pocos aliados en la lucha por nuestra libertad. De que debemos abandonar toda esperanza de que quienes nos detestan nos entiendan y, mucho menos, que nos compadezcan. Ahora bien, ellos podrán tener el derecho de no querernos pero nosotros tenemos que obligarlos a que nos respeten y, si no lo hacen, pasarles la cuenta como hacen los musulmanes, los negros y los judíos contra quienes tienen la osadía de agredirlos.
Para evitar la repetición de incidentes como el de Elián tenemos que mantenernos firmes en la exigencia de que los ejecutivos de los Marlins despidan sin dilación ni contemplación alguna a esa versión moderna del eslabón perdido que es Oswaldo Guillen. Un Guillen a quien no hago referencia por su nombre de pila o por el diminutivo cariñoso con que lo tratan los fanáticos que desconocen el estercolero de su espíritu. Porque eso es lo que hay que tener por dentro para decir, como dijo este enfermo de odio, que ama al asesino de millares de seres humanos. Y que no venga ahora a decir que donde dijo amor dijo respeto. Dijo amor rastrero, vulgar y virulento. Amor del que solo son capaces los rufianes de corazón y espíritu hacia el déspota que quisieran emular.
Por otra parte, es importante anotar que, en el curso de la tormentosa relación de los Marlins con los cubanos, tanto su dueño Jeffrey Loria como su insolente presidente David Samson, quién llegó a calificarnos de retrasados mentales, no han escondido su desprecio por nosotros. Ahora bien, si ambos han sido un fracaso en el campo de las relaciones públicas, ambos han logrado un éxito rotundo en la manipulación de nuestra vanidad. Igualmente tuvieron éxito en el contubernio con políticos venales como Carlos Alvarez y Manny Diaz para desarrollar y enriquecer su franquicia con el fondo de los contribuyentes del Condado.
Loria mintió sobre la carencia de fondos para financiar la empresa y nuestros políticos por ignorancia o maldad no revisaron las cifras. Terminamos pagando 515 millones de dólares por un estadio del que se beneficia una parte minoritaria de nuestra población. Todo ello por la frívola distinción de que cambiaran el nombre de Florida Marlins, que inicialmente utilizaron en señal de desprecio a los miamenses, por el de Miami Marlins.
La conducta de estos dos personajes es, por otra parte, un fuerte indicio de que no castigaran a Guillen con la expulsión de su cargo. La suspensión de cinco juegos fue añadir la burla al insulto. Ni nos quieren ni nos respetan. Y los cubanos tenemos que aprender que el respeto, como los derechos, se exige no se mendiga.
Si queremos salir airosos, tenemos que mantener la presión en la opinión pública para que los fanáticos los castiguen donde les duele: en el bolsillo. Tenemos que obligarlos a escoger entre Guillen y nuestro dinero. Un gran primer paso fue la manifestación convocada por Vigilia Mambisa, siempre a la vanguardia de la lucha contra nuestros detractores. Pero hacen falta más voces que se sumen a esta obligada cruzada por la dignidad cubana.
Las organizaciones y publicaciones del exilio debemos hacer un alto en nuestras diferencias banales y hacer un frente común para castigar esta ignominia. Un castigo ejemplar a Guillen sería una vacuna efectiva contra el virus de ataques a nuestra comunidad por parte de otros alabarderos de los tiranos.
Y que no se piensen los políticos que se van a escapar de nuestros escrutinio. Han sido contadas las voces que se han alzado en nuestra defensa. Y los que han hablado, lo han hecho con la mesura y la cautela de quienes quieren quedar bien con Dios y con el diablo y terminan quedando mal con Dios, con el diablo y con el pueblo cuyos votos necesitan para ser electos. ¿Dónde está el comisionado de cualquier origen, religión o color que tengan el coraje de presentar una ponencia donde se exija a los Marlins la expulsión de Guillen?
Tengan presente que sus imágenes andan por los suelos como consecuencia de su renuencia a escuchar la voz de un pueblo que exige límites a sus mandatos. Que noviembre se encuentra a la vuelta de la esquina, que Norman Braman les sigue los pasos y que algunos de ustedes podrían recibir una sorpresa similar a la de Carlos Alvarez. ¡Ah!, y les aseguro que esto no es una amenaza sino una promesa y un vaticinio de cosas por venir.
Los Marlins, por otra parte, se han dado a la tarea de mejorar su imagen por el consabido procedimiento de la compra de conciencias. Se dice que han sostenido conversaciones con autoproclamados dirigentes de la comunidad cubana con el fin de hacer donaciones con la conveniente publicidad para la lucha por la libertad de Cuba. Para su crédito, el Consejo por la Libertad de Cuba le salió al paso a la infame maniobra con una declaración categórica donde sus ejecutivos dijeron: "No aceptamos dádivas de quienes piden perdón después de haber pasado por encima de nuestros principios". Tomen nota aquellos que tengan la tentación de morder este anzuelo de los Marlins que podría resultar venenoso para su credibilidad como dirigentes y para cualesquiera ambiciones políticas que pudieran tener en una Cuba futura.
Owaldo Guillen no merece perdón alguno porque, como todos sabemos, no puede haber perdón sin arrepentimiento. Sus palabras, sus expresiones y sus gestos en el curso de la conferencia de prensa de la semana pasada no fueron las de un hombre arrepentido. Fueron las de una fiera acorralada por las víctimas que se rebelaron contra su diatriba y encerrada en la jaula de sus propias mezquindades y resentimientos. Su enfermedad no tiene cura y nosotros no tenemos por qué ser condenados a sufrir sus ofensivas manifestaciones.
A los perdonadores que propusieron que se le diera una segunda oportunidad los refiero a las palabras sabias del intelectual y patriota cubano Carlos Ripoll. En su artículo En Defensa del Castigo, Ripoll dijo: "Toda persona tiene derecho a manejar a su modo la afrenta que padece. Derecho se tiene a perdonar lo propio, lo que a uno le toca del crimen, pero no más". Por lo tanto, la injuria colectiva infligida por Guillen contra la totalidad del exilio cubano no puede ser perdonada por nadie en específico. Para nada le servirá al perdonador pagado esgrimir como escudo contra nuestro desprecio colectivo cualquier certificado de patriota, de guerrero o de preso político.
Sintetizo en este último párrafo el mensaje central de este trabajo. Este ignominioso capítulo solo puede ser cerrado con la expulsión inmediata de Oswaldo Guillen, no con el dinero despreciable de quienes creen que somos capaces de vender nuestros principios. Los cubanos no podemos olvidar que estamos ante unos Marlins que nos desprecian, que construyeron un estadio con dinero de nuestros impuestos y que contrataron a sabiendas a un amante de Fidel Castro que echa sal sobre nuestras heridas. Si los cubanos olvidamos esta afrenta y seguimos yendo a sus juegos somos unos parias que no merecemos el regreso a la patria.
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